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OPA por el aire

Se veía venir. Ya tenemos aquí a Texas Pacific, un fondo de inversión estadounidense la mar de dinámico, pujando por Iberia. O sea, que a nuestra compañía aérea de bandera le podrían quedar dos telediarios para dejar de ser española. Y ello a pesar de que sus actuales gestores hayan declarado que esto no se producirá porque no se trata exactamente de una OPA, sino de una "participación significativa". Sea lo que fuere no debería sorprendernos demasiado. Todas nuestras empresas estratégicas, la mayoría de ellas privatizadas durante el mandato de Aznar, están en una situación parecida. Es la consecuencia directa de una globalización cada vez más difícil de contrarrestar por los estados nacionales. Sobre todo cuando estos se desentienden del asunto en un alarde de liberalismo ingenuo propio de países tercermundistas.

Lo sorprendente sin embargo de esta oferta es la ausencia total de polémica en el terreno político. Habrán observado que en este caso nadie del PP, ni de sus altavoces mediáticos, ha dicho nada al respecto. ¿No les resulta extraño? Todo buen patriota que se precie de serlo (y en eso los chicos de Acebes, a juzgar por la cantidad de banderas que exhiben, tienen un pedigrí largamente acreditado) debería estar seriamente preocupado por la pérdida del poder de decisión económico que ello podría comportar para España. Y no solo por eso, también por el debilitamiento que dicha venta puede suponer para el liderazgo económico español en Latinoamérica.

Pero ocurre que en Texas Pacific, que se sepa, no está La Caixa, ni por tanto, los catalanes. Razón por la cual, según parece, Iberia puede venderse sin problemas. Mucho mejor Bush que Carod Rovira, deben estar pensando en la sede de Génova. ¡Todo el mundo quieto!, habrá ordenado Rajoy (o quien quiera que allí mande).

No me digan que España no es el país más exótico del mundo en materia empresarial. Quienes han garantizado hasta ahora la españolidad de las empresas estratégicas privatizadas (Telefónica, Repsol, Gas Natural, etc.) han sido, paradójicamente, catalanes y vascos (a través de La Caixa y del BBVA), mientras que los madrileños (sobre todo Caja Madrid), mucho más españoles en apariencia, no han dudado ni un segundo en entregar sus acciones al capital extranjero en cuanto éste ha hecho un simple amago de compra.

Así lo hicieron en Endesa (10% del capital) y así lo van a hacer en Iberia (9,99%) sin ninguna duda. Naturalmente, ellos arguyen que se trata de operaciones estrictamente económicas en beneficio de los impositores (sic). Pero reconozcamos al menos que esto cuesta creérselo, sabiendo como sabemos, primero, que no lo pueden demostrar, y segundo, que la larga mano de Esperanza Aguirre alcanza el consejo de administración de Caja Madrid, al menos con la misma intensidad que la de Montilla el de La Caixa.

Aceptando pues que ambas instituciones, lamentablemente, juegan a la política, resulta más que obvio que el presidente catalán es mucho más patriota que la presidenta madrileña, y que, por tanto, una cosa son los himnos y las banderas, y otra, muy diferente, los hechos. Cuando de lo que se trata es de elegir entre españoles y alemanes, en el caso de Endesa, esa indiscutible patriota que es Esperanza Aguirre no duda ni por un momento en alinearse con los germanos. Y ahora que se trata de EEUU frente a Europa (podría haberse intentado un acercamiento a British Airways o a Air France) tampoco duda en unirse con armas y bagajes con el primero.

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La derecha española no es que haya perdido el rumbo político, no es que enrede sistemáticamente para conseguir réditos electorales, no es que le cueste asimilar que haya perdido unas elecciones que creía ganadas, es que ni siquiera tiene una estrategia económica creíble para este país. Esto es lo realmente preocupante. Mucho más, incluso, que el hecho de que Díaz de Mera no quiera colaborar con la justicia. ¡Cómo iba a hacerlo, el pobre, si está incapacitado moralmente para ello!

En fin, que empeñados como están en encrespar y oscurecer la vida política con la única finalidad de recuperar un gobierno que siempre creyeron de su propiedad, es muy probable que, si alguna vez lo consiguen, se encuentren con que ya no tengan mucho que gobernar.

Lo advirtió Benavente en su día: una idea fija siempre parece una gran idea; pero no por ser grande, sino porque ocupa todo el cerebro. Un visionario, este Don Jacinto.

Andrés García Reche es profesor titular de Economía Aplicada de la Universidad de Valencia

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