Lo que nos espera
La verdad es que no sé muy bien por dónde empezar, porque con las carreteras vascas siempre me pierdo, no sólo porque en la calzada hay tantas rayas que es difícil encontrar el carril de circulación, sino por la cantidad de noticias que generan. Sería una exageración decir que nuestra red viaria atrae tanta atención mediática como el o los Procesos, pero es evidente que los asuntos circulatorios ocupan nuestra prensa un día sí y otro también. La mayoría de las veces son (malas) noticias a pie de asfalto: las habituales retenciones kilométricas o atascos monumentales producidos por tal accidente, tijera o vuelco. También me pierdo en el apartado judicial, cuya densidad de tráfico es bastante considerable. He perdido la cuenta de los recursos que ha provocado ya el peaje de la A-8. Lo único que tengo claro es que el peaje es lo que mejor circula en la citada autopista: la tarifa sube sin pausa y con regularidad.
Y luego están el resto de las malas noticias: las emisiones de CO2, la contaminación acústica, las horas de trabajo perdidas en los atascos, los accidentes y sus secuelas. Un informe del Gobierno vasco revelaba hace poco que los gastos externos generados por el transporte por carretera ascienden cada año a casi 2.000 millones de euros, lo que en una numeración menos perdible representa algo así como 930 euros por persona. En fin, un desastre. Y ello en circunstancias "normales", porque luego están los extras: cuando llueve demasiado o se pone a nevar, y entonces el asunto se desborda, pasa de la raya del desastre a la de caos y signo inequívoco de que éste será un país en marcha, pero, desde luego, sobre el asfalto ni se aparenta. Basta con ver el descalabro que provocó la última nevada. Como si en la consejería de tráfico estuvieran tan ocupados con los monitores de vigilancia o radares de velocidad que no les quedara tiempo para ver las pantallas de televisión donde los temporales se predicen con varios días de adelanto.
Hablando de vigilancia, la consejería de Interior nos acaba de anunciar que va a ser reforzada durante la Semana Santa, sobre todo en los 20 tramos que ese departamento identifica como "conflictivos". En fin, que ya sabemos lo que nos espera. Y es natural; el conductor tiene que respetar a rajatabla las normas de tráfico. La consejería competente nos ha avisado también de que en nuestra red viaria nos esperan 16 puntos en obras. (Dicho así no se aprecia el alcance, pero 16 significa casi todos, esto es, que cojas la ruta que cojas te encuentras con obras). A mí no me ha quedado claro si a los 20 puntos conflictivos hay que sumarles los 16 de las obras, y entonces son 36 los puntos de cuidado, o si las obras se consideran un conflicto en sí mismas. No me ha quedado claro, pero me inclino por lo segundo, sobre todo si tenemos en cuenta cómo se señalizan en nuestras carreteras. En algunos puntos negros (por ejemplo, a la altura del kilómetro 79 de la A-8 en sentido San Sebastián) las obras son considerables y la señalización tan precaria, tan temerariamente inconsistente, que la conflictividad alcanza la dimensión del ser o no ser; en fin, que como te descuides un pelo te matas. El cuidado lo tiene que poner el conductor. Las autoridades competentes allí sólo han puesto el conflicto.
Esto es lo que nos espera en Semana Santa si nos decidimos a circular vigiladamente por las carreteras vascas: proliferación de rayas por el suelo y de obras penosamente señalizadas. Aunque tal vez sería más justo decir penalmente señalizadas, porque la precariedad de las señales de aviso, la cutrez de los vallados y otros artilugios separadores, la siniestra pobreza de la iluminación, la extensión de los tramos en los que hay que circular sin un mínimo arcén o banda de seguridad bien merecerían engrosar el tráfico de recursos ante los tribunales. Componer un recurso de amparo al ciudadano obligado, por el mal estado del camino, a circular como por una práctica de riesgo. Obligado así a pagar dos injustos peajes: el contable y el otro, ese que, como no "adivine" el conflicto y la obra, no contará.
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