Los obispos
En una votación para elegir su palabra preferida en lengua castellana, los niños colombianos se han inclinado por "chocolate". Los niños comparten con la divinidad y con Gabriel García Márquez el valor genesiaco del lenguaje: la palabra chocolate engendra chocolate. En Una historia de la lectura, Alberto Manguel habla de la costumbre judía medieval, en la celebración del Pentecostés: se escribían versículos bíblicos en huevos cocidos ya pelados y en pasteles de miel, que los niños podían comer después de leer las palabras sagradas al maestro. Podríamos ir más lejos, como en algún texto antiguo: Dios creó lo existente a partir de 22 letras y 10 números. Lo que sí es verdad, una verdad de cada día, es que unas caprichosas combinaciones de letras, y no digamos ya de números, determinan la "realidad" y condicionan nuestras vidas. Los chavales colombianos han preferido "chocolate". Los obispos españoles han optado por la palabra "promiscuidad". El Gobierno, denuncian los prelados en una nota pública, "alienta la promiscuidad". Al tiempo, piden la abolición del aborto y abominan del divorcio. Es propio de la Iglesia condenar todo eso, aunque es más propio del cristianismo el imperativo superior de la piedad. El aborto y el divorcio son situaciones muy penosas para quienes las afrontan. De hacerle caso a la Iglesia española, estaríamos hablando, en el siglo XXI, de mujeres encarceladas y yugos inhumanos para matrimonios rotos. En cuanto a la "promiscuidad" (ver diccionario RAE), el mezclar carne y pescado es un avance gastronómico, siempre que se cocine con amor. En la gastronomía, como en la teología, también se libra una feroz batalla entre fundamentalistas y gastrónomos de la liberación. Xavier Mas lanzó en La Vanguardia una llamada al valor promiscuo: "Sólo falta un cocinero con ganas de incorporar a un guiso de pies de cerdo una picada de melocotón, mango y guanábana". No sé qué comen hoy los obispos en Cuaresma, pero hay palabras imprescindibles, amor, paz, perdón, piedad, que se echan cada vez de menos en su menú. ¿Será que los prelados no saborean las palabras esenciales? Es una elección decisiva en la vida: nombrar, llevar en los labios, lo que deseamos o lo que nos repele. Yo me apunto a las piedras de Santiago, que son de chocolate.
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