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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Esperanza en Riad

Los dirigentes árabes reunidos en Riad han sido capaces de alumbrar con aparente cohesión un plan que pone al día el frustrado de 2002 en Beirut y puede, en las circunstancias actuales, servir de rampa de lanzamiento para un acercamiento entre Israel y los palestinos, tema central de la cumbre. La iniciativa se ha producido tras meses de trabajo entre bambalinas del Gobierno saudí, que emerge como el nuevo aspirante a hacer política global en la región en representación de los regímenes moderados.

Tan alentador como el paso adelante de los Gobiernos directamente implicados resulta el aplauso inicial de EE UU, que, pese a su condición de aliado integral de Israel, calificó ayer de "muy positiva" la declaración de Riad. De hecho, la reciente gira de Condoleezza Rice por la zona ha servido para afianzar el papel predominante de la diplomacia saudí, incluso a pesar de que en ese papel comienza a apreciarse un creciente distanciamiento de la Casa Blanca, como lo muestra la afirmación del rey Abdalá sobre el carácter ilegítimo de la ocupación estadounidense de Irak.

Uno de los elementos que más se ha echado en falta en el descarrilado conflicto israelo-palestino es la ausencia de un mapa de ruta propiamente árabe, en el que estuvieran implicados los Gobiernos de la zona, cuya influencia en los acontecimientos se produce al margen de la condición corrupta e inmovilista común a muchos de ellos. Como insólitamente ha señalado el monarca saudí, son los regímenes árabes los principales responsables de su estado de postración o de su escasa capacidad para afianzarse como interlocutores de peso en el escenario internacional.

Con la reedición moderada del plan de Beirut de hace cinco años para que Israel pueda vivir en paz con sus vecinos, los dirigentes árabes han dado un paso relevante. Más que por los resultados inmediatos que cabe esperar, presumiblemente menores en un conflicto enquistado, por lo que puede tener de fortalecimiento de las posiciones moderadas tanto en el campo judío como en el palestino. Si una iniciativa saudí permitió hace unos días que las dos facciones palestinas antagonistas sellasen formalmente la paz y alumbraran un Gobierno de unidad, toca ahora forzar la máquina diplomática para que el acercamiento se traslade a los dos contendientes por antonomasia en Oriente Próximo. El apoyo internacional sin reservas resultará decisivo para conseguirlo.

El plan de Riad no servirá sin cesiones sustanciales de Israel. Es importante, en este sentido, que los dirigentes árabes no reclamen imperativamente el derecho de los palestinos al retorno automático a los territorios de los que fueron expulsados en 1948, lo que a estas alturas torpedearía cualquier posibilidad de diálogo, sino una "solución justa" para esos millones de desplazados. En Riad se sabe que no hay una sola posibilidad de que Israel acepte la devolución de todas y cada una de las tierras anexionadas en 1967, pero el Estado hebreo también conoce que no puede seguir ocupando el grueso de Cisjordania. Se trata ahora de reabrir un camino cegado, considerando la declaración de Riad no como un tómalo o déjalo, sino un nuevo comienzo de un proceso que debería ser al fin prometedor si se asegura a los palestinos que sus justas demandas serán atendidas y a los israelíes que no se les pondrá contra un muro insalvable.

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