Rajoy contra Camps
A Vicente Rambla, el portavoz del Consell, le pareció el sábado "muy razonable" el veto del PP a los medios de Prisa. En esto, como en todo, Rambla no pisó ninguna línea roja y fue consecuente con la política sectaria aplicada por la Generalitat valenciana en la concesión de licencias de televisión digital, en el reparto de publicidad institucional y los convenios de prensa. Sin embargo, desde el punto de vista institucional, esta nueva vuelta de tuerca en el ánimo sulfúrico de la cúpula de su partido en Madrid sitúa a su presidente, Francisco Camps, más cerca del borde del abismo. A Camps el 14-M le abrió un precipicio muy psiquiátrico ante los pies, que ha plagado la legislatura de paradojas, antítesis y absurdos. Uno de los ejemplos más gráficos, sin duda lo compone el estrépito continuo sobre la inseguridad en la que supuestamente vivimos los valencianos, mientras, a su vez, el Consell vende una imagen paradisíaca de la Comunidad Valenciana para atraer al turismo. Y otro tanto ocurre con la desesperación hídrica que transmite de forma sostenida mientras obstaculiza la puesta en marcha de desaladoras que nos den agua. Camps ha tenido que hacer posturas muy circenses para compatibilizar la truculencia y desesperación que le imprime su partido (cada vez más radicalizado para evitar la descomposición en la oposición), y la serenidad que le corresponde como presidente de una de las autonomías más fibrosas de España. Y para su desgracia, casi siempre se ha caído de la cuerda. En eso, Esperanza Aguirre lo ha tenido más fácil, puesto que la batalla solapa los escenarios. Pero alejado de ese epicentro convulso, nada le interesa más al presidente del Consell en la recta final de las elecciones que la calma chicha para garantizarse la desmovilización electoral del votante sociológico de la izquierda. Para mantener el poder, Camps precisa una participación que no rebase el 70%, lo que le permitiría, aun con un escaso margen de escaños, formar de nuevo gobierno. No necesita un horizonte de banderas que evoquen la plaza de Oriente en los tiempos en los que el difunto se mantenía erguido por la erótica del pelotón. Ni embestidas ultras contra los medios de comunicación. Sino que la perezosa tranquilidad de la calle contagie al elector. Pero en cambio, Rajoy le está arruinando la expectativa. Ya está casi como Aznar, a punto de pedirle una placa de agente federal a Bush, como hizo Elvis a Nixon para salvarnos de los delirios generados por sus propios efectos secundarios. Sin embargo, a Rambla esto le parece "muy razonable". Es lo que tiene estar ahí para dar el pésame.
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