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DON DE GENTES
Columna
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Manifiéstate

Elvira Lindo

MAYO DE 1945. Éste bien pudiera ser el principio de una de las historias de Sophia, la madre de Las chicas de oro, pero no. Mayo de 1945. El pueblo de Buenos Aires se manifiesta para celebrar una alegría histórica, la rendición de los alemanes. Pero no hay lema, por muy abrumador e internacional que sea, como es el caso de la celebración de la derrota del fascismo, que no esconda una protesta local, más cercana al manifestante. Aquel día se gritaban consignas contra el nazismo que incluían otras contra el verdadero fantasma de los argentinos, el peronismo. Sea como fuere, el Borges de 46 años que presenció todo aquello lo recordaba como la primera vez que había sentido que una expresión colectiva podía ser noble. También creo que añadió que no sabía que en Buenos Aires hubiera tantos antifascistas, pero ésta sería la apostilla sarcástica que todo escritor considera que debe añadir para que nadie pueda acusarle de entregarse a las emociones populares. Pero es cierto que una manifiestación con su lema, su pancarta y sus líderes, siempre tiene gato encerrado. A veces el gato es una pantera y otras un gato callejero. En la manifestación que siguió al atentado del 11 de marzo de 2004 recuerdo que algunos amigos me dijeron: "¿Cómo vamos a ir, si no sabemos contra qué grupo terrorista tenemos que manifestarnos?". El manifestante quiere tener las cosas claras y éstos son tiempos de confusión. Recuerdo esos momentos de tensión que se vivían en la fiesta del PCE en la Casa de Campo cuando, a la hora de escuchar a los dirigentes, algunos bravucones del público ondeaban la bandera republicana. Los comunistas de entonces, bien disciplinados y atentos a la consigna de su partido, silbaban o se acercaban para increpar a esos militantes depravados. Pero entraditos ya en una democracia en la que en un fin de semana pueden convocarse tantas manifestaciones como romerías en la Virgen de Agosto, cada uno quiere una manifestación a su medida. Naturaca. Manifestación customizada. España es un país de espíritus puros. Hay espíritus puros que presumen de nunca haber ido a las manifestaciones de víctimas del terrorismo. Por si aca. Espíritus puros que sólo van si las convoca el Gobierno. O espíritus puros que sólo saldrán a la calle si la manifestación la convoca Rajoy y es para gente de bien. Los hay que aun estando contra la guerra de Irak no quieren volver a estar al lado de una pancarta que diga: "¡Judíos fuera!", o que murmuraban en la de hace cuatro años: "Lo que me jode es que Sadam Husein se vaya a ir de rositas". Otros ya no van porque consideran que, a pesar de que las manifestaciones contra la guerra coinciden con otras convocadas en cien lugares del mundo, estando como están las cosas en España la manifestación se convierte en un espaldarazo al Gobierno con miras a las municipales. Hay ciudadanos que no quieren ver una pancarta en la que esté escrita la palabra "diálogo", frente a otros que se muestran reacios a que el lema incluya un término que en principio habría de entusiasmar a cualquiera, "libertad". Hay quienes se llenan la boca con la palabra "PAZ" y quienes la escupen como si fuera un insecto que se les hubiera colado en la boca. Hay quienes, estando de acuerdo con todo, con el lema, el hecho que se denuncia, los individuos que sujetan la pancarta, el recorrido elegido y los artistas que la secundan -"¿pero has visto qué bueno está Bardem?"-, no pueden soportar al lector/a elegido para leer el inevitable manifiesto: "¡Esto deberían haberlo avisado!". Hay quienes pasan de la personalidad elegida para leer el manifiesto -"me da igual, no soy mitómano"- y sólo se fijan en el manifiesto en sí. Parece mentira, pero hay gente que va a una manifestación a escuchar el manifiesto. La escena, por muy dramática que sea la causa, siempre termina asemejándose al Sermón de la Montaña en La vida de Brian: "¿Qué ha dicho, qué ha dicho, que bienventurados los que están a favor de la negociación o los que están en contra de la negociación?". Hay quienes se ponen técnicos y dicen: "Lo sabía, siempre igual. La megafonía está distribuida de puta pena". Y otros, que tienen oído de tísico, se enteran de todo y cierran los ojos como saboreando cada palabra para luego abrirlos con espanto: "¿Pero se puede saber quién ha escrito esta mierda?". Hay quienes siempre están de acuerdo con el manifiesto, le dan un codazo al de al lado y le dicen: "Mire, mire, los pelos como escarpias". Están los nostálgicos: "La del 23-F, en ésa sí que estábamos unidos en un solo grito". Y un clásico de las manifestaciones, el heroico: "Mira, hijo. ¿Ves ese seto de la plaza de Colón, el que está al lado de la puta bandera? Pues ahí estuve oculto tres horas de reloj, cercado por los grises. Había que tener mucho valor para estar ahí, hijo mío". Y están los calculadores: "Te digo que hay unas 500.000 personas, y yo tengo el culo pelao de hacer cálculos".

Ay, ay, tal y como se han puesto las cosas, raro es que se consiga reunir a más de 500.000 almas. Para cada causa surgen cinco manifestaciones paralelas, y eso siembra la desconfianza del ciudadano inocente (si es que queda alguno). Quisiéramos sentir la nobleza de las emociones colectivas, pero necesitamos una manifestación que esté a la altura de nuestro espíritu puro, o tal vez lo que necesitamos es que los partidos nos dejen más espacio para que nosotros encontremos nuestros lugares comunes. Entretanto, el sólo hecho de pasearse por el centro de la ciudad con las manos en los bolsillos, ejerciendo esa humilde libertad, saboreando el primer helado de la primavera, se convierte en un acto singular, en la manifestación de uno mismo. A estas alturas del año, la calle se llena de manifestantes solitarios.

Manifestación en Atocha contra el atentado del 11-M, en 2004.
Manifestación en Atocha contra el atentado del 11-M, en 2004.GORKA LEJARCEGI

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Elvira Lindo
Es escritora y guionista. Trabajó en RNE toda la década de los 80. Ganó el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por 'Los Trapos Sucios' y el Biblioteca Breve por 'Una palabra tuya'. Otras novelas suyas son: 'Lo que me queda por vivir' y 'A corazón abierto'. Su último libro es 'En la boca del lobo'. Colabora en EL PAÍS y la Cadena SER.

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