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Reportaje:

El último gueto africano de Lisboa

Los 7.000 habitantes del olvidado barrio Cova da Mouran tratan de escapar del estigma de las drogas y la marginación

Son las diez y media de la mañana, hora de salir al patio en el jardín de infancia de la Cova da Moura, a 15 minutos del centro de Lisboa. Ahí vienen: más de 100 pequeños negros y mulatos, con sus batas azules relucientes. Muchos hablan en criollo, el dialecto nativo de Cabo Verde y la lengua oficial del barrio. Sus cuidadoras les hablan en portugués y los sientan en el suelo, junto a unas huertas pequeñas. Los enanos miran con curiosidad al jardinero que mueve la tierra con una azada. La escena habla del respeto a la memoria de la diáspora africana y de la utópica esperanza de este barrio maltratado, miserable, digno y olvidado a partes iguales. Cova da Moura es quizá el último gueto africano de Portugal. Está habitado por 7.000 personas, muchos son obreros de la construcción y mujeres limpiadoras que llegaron a Europa en los años setenta y ochenta. Gente honrada y de bien. Pero en los últimos años la Kova se ha hecho célebre por la violencia, el tráfico de drogas y las muertes de jóvenes y policías.

Los vecinos tratan de escapar a toda costa de ese estigma. Por ejemplo, enseñando su cultura, su forma de vida y su rutina a quien quiera visitarlos. La asociación cultural Molino de la Juventud, que lleva 25 años luchando por los derechos del barrio, ofrece visitas guiadas. Por cinco euros por persona, el guía Silvino te acompaña durante seis horas. Turismo de gueto: comes feijão congo en La Princesa del Barrio, charlas con el camello y filósofo Euclides, visitas a la optimista peluquera, conoces al abuelo Diniz, y, si tienes suerte, bailas funaná con una belleza descalza o ves ensayar al grupo femenino de batucada Finka-pé, que ha participado en la película Fados, de Carlos Saura. Bienvenidos a Kova M., barrio conflictivo, maldito y alegre, lugar lleno de gente memorable.

EL ABUELO DINIZ Albañil jubilado

Diniz José Duarte tiene 88 años y vio nacer la Cova da Moura. "Llegué hace más de 30 años. Al principio sólo estábamos caboverdianos, luego empezaron a llegar los portugueses que regresaban de Angola y otros africanos". El barrio está muy cerca del Ikea, en medio de Amadora, una ciudad dormitorio. En los años setenta, cuenta Duarte, sólo había huertas y una cantera de piedra. En la montaña había una cueva (cova) y un molino viejo (todavía en pie) que habían pertenecido a la familia Moura. Eso le dio el nombre. La pérdida de las colonias fue clave para el desarrollo del barrio, construido por los vecinos con sus propias manos. Don Diniz era carpintero y herrero en Cabo Verde, y vino buscando "una vida mejor". "Por suerte la encontré. Trabajé siempre en las obras, estuve contratado con Entrecanales varias veces y pasé cuatro años en España. Hoy los jóvenes lo tienen más difícil. Unos son buenos, otros menos; es así. Pero la unión hace la fuerza. Si no llega la pensión, nos ayudamos".

SANTINHO Y MARÍA Mediadores culturales

Ze, Angoi, Edgar, Cuca, Céle, Amerikano, Ozerbe, Kabalo, Garybaldy. La espalda del joven Santinho está tatuada con los nombres de los nueve colegas caídos en la Kova en choques y tiroteos con la policía desde el año 2000. Son las 11.30 y los amigos de Santinho se acaban de levantar. Helder sale de la casa y se lía un canuto. "Es mi desayuno", cuenta, "hachís paquistaní, el mejor de Lisboa". "En el barrio, el hachís no se considera droga", aclara Catarina Laranjeiro, la psicóloga del Molino. "Pero mezclado con el alcohol está produciendo psicosis graves". Por la ventana atruena un CD de música tecno. Sale otro colega. "¿Tudo ok, tudo bom, tudo fixe?", pregunta. Lleva en la mano un mando de Play Station. "Juego tanto que sueño con la play", dice.

Todos llevan gorras, trenzas, pendientes, pulseras, collares, tatuajes, vaqueros, zapatillas: el uniforme del joven negro de barrio negro y problemático. Todos se consideran africanos aunque nacieron en Portugal y aunque se saludan con los gestos hip-hoperos de la MTV. El 50% de la población de Kova tiene menos de 20 años. "Casi todos los hombres hemos trabajado o trabajamos en la construcción desde que a los 13 ó 14 dejamos el colegio", explica Silvino, el guía, nacido aquí hace 25 años. Santinho, el de los tatuajes, está feliz porque tiene un trabajo de oficina. "Hice un curso en el Moínho, el Gobierno me dio una beca y me coloqué en el Servicio de Extranjeros y Fronteras del Ministerio del Interior. Soy mediador cultural, y atiendo al público en criollo, inglés, francés y portugués. ¿Sueldo? ¡Mucho, 700 euros!".

En la calle de al lado está María Furtado, de 22 años, risueña y con bufanda. Trabaja con Santinho, atendiendo llamadas en el call center, y gana lo mismo, aunque habla más: "El salario es fantástico. Para ropa no me llega, pero voy ahorrando y puedo vivir aquí, donde nací". ¿Te gusta el barrio? "¡Lo amo! Puedes ir a ver a las amigas, hablas con la gente por la calle, te saludas... Fuera de aquí nadie habla con nadie. ¡Esto es como vivir en África!".

IRMA La peluquera optimista

Nació en Praia, Isla de Santiago, y emigró a Portugal hace tres años. Como el 75% de sus vecinos, llegó al barrio después de 1997. A sus 24, es la reina de La Pérola Negra, una de las peluquerías del barrio. Mientras en la radio suena una morna, Irma cuenta que aprendió sola el oficio a los ocho años, y que hace trenzas por 10 euros y rastas (dos horas de trabajo) por 35. Cobra de sueldo 450 euros, aunque echa el día entero. "Aquí adoran venir al cabeleireiro. A veces acabo a media noche". ¿El barrio? "Ya no paso miedo. Hay muchas personas buenas".

ERMELINDO QUARESMA Profesor de informática

Otra de las actividades del Mohíno son las clases de informática. El profesor es Ermelindo Quaresma, un tipo fornido de 35 años que nació en Santo Tomé y Príncipe, el archipiélago del Atlántico que fue colonia portuguesa. Antes de ser informático, Quaresma fue albañil, "mano de obra barata y desechable"; y pasó, una por una, por las obras más emblemáticas del país: "Ayudé a construir la línea férrea de Sintra, la fábrica de Volkswagen, el puente Vasco de Gama, en el Centro Cultural de Belém...". De aquellos años recuerda a sus patrones: "De esos 12 años trabajando, solo coticé uno; si cotizabas, te lo descontaban del sueldo; íbamos a destajo y nunca tenías vacaciones...

EUCLIDES 'Camello' a la fuerza

En la sucia plaza del centro de la Cova varios jóvenes sujetan la puerta de un garaje al sol. Encima hay ropa tendida, al lado varias tiendas de fruta, pescado, un taller mecánico desvencijado. La furgoneta de la policía pasa tres veces en 20 minutos. Es uno de los puntos de trapicheo: heroína, cocaína, hachís, todo en escala diminuta. Droga mala y barata para clientes pobres. Euclides vende a la fuerza, cuenta. "La mala fama y la degradación del barrio nos obliga a vender para dar de comer a los niños. La sociedad no nos ayuda. Algunos hacen tonterías y los demás arrastramos la fama. Yo estuve trabajando en Francia y Luxemburgo cinco años y tuve que volver porque a mi hermano lo metieron preso injustamente. Pero siendo negro y con pendiente, aquí no eres igual que los demás, nadie te da trabajo. Conozco ocho países y ninguno es tan racista como éste. Soy portugués, nací aquí. Pero en cuanto pueda, cojo a los niños y nos vamos. Aquí no hay esperanza. Nadie nos juzga por lo que valemos".

EL SEÑOR EDUARDO Fundador del Moínho

Flaco, enjuto y de mirada viva, el señor Eduardo llegó a la Cova desde las Azores hace 24 años, "cuando no había alcantarillas y sólo había agua potable en una fuente". Enseguida empezó a ayudar, con su mujer belga, en una barraca con un techo de uralita: él prestaba libros y cuidaba a los niños que se criaban en las calles, ella enseñaba costura y limpieza a las mujeres para que pudieran colocarse de asistentas. Luego montó la asociación Moínho da Juventude, que hoy tiene ayudas fijas del Ministerio de Trabajo y Solidaridad y apoyos ocasionales del Fondo Social de la UE y otras institu-ciones.

Cova da Moura no se resigna a desaparecer bajo las excavadoras. El barrio no tiene centro de salud, no tiene farmacia, no tiene escuela secundaria, tiene una tasa de analfabetismo del 10%, un índice de natalidad de 4 niños por mujer y una tasa de abandono escolar altísima. "Pero también tenemos una historia propia, y el barrio está orgulloso de mantener viva la cultura africana y la memoria de la diáspora".

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