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Reportaje:

Casados por un negro

700 parejas protestan contra el racismo con una boda simbólica en Bélgica

Ana Carbajosa

El calabobos no deja de caer, pero a las 700 parejas que se han acercado hasta la plaza mayor de Sint-Niklaas parece no importarles. La ilusión puede más que la lluvia. "Estamos aquí para decirle al mundo que Bélgica acepta a todo el mundo. Queremos que nos case el concejal negro". Eddy, en silla de ruedas, viste traje de raya diplomática y corbata negra. Diana, toda de blanco, luce encajes y raso. Como las demás parejas hacían anoche cola para casarse en la gran boda simbólica que ayer ofició Wouter van Bellingen, el mismo concejal negro ante el que hace meses se negaron a casarse tres parejas flamencas. La noticia dio la vuelta al mundo y el Ayuntamiento de Sint-Niklaas, una ciudad de 70.000 habitantes al norte de Bélgica, organizó un casorio colectivo ayer, Día Internacional contra el Racismo.

Tres parejas habían rechazado que el concejal, de origen ruandés, celebrase su matrimonio

La riada de parejas no cesó en toda la tarde. Moteros, hombres disfrazados de marineros, gente de todas las edades. "Han venido de Holanda, de Bélgica, de Reino Unido, han venido a apoyarnos", dice Josef de Witte, director del Centro para la Igualdad de Oportunidades, un organismo del Gobierno belga. Para De Witte, con este acto simbólico quieren demostrar "que cada uno tiene derecho a vivir su vida y a que se le respete, sea como sea". El organismo que dirige recibe cada año en torno a mil denuncias por racismo, aun así, De Witte piensa que vendrán tiempos mejores. "Es verdad que ahora hay partidos que se atreven a mantener abiertamente un discurso racista y antes eso no pasaba, pero es parte del proceso, no hay que tener miedo a la discusión. Esto muestra que ha empezado la transición hacia una sociedad menos racista". De Witte alude entre otros al todopoderoso Vlaams Belang, el partido de extrema derecha flamenca que en las municipales del pasado octubre cautivó a un cuarto del electorado.

A Eddy y a Diana, que han recorrido 80 kilómetros para acudir al casamiento, también les preocupa el Belang y les inquieta que extiendan el miedo entre la población. "Cuando pasa algo y hay un extranjero implicado, en seguida hacen mucho ruido. Cada fin de semana hay peleas serias entre belgas en las discotecas y entonces no dicen nada". Eddy deja de hablar porque le toca el turno para inscribirse en la lista de parejas, instalada en una jaima de inspiración marroquí.

"La actitud de unas personas estúpidas y racistas se ha convertido en un mensaje de tolerancia y solidaridad", dijo ayer el alcalde de Sint-Niklaas, el socialista Freddy Willockx, a la prensa. Luego le tocó el turno a Bellingen, el gran protagonista de la noche que se sentía abrumado por el respaldo masivo a su iniciativa. "Esto es increíble. El mundo cree que Flandes es intolerante, pero le estamos demostrando al mundo que Flandes no es racista. Esperemos que esto sirva para cambiar la mentalidad de la gente", dice el concejal, de origen ruandés y adoptado por una familia ultranacionalista flamenca al poco de nacer, hace 34 años. Mientras, el jolgorio continúa en la plaza mayor de Sint-Niklaas. A él se han unido también tres parejas de Guadatelba (Málaga), que estaban de viaje de trabajo cuando se enteraron de la iniciativa y les faltó tiempo para apuntarse. "Hay que apoyar esta causa", dice María Crucero, concejala de Juventud, que ayer se casó de forma simbólica con una compañera suya. "Que se note que en nuestro país se pueden casar los homosexuales", añadió.

A las ocho y media de la noche comenzó la ceremonia, después de horas de bailes y conciertos. Bellingen salió al escenario precedido de un aplauso descomunal. Vestido de blanco, dio las gracias a los asistentes y en seguida procedió a casar a las cerca de 700 parejas que se habían registrado. "Pueden besarse", dijo antes de apretarle un beso de tornillo a su mujer, también sobre el escenario. Un multitudinario beso colectivo, abrazo incluido, selló la ceremonia en la plaza mayor de Sint-Niklaas.

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Sobre la firma

Ana Carbajosa
Periodista especializada en información internacional, fue corresponsal en Berlín, Jerusalén y Bruselas. Es autora de varios libros, el último sobre el Reino Unido post Brexit, ‘Una isla a la deriva’ (2023). Ahora dirige la sección de desarrollo de EL PAÍS, Planeta Futuro.

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