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Reportaje:Fallas 2007

Otras fallas son posibles

Un puñado de comisiones y movimientos alternativos desafía la rigidez estética y protocolaria de la fiesta

No tienen fallera mayor ni apenas estructura jerárquica. Huyen de la rigidez del protocolo, de los gastos fastuosos y del barroquismo estético. Tratan de sacudirse la caspa y el conservadurismo que, según denuncian, se ha adueñado de las fallas desde hace décadas. Utilizan el valenciano normativo con total normalidad y se esfuerzan por recuperar el sentido crítico de la fiesta. Manejan poco presupuesto, pero lo compensan con esfuerzo e imaginación. Y no se sienten menos falleras que el resto. Simplemente distintas. Son las fallas alternativas.

En el distrito de Extramurs de Valencia hay una falla que se siente como una isla en medio de un océano. Nació hace 99 años como cualquier otra comisión que ocupa su tiempo dedicando versos folclóricos a sus reinas y agasajando con flores a la Virgen de los Desamparados. Hasta que, llegada la transición democrática, un grupo de jóvenes se adueñó del timón de la nave y decidió que todo eso tenía que cambiar. Que la falla Arrancapins sería distinta. Y vaya si lo consiguieron.

En la comisión de Arrancapins el monumento lo elaboran los propios falleros y se satiriza al poder con menos miramientos que el resto
"A corto plazo las fallas alternativas están condenadas a la marginalidad porque el mundo fallero esta blindado contra estas propuestas"
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Desde que Arrancapins emprendió esta revolución interna, sus miembros nunca han participado en la ofrenda. Los cargos de fallera mayor y fallera mayor infantil se suprimieron en 1991 porque a los responsables de la comisión les parecían machistas. Cuando despunta el alba, sus falleros no se dedican a turbar la tranquilidad del barrio, ya que entienden que la mascletà sólo sirve para irritar a los vecinos. "Es una comisión alternativa en todos los sentidos", explica Gil-Manuel Hernàndez, socio de Arrancapins, sociólogo de la Universitat de València y experto en fallas.

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El sello alternativo de Arrancapins también se plasma en su monumento. De primeras, porque lo elaboran los propios falleros. Pero también porque satiriza al poder con menos miramientos que el resto. "El objetivo es dar mucha caña", advierte Hernàndez, orgulloso de que su falla, junto con la que monta el Ayuntamiento, sea "la única que no compite por ningún premio". Arrancapins desprecia los galardones, pero también los galones. Hay un presidente, pero las decisiones las toma una asamblea. El presupuesto anual ronda los 10.000 euros, a años luz de los 650.000 que Nou Campanar se ha gastado sólo en la falla grande.

La apuesta por una filosofía "progresista, laica y no sexista, que huye de la caspa y del conservadurismo", según destaca Hernàndez, está consolidada. Pero el camino no ha sido fácil, porque es inevitable que una falla tan especial despierte recelos. "Para el mundo fallero somos unos bichos raros. Y los sectores progresistas nos estigmatizan por ser falleros", se queja el sociólogo, que defiende la implicación de Arrancapins en la normalización del valenciano, "la única lengua" que la comisión utiliza en sus actos, en el monumento y en el llibret.

Como las fallas no son exclusivas de la ciudad de Valencia, otros municipios tienen su Arrancapins particular. Un ejemplo está en Sueca, donde las fallas cada vez tienen más difícil encontrar a alguien que quiera ocupar el cargo de fallera mayor, un honor que obliga a rascarse el bolsillo. A la falla Via del Materal no se le ha planteado este dilema, porque nunca ha querido tener reinas. "Aquí todos somos iguales", proclama su presidente, Salvador Sánchez. El origen de la falla se remonta a principios de los 80, cuando 12 amigos decidieron crear una agrupación inspirada en sus ideales "izquierdistas y valencianistas". Uno de ellos fue Anicet Lamolda, que aún recuerda los obstáculos que les puso la Junta Local Fallera de la época: "Al principio no nos admitió como falla por no tener fallera mayor. El primer año en todos los actos nos obligaron a desfilar después de las brigadas de limpieza. Como si estuviéramos expulsados".

Pasados los años, el Materal es una falla totalmente integrada en las fiestas. Uno de sus miembros llegó a presidir la JLF que hace años les marginaba. Y todo ello sin renunciar a sus señas de identidad: el estandarte de la comisión es el Penó de la Conquesta, y la barriada siempre se decora con banderas cuatribarradas sin franja azul. Además de impartir cursos de valenciano, la falla ha marcado tendencias en el ámbito de la indumentaria. "Nunca hemos querido ir vestidos de cucaracha", señala Lamolda en referencia al traje negro predominante hasta hace unos años. El Materal fue la primera falla de la ciudad en lucir prendas de saragüell o torrentí, y el resto de comisiones las ha ido adoptando progresivamente.

Via del Materal tiene un alma gemela que vive a sólo cinco kilómetros, aunque es unos años más joven. Se llama El Raconet, nació en 1992 y en su casal se reúnen profesores de tabal y dolçaina, maestros de valenciano y miembros de grupos de danzas tradicionales. Es una falla atípica, "y eso hace daño", según aclara su presidente, Carles Prats. "La JLF va a por nosotros, a cargarse todo lo que defendemos. Y ha empezado prohibiendo que las fallas usen cuatribarradas". También les exigían tener fallera mayor, un cargo que El Raconet se resiste a implantar. Otra peculiaridad es que sus falleras no llevan banda: "Dejamos de comprarlas porque no se las ponían. Así nos ahorramos un dineral".

A pesar de sus roces con el resto de agrupaciones, El Raconet no se siente una falla radical. Pero su idiosincrasia ha despertado odios entre los sectores arrimados a sectores ultras, que llegaron a ensuciar la puerta del casal con pintadas. "Las posturas se están radicalizando. Hay muchos que nos apoyan y otros nos aborrecen. Ya no existen matices entre el blanco y el negro", afirma Prats.

En opinión del sociólogo Gil-Manuel Hernàndez, autor del estudio Falles i franquisme a València, todas estas comisiones canalizan el rechazo a los aspectos "más casposos y rancios" de la fiesta, "una estructura ideológica heredada del franquismo que cuesta mucho de cambiar". No todas las fallas se ajustan a este patrón, "y algunas, sobre todo en el barrio del Carmen, apuestan por una estética diferente y contratan a artistas más comprometidos, aunque mantengan unan estructura de falla convencional". Pero la mayoría, según Hernàndez, sigue anclada a postulados conservadores. "A corto plazo, las fallas alternativas están condenadas a la marginalidad, porque el mundo fallero está blindado contra este tipo de propuestas. Pero muchos falleros están a favor del cambio, y casos como el de Arrancapins son necesarios para demostrar que hay otra manera de entender las Fallas".

Alf contra la pureza fallera

Para disfrutar de las Fallas no hace falta recurrir a la programación oficial. Desde hace algunos años, colectivos sin ninguna relación con la JCF montan su propia fiesta bajo unos preceptos opuestos a los convencionales. El centro social Terra de Benimaclet, lugar de reunión de jóvenes vinculados a movimientos alternativos, comenzó a celebrar hace cinco años unas fallas "totalmente populares", según explica uno de sus responsables, Natxo Calatayud. "El problema de las fallas es que durante el franquismo y la transición fueron instrumentalizadas por la derecha y el blaverismo, perdieron su sentido crítico y se pusieron al servicio del poder". En el Terra apuestan por lo contrario. El monumento del año pasado satirizaba la Copa del América. El que arderá mañana arremete contra la especulación urbanística y conmemora la batalla de Almansa.

Lejos del Cap i casal, en Carcaixent, un grupo de jóvenes inauguró el cambio de siglo promoviendo una de las iniciativas más atípicas del universo fallero. L'Esclat es, más que una falla, una asociación cultural. Pero planta un monumento y edita un llibret que se mofa de la coentor de las comisiones locales. En una de estas publicaciones, L'Esclat exaltaba a Alf, el extraterrestre de la teleserie de los años 80, como fallera mayor con su correspondiente banda y peineta. Sus miembros celebran una despertà ecológica, haciendo sonar ollas contra sus tapas. Y sus actividades despiertan tantas simpatías como odios. "Nos molesta que nos vean como una antifalla", lamenta Pau Álvarez, uno de los fundadores de l'Esclat: "Promovemos una fiesta más popular, pero no tenemos nada en contra de los falleros. La mayoría no son gente casposa ni conservadora, aunque hay una elite de pureza fallera que se siente agredida por nosotros".

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