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Reportaje:LECTURA

Trabajando para el enemigo

Kim Philby, Arthur Koestler, Josep Pla y Luis Bolín actuaron como agentes durante la Guerra Civil

Jorge M. Reverte

Hace tan sólo cuatro días que el periódico ABC, que se edita en Sevilla, ha publicado con gran alarde tipográfico la traducción de una entrevista realizada por el corresponsal del diario británico London Times al caudillo, al general Franco. En la foto que ilustra el texto del diario, el jefe de las tropas rebeldes que encabeza la guerra contra la República aparece señalando un mapa. Detrás de él, con gesto de concentración, el periodista inglés toma notas en una libreta de esas que caben en el bolsillo de la chaqueta. Se trata de un hombre de treinta y tantos años, vestido con pulcritud. Del bolsillo superior de la chaqueta le asoma un pañuelo colocado con coquetería, eso le da una apariencia de dandi que es muy del gusto de las autoridades de Burgos, porque añade respetabilidad al hecho muy relevante de que un inglés se interese por el caudillo y sus opiniones. El periodista es delgado, de ojos oscuros, de rasgos afilados, y se peina hacia atrás.

Del bolsillo superior de la chaqueta le asoma un pañuelo coqueto; eso es muy del gusto de Burgos, porque enfatiza que un inglés se interese por el Caudillo y sus opiniones
Philby fue reclutado por los servicios soviéticos en Alemania. Luego viajó a España para cubrir la información de la Guerra Civil para el diario conservador 'The Times'
Koestler se ha salvado después de que los franquistas le hayan desenmascarado, pero ha pasado varias semanas en capilla a la espera de ser ejecutado

La entrevista original ha sido publicada hace pocos días en Inglaterra y habrá provocado más de una reacción hilarante en los pocos que están al corriente de que el corresponsal es un agente soviético. La satisfacción de sus jefes debe ser mayor aún al saber que Franco le ha concedido a este hombre la cruz del mérito militar con distintivo rojo. Porque a los responsables de prensa de Franco les gustan sus crónicas equilibradas, bien escritas, y moderadamente favorables a su causa.

El periodista se llama Harold Adrian Russell Philby, ni más ni menos, aunque sus amigos le conocen por Kim, un apodo que le puso su padre, admirador de Rudyard Kipling y de su personaje Kim de la India, el lugar donde Philby nació.

Philby fue reclutado por los servicios soviéticos al menos hace cuatro años en Alemania. Desde allí ayudó a escapar de la barbarie nazi a muchos judíos. Ahora está en España, desde principios de 1937, cubriendo la información sobre la Guerra Civil para el diario conservador, que es uno de los periódicos que apoyan la rebelión franquista, aunque lo hace con decoro, muy lejos en su tono de las soflamas que otros periódicos de derechas practican para crear una opinión pública que repudia la quema de iglesias y los asesinatos de religiosos que se han producido en la retaguardia republicana en el otoño de 1936, y prefiere ignorar las matanzas sistemáticas que realiza el aparato franquista.

Seducido por Stalin

Philby es uno de los agentes que, después de coquetear con el partido comunista, se han dejado seducir por el aparato de inteligencia de Stalin, sobre todo porque piensa que el mayor peligro para el mundo es el movimiento nazi, y que a ese peligro sólo puede hacerle frente el comunismo. Otro de esos hombres, amigo y reclutado por Philby, es Anthony Blunt, alguien que conoce España. Blunt estuvo recorriendo el país en la primavera de 1936, junto con el poeta escocés Louis McNeice, que está componiendo un poema que comienza con una frase nostálgica, "And I remember Spain", en la que recuerda que un profesor de Cambridge les predijo con aplomo: "Habrá disturbios muy pronto en este país". Blunt lee las crónicas de Philby. Los jefes de ambos reciben las informaciones precisas del agudo analista político que se empeña en indagar en Burgos sobre la presencia de los italianos y alemanes, su capacidad de influencia, el grado de su penetración económica y política.

Su trabajo de periodista-espía ha estado a punto de costarle la vida hace un par de meses. El día 2 de enero, en el frente de Teruel, una granada reventó el coche en el que viajaba con otros tres corresponsales, dos ingleses y un americano. Los otros murieron. Philby apareció en los periódicos de todo el mundo con la cabeza vendada por las leves heridas que sufrió.

Cuando acabe la guerra, este genio de la impostación seguirá su tarea de espía durante una veintena de años, dejando al servicio secreto inglés en manos de los rusos. Entre los franquistas seguirá teniendo un espléndido cartel, gracias sobre todo a Luis Bolín, encargado de las relaciones con la prensa y uno de los consentidos de Franco. Bolín, según muchos, es también agente británico, y debe saber que Philby es espía, aunque no podría creer para quién trabaja realmente su corresponsal favorito, aquél a quien ha recomendado para recibir la medalla que Franco le ha impuesto.

Philby se va a escurrir de la vigilancia. Lo que no ha podido lograr un colega suyo, también periodista, el checo Arthur Koestler. Koestler está ahora a salvo, después de que los franquistas le hayan desenmascarado y de que el propio Bolín le capturara en enero de 1937 en Málaga. Pero ha pasado en capilla varias semanas en la cárcel de Sevilla, a la espera de ser ejecutado. Ha compartido celda con un repugnante personaje, Agapito García Atadell, un chequista al que querían matar tanto los franquistas como los republicanos por los muchos asesinatos que ha cometido y por fugarse con una enorme cantidad de dinero intentando llegar a América. Una denuncia republicana ha facilitado su captura a bordo de un barco en Canarias.

Un mal espía

Arthur Koestler disimulaba mal. No era un buen espía. Era casi un aficionado, entregado, eso sí, con gran entusiasmo, a la causa soviética. Pero sus movimientos en busca de informaciones sobre la presencia italiana en Andalucía provocaron pronto la alarma. La presión internacional le ha salvado la vida. El disfraz de periodista no sólo es idóneo para conseguir informaciones sensibles, sino para provocar reacciones en el mundo. Porque no hay pruebas contundentes de su actividad como espía. Aunque sí la clara convicción de Bolín y de los jueces militares.

En realidad, el trabajo para los espías abunda en España en estos días. En las dos zonas se mueven los agentes secretos extranjeros con soltura. Quizá la representación y la actividad más importante es la de los italianos de Benito Mussolini. Desde los primeros momentos de la rebelión militar, los agentes fascistas estuvieron al corriente de lo que sucedía. Tánger, pero también Ceuta o Melilla, estaban bien controladas por los agentes secretos del Ejército italiano, mientras los alemanes, los franceses y los mismos ingleses, los maestros occidentales en la interceptación de mensajes cifrados, se mantenían casi ignorantes de lo que se estaba preparando. Desde los consulados de Italia en el norte de Marruecos, la información fluyó con abundancia a los cuarteles generales de Roma. Pero no se han conformado con eso los hombres que controla el conde Ciano, yerno de Mussolini. Los servicios secretos fascistas han puesto en marcha, además, grupos de acción que colaboran en ocasiones con los franquistas. Una organización tenebrosa llamada OVRA se ha encargado de asesinar en Francia, por ejemplo, a los hermanos Roselli, dos de los organizadores de los voluntarios de las Brigadas Internacionales. Lo ha hecho con la colaboración de otra organización francesa no menos siniestra, La Cagoule, que presume de tener agentes infiltrados en el seno de esas brigadas.

Los asesinatos en Francia provocaron la ira del Gobierno galo, que puso en marcha su aparato represivo para acabar con las actividades de las dos organizaciones. Los más conspicuos asesinos se han tenido que venir a España. Por ejemplo, Jean Filliol, al que sus compañeros conocen por el poco simpático apodo de Le Tueur (El Asesino), se ha acogido a la hospitalidad franquista, protegido al principio por Severiano Martínez Anido, director de Seguridad del Gobierno de Burgos, famoso por haber inventado la llamada ley de fugas durante los años veinte que costó la vida a varios cientos de sindicalistas catalanes.

Con la OVRA y La Cagoule ha trabajado un militar español, el comandante Julián Troncoso, que ha protagonizado, junto a los agentes italianos y los terroristas franceses, acciones espectaculares, como el sabotaje de envíos de material bélico a la República y el intento, fallido por poco, de secuestrar un submarino y un destructor republicanos en puertos galos. Los problemas diplomáticos que le ha provocado a Franco esa alianza, que tiene su sede en un chalé en San Sebastián llamado Las Brisas, le han obligado a desmantelarla. Como ha comenzado a desmantelar otra red de espionaje situada también en el país vecino: el Servicio de Información de la Frontera Noreste, SIFNE, que financia el gran empresario catalán Francesc Cambó. En su red, que ha demostrado una eficacia indudable enviando informaciones enormemente precisas sobre barcos que comercian con la República, se desenvuelve con soltura otro periodista, el ampurdanés Josep Pla. Con su boina calada, Pla gasta parte de su tiempo, el que le deja libre la escritura de sus colaboraciones para periódicos franquistas y la redacción de una historia por encargo sobre la República, en apuntar las matrículas de los buques que recalan en Marsella para dirigirse al puerto de Barcelona o al de Alicante. Esa información es importante para intentar apresar los buques o para denunciar su existencia. Los contactos del SIFNE con la OVRA y La Cagoule son conocidos por el Gobierno francés y por el nuevo jefe de los servicios de inteligencia de Franco, el coronel José Ungría, que recela de la autonomía de los catalanes y debe cuidar las relaciones con el Gobierno francés. Aunque nadie hace ascos a maniobras tan rocambolescas como la que se ha puesto en marcha en relación con un grupo independentista catalán, Estat Català, cuyas simpatías hacia el fascismo y el odio al comunismo y el centralismo del Gobierno de Juan Negrín le han hecho dudar en alguna ocasión sobre de qué parte hay que estar en la guerra. El comandante Troncoso ha sido, una vez más, el encargado de enviar el mensaje de que Franco sería generoso con ellos, tras la victoria, si colaboran en complicarle la vida al Gobierno leal en las fronteras pirenaicas, donde tienen un sistema de paso clandestino por el que cobran cantidades elevadas de dinero a los simpatizantes de Franco que quieren huir de la represión republicana.

Los servicios secretos franceses apenas sí tienen medios para conocer la realidad en el lado franquista. Sólo un reducido número de agentes trabaja en el norte de África. Del lado republicano, se conforman con los informes de su Embajada. Los británicos muestran una similar actividad. Los informes de los diplomáticos oficiosos en Burgos, algún colaborador ocasional como Bolín, que realiza tareas dobles recabando datos para los ingleses y buscando apoyos para Franco. Y, sobre todo, el eficiente sistema de control de emisiones de radio, que les permite en ocasiones conocer incluso las informaciones que los agentes soviéticos envían a Moscú.

Los rusos saben de la eficiencia británica en el terreno de la escucha y de sus grandes esfuerzos por desvelar los códigos cifrados, el único sistema realmente seguro de comunicación. De la República, en la que controlan bien los aparatos de seguridad y, sobre todo, gozan de la absoluta obediencia de los comunistas, tienen acceso a cualquier información que deseen. Con el complemento de los corresponsales entregados, su sistema es en realidad el más eficiente. Además, el complejo de propaganda creado por Willy Münzenberg, al que están incorporados hombres de la valía de Otto Katz, cumple las funciones de intoxicación que pretenden engañar no sólo al enemigo directo, sino a todos los actores de la endiablada política europea.

El ascenso de Serrano Súñer

Los agentes alemanes se disfrazan de delegados comerciales de una sociedad llamada Hisma, que dirige un civil llamado Franz Goss. Hispano Marroquí de Transportes, que es el nombre completo de la compañía, se dedica a comprar piritas de hierro y otros minerales estratégicos, como el tungsteno, un elemento fundamental para los blindajes. Sus requerimientos de compra se encuentran a veces con dificultades por los trapicheos de Franco, que tiene que ser sensible a las presiones inglesas para comprar también las piritas. La principal preocupación de los nazis es conocer la correlación de fuerzas en el seno del aparato franquista. Ahora, con el ascenso de Ramón Serrano Súñer, que controla con mano férrea la política en Burgos, sólo les queda alguna inquietud en lo referido a los militares. Una mayoría de ellos son monárquicos a los que no entusiasman ni los rituales fascistas ni la chulería falangista, porque piensan con razón que la fuerza esencial de la rebelión son ellos y no los políticos, cualquiera que sea su inclinación. Cuando comience la guerra europea, esa preocupación se verá justificada. Serrano Súñer no conseguirá meter al país en el conflicto. Los militares conseguirán su objetivo de mantenerse al margen.

Los alemanes están utilizando una nueva forma de cifrado que llegará a su perfección en los próximos meses. Saben de la capacidad inglesa, pero confían en una nueva máquina que ha desarrollado su industria: Enigma es su nombre. Está basada en un modelo que se vende a empresas comerciales, y hay una decena funcionando en España. Pero no son, desde luego, del modelo más sofisticado, que es de uso exclusivo para su ejército. Del cuartel general de Franco ha desaparecido uno de los ejemplares, pero eso no les provoca una gran preocupación, porque se pueden conseguir de manera legal en el mercado.

España es un campo de ensayo para la utilización de las armas nuevas que producen las grandes potencias. Pero también de los sistemas de espionaje que serán decisivos en la próxima guerra. Los rusos y los ingleses serán quienes mejor aprovechen esa experiencia.

Carteles que alertaban contra el espionaje en la retaguardia: a la izquierda, uno republicano, obra de Jesús Alonso; el otro es de J. Briones y estaba auspiciado por el Gobierno rebelde.
Carteles que alertaban contra el espionaje en la retaguardia: a la izquierda, uno republicano, obra de Jesús Alonso; el otro es de J. Briones y estaba auspiciado por el Gobierno rebelde.
Kim Philby, con un aparatoso vendaje, tras ser herido en Caudé (Teruel) el 31 de diciembre de 1937.
Kim Philby, con un aparatoso vendaje, tras ser herido en Caudé (Teruel) el 31 de diciembre de 1937.CORBIS

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