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Reportaje:SUSANA, VÍCTIMA DE LOS ATENTADOS DEL 11-M

"Espero que se aplique la ley a los culpables"

Una de las heridas, que ha sido operada 32 veces, contempla las bombas de aquel día como una experiencia terrible, pero una más en su vida

Viste un suéter escotado color piedra y se cubre la cabeza con una amplia gorra de tela beige. En los ojos claros hay una expresión seria que rechaza la compasión. Susana (no es su verdadero nombre) conserva casi intacta su belleza pese a que es fruto, en parte, de un delicado trabajo de reconstrucción por parte de los cirujanos del hospital Gregorio Marañón de Madrid. Ella calcula que lleva unas 32 operaciones a las espaldas, la mayoría intervenciones de cirugía plástica, porque ha habido que colocarle una oreja ortopédica, reconstruir con piel de la oreja sana parte de la nariz, cultivar piel en un centro de Oviedo para implantarla después en muchas de las zonas de su cuerpo abrasadas por la explosión.

Susana tenía 30 años cuando la bomba que estalló en un tren de cercanías, nada más arrancar de la estación de Santa Eugenia, poco después de las 7.30 del jueves 11 de marzo de 2004, la puso al borde de la muerte. "Estuve dos meses en coma en el hospital. Tenía quemaduras de tercer grado, los pulmones destrozados, vértebras rotas, fractura de costillas, de rodillas, las piernas abrasadas, estaba rota... Debí de estar muy cerca de la bomba. Llegué muy, muy mal". A su marido le dijeron que se moría sin remedio.

Durante mucho tiempo, el psicólogo que la atendía, Francisco Duque, se relacionaba sólo con su ojo izquierdo, el único pedazo de su rostro libre de vendajes. Estuvo hospitalizada hasta el 13 de julio de 2004. Han pasado casi tres años, y Susana aparece rebosante de vida y animosa. Pese a que todavía le queda un largo calvario de operaciones por delante, y no ha olvidado las terribles curas, en las que ni siquiera la morfina conseguía aminorar el dolor.

Quiere incorporar esa "experiencia terrible" a las otras experiencias que han conformado hasta ahora su vida. No quiere ser reconocida como la víctima del peor atentado terrorista de la historia española y europea. Por eso no quiere aparecer con su nombre, ni que se le hagan fotografías. "Otra cosa sería que me hubieran dado el Premio Cervantes", bromea. "No soy una víctima, mi identidad va mucho más allá de eso, es mucho más compleja".

"No necesito verles la cara"

Ni siquiera el juicio que se celebra ahora ha conseguido agitarla. "No he ido a la Casa de Campo, no tengo necesidad de ir. Ni necesito verles la cara a los terroristas, ni decirles nada. No he ido porque no creo que me aporte a mí nada positivo y luego, porque no me da la gana de darles más protagonismo. No quiero que los terroristas ni el atentado ocupen más espacio en mi vida. Me ha pasado algo terrible, pero ese algo debe ser una cosa de las que me han pasado, no lo que me ha pasado. Espero tener muchas más experiencias en mi vida".

Eso no quiere decir que sea indiferente al veredicto. "Espero que se aplique la ley a los culpables. De los terroristas pienso lo mismo que antes. Son gente que no funciona con los parámetros de la gente normal".

Ella no recuerda nada de lo que pasó aquel día. Ni qué ropa llevaba, ni cómo fue a la estación. "Sólo sé que me acosté en mi casa la noche del 10 de marzo y lo siguiente que recuerdo es una voz que me llamaba, '¡Despierta, despierta! Estás en el Gregorio Marañón'. Y pensé que me había desmayado por la calle y me habían recogido".

Pese al impacto devastador del atentado, pocas cosas han cambiado en su vida. Sólo lo inevitable. Ha perdido su trabajo en publicidad, que le gustaba mucho, -"me dieron una incapacidad laboral total"-, pero ha retomado los estudios de Filología Hispánica en la UNED. Vive en el mismo piso de entonces, tiene las mismas amistades, los mismos gustos. Pero sí ha cambiado la visión de la vida. "Ahora aprovecho más cada momento, valoro cosas que antes no valoraba. Porque soy completamente consciente de que me voy a morir. Antes no. Cuando eres joven, ves la muerte muy lejos; yo por lo menos no pensaba que me pudiera morir, igual a partir de los 80 años. Ahora no, ahora sé que tengo fecha de caducidad y que la muerte puede estar ahí en cualquier momento. Eso te hace plantearte la vida de otra forma. Yo me digo: 'Esto es lo que hay, vamos a ser felices, porque se escapa'. Preocuparme por cosas serias, no por tonterías".

Y del futuro, ¿qué espera? "Ya he sufrido mucho. Ahora tengo que hacerme la vida más fácil, procurarme más momentos de felicidad, luchar por eso. Lo que los terroristas quieren es que todo vaya mal. Para ellos, en vez de 191 muertos, mejor que hubiera habido 2.000, y en vez de 2.000 heridos, que hubieran sido 5.000. Cuanto peor vayan las cosas, mejor para ellos. Y en el terreno personal, si no me recupero y pierdo mi trabajo y a mi pareja, pues mejor para ellos. Por eso, que todo me vaya bien, ser feliz, es un triunfo sobre los terroristas".

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