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Microcréditos trasplantados

Una de las noticias más emocionantes de 2006 fue la concesión del premio Nobel de la Paz a Muhammad Yunus, impulsor mundial de los microcréditos, pequeños préstamos para crear autoempleo que ya han beneficiado a 100 millones de personas, especialmente a través de créditos otorgados a mujeres, para que se abran camino, mejoren sus vidas y ganen en dignidad. El premio ha sido un espaldarazo para todos aquellos que se dedican a los microcréditos, que, más allá del Grameen Bank creado por Yunus, constituyen ya una auténtica revolución que se extiende en miles de iniciativas por todo el planeta. Es también la constatación de que no luchar contra la pobreza es un signo de ceguera, como lo es no afrontar el cambio climático o el agotamiento de las energías no renovables. No sólo un mundo sin pobreza sería más justo, sino que al potenciar sinergias que reduzcan la pobreza, creando puestos de trabajo y haciendo circular medios y salud, capitales y productos, se puede cambiar la espiral paralizante de enfermedades, hambre y decaimiento que azota gran parte de África, amplias zonas del sureste asiático y muchas áreas de América. Un mundo violento e inseguro, enfermo y precario, no beneficia a casi nadie. Las ONG, los programas de cooperación y el mundo de las microfinanzas parten del convencimiento de que la disminución de la pobreza no sólo conduciría a un mundo más pacífico, sino que traería beneficios para toda la humanidad, incluso para la que está en situación más privilegiada, este 24% que forma parte del llamado Primer Mundo o países desarrollados frente al 76% que estaría en el denominado Tercer Mundo o en desarrollo.

Es posible trasplantar los microcréditos. Lo que hace falta es que se complementen con otras medidas sociales

La forma de la arquitectura y el urbanismo que generan los microcréditos es tan diversa como los lugares donde se practica. En el caso más divulgado, el del Grameen Bank, se trata de un sistema pensado originariamente para sociedades agrarias. Dicho banco creó en 1984 su propia sección de vivienda, The Housing Loan Programme, tan exitosa e impactante como el invento de los microcréditos. En este caso las ayudas son de cantidades mayores, para quienes han sido fieles a los principios del Grameen, y los préstamos se devuelven con más tiempo, en 10 años. Se realizan casas mínimas de unos 24 metros cuadrados, aisladas y elevadas un poco sobre el terreno, de forma cuadrada, con cuatro puntales de hormigón reforzado que el mismo Grameen facilita y que los usuarios transportan, añadiendo unas paredes de trama de bambú o madera y cubierta a dos aguas. Cuando es posible, a cada operación se le añaden letrinas y agua corriente. Este programa de vivienda, que ha beneficiado a casi medio millón de personas en Bangladesh, se hizo merecedor del premio Aga Jan de arquitectura en 1989.

La práctica de los microcréditos se ha ido generalizando: en Bangladesh hay otros bancos similares al Grameen; hay muchos grupos de microcréditos en Latinoamérica, especialmente en Perú, Ecuador, Colombia, Guatemala y El Salvador, en muchas capitales africanas, y en áreas depauperadas de Estados Unidos, como los guetos de Chicago.

Pero, ¿es posible trasplantar los microcréditos fuera de contextos rurales y periféricos? ¿Cómo se pueden implantar en sociedades opulentas, con un altísimo coste de la vida y donde es necesario mucho dinero para iniciar un negocio? El módulo básico de una casa promovida por el Grameen Bank cuesta 300 dólares. Una vivienda mínima en programas de cooperación en Latinoamérica se sitúa entre 3.000 y 8.000 dólares. ¿Cómo aplicar los microcréditos en una ciudad como Barcelona en la que el alquiler medio está en 800 euros y las viviendas más baratas no bajan de 200.000 euros?

En su libro Microcréditos. La rebelión de los bonsáis (2006), Àngel Font, actualmente director de la Fundació Un Sol Món, explica que la idea de los microcréditos es universal y la primera acción no fue en Bangladesh, sino en Recife, Brasil. Su objetivo prioritario, que es incorporar a los excluidos facilitándoles para sus iniciativas los créditos que la banca convencional les negaría, puede cambiar de lugar y de escala. En España, la entidad pionera en implantar los microcréditos ha sido Caixa Catalunya, que en el 2000 creó la Fundació Un Sol Món. Más tarde los han adoptado otras cajas de ahorro: Caja Granada, BBK, Caixa Galicia y la Caixa de Pensions.

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Los objetivos esenciales de la Fundació Un Sol Món son la inserción laboral y la mediación para facilitar viviendas compartidas de alquiler. La inserción y mejora laboral se potencian mediante unos microcréditos de una media de 9.000 euros, que ayudan a desarrollar proyectos en el sector de los servicios: montar pequeños negocios, talleres de carpintería o costura, empresas de transporte o de limpieza, compañías de reparaciones y todo tipo de trabajos en los que predomine la actividad personal más que una compleja infraestructura. Entre los usuarios de microcréditos hay más mujeres que hombres y el 70% son inmigrantes que llevan ya unos años en este país. El contexto es totalmente metropolitano, alrededor de grandes ciudades como Barcelona, Madrid y Valencia. Por tanto, es posible trasplantar los microcréditos, manteniendo su filosofía. Lo que hace falta es que se vayan extendiendo, que su promoción se haga mucho más visible de lo que ha sido hasta hoy y, lógicamente, que estén complementados con otras medidas sociales.

Josep Maria Montaner es arquitecto y catedrático de la Escuela de Arquitectura de Barcelona (UPC).

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