_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Claustrus interruptus

Miquel Alberola

Francisco Camps ni siquiera acudió el viernes al acto de restitución del claustrillo de La Valldigna, cuyo tortuoso proceso, según su propio aserto, justificaba la legislatura que ahora sucumbe y se le escapa. Después de haber consagrado el monasterio de Santa María en un proyecto de ley, de haberle dado rango estatutario como "centro espiritual para todos los valencianos" y de haber solemnizado sus 384 piezas como si se tratase de las cuatro bases de nuestra escalera de ácido desoxirribonucleico, el presidente de la Generalitat faltó a su propia cita. No protagonizó ese acontecimiento al que estaba predestinado y que el consejero Alejandro Font de Mora, autor de la letra del pasodoble Francisco Camps, definió, en otro empeño épico, como "un acto que representaba el esfuerzo colectivo por recuperar nuestra identidad". Y su ausencia constituye una metáfora tan ergonómica como inmisericorde con su trayectoria política. Hubo de renunciar a la mayoría de propósitos simbólicos que le hervían en la cabeza como candidato, cuando seguía la estela de Jaume I trazada por el padre Burns. Incluso tuvo que viajar al extremo opuesto y emperifollarse de Don Pelayo para descomponer la caricatura nacionalista que Zaplana le había proyectado en Madrid para zarandearlo. Sin embargo, se atrincheró en la recomposición de este cenobio cisterciense desguazado como sucedáneo de lo que no podría hacer en el Diari Oficial de la Generalitat ni como secretario general. En todos estos años, el enojoso retorno de sus fragmentos desde Torrelodones ha sido sobredimensionado a la estatura de la recomposición del Sancta Santorum de Jerusalén, mientras Camps lo glorificaba con la mirada extraviada como si estuviese en el segundo mundo de Pamuk. Se llevó el primer pedazo al Palau de la Generalitat, lo acarició como si fuera una mascota y lo revistió de trascendencia metafísica fundacional. De hecho, Camps sólo ha podido desarrollar toda su verdadera creatividad política ajustando las piezas de ese Exin Claustrillo. Sin embargo, en el momento final del proceso no ha podido culminar la operación con el éxtasis requerido. La debida obediencia orgánica lo ha tenido demasiado ocupado encendiendo hogueras y avivando invectivas contra Rodríguez Zapatero. La turba en la que se ha convertido el PP en Madrid no sólo ha arrollado su cargo y su gestión, sino la coronación de su sueño gótico.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Miquel Alberola
Forma parte de la redacción de EL PAÍS desde 1995, en la que, entre otros cometidos, ha sido corresponsal en el Congreso de los Diputados, el Senado y la Casa del Rey en los años de congestión institucional y moción de censura. Fue delegado del periódico en la Comunidad Valenciana y, antes, subdirector del semanario El Temps.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_