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Reportaje:

Cuatro vidas sin letras

En Madrid continúan censadas 37.700 analfabetas en la semana en la que se ha conmemorado el Día de la Mujer

A la señora Martina no le gustan las fotos. En realidad, a la señora Martina "no le gusta nada y además está sorda como una tapia", susurra con ironía la dueña del bar La Plazuela, el único de La Acebeda -con 60 habitantes-, mientras ofrece con una mano un poco temblorosa un café de puchero y con la otra, igualmente algo tartamuda, una bolsa de macarrones y un paquete de Avecrem. Martina, vecina de este pequeño municipio cercado por montañas y a 90 kilómetros de Madrid, no sabe leer ni escribir. "Ni falta que le hace", dice la gente del pueblo. Es una de las 37.700 analfabetas que tiene censadas la Comunidad, pocos días después de una nueva conmemoración del Día Internacional de la Mujer, el pasado 8 de marzo. El dato contrasta con los 9.000 varones en la misma situación, una cuarta parte.

"Mis hermanos fueron al colegio y todos saben leer, pero las niñas no teníamos derecho", explica con sorna Vicenta, que ahora tiene 77 años
Isabel, que pertenece a una familia gitana, fue a clase por su cuenta "para aprender cosas", pero tuvo que dejarlo cuando ya conocía las vocales
Carolina se dio cuenta de que Basilia no sabía escribir cuando le devolvió en blanco una hoja en la que debía volcar sus problemas

"Entonces, no había probabilidades de estudiar" dice su hija, de unos 50 años y conocedora "bien, bien" de las letras porque asistió a un curso para adultos. A Martina Sanz, de 94 años, nadie le preguntó si quería ir al colegio. O a las clases nocturnas que daba el párroco, poco después de la Guerra Civil, para los niños que trabajaban durante el día. A los 10 años, Martina dejó de bajar al río para chapotear en el agua. A partir de entonces, jugaba con una pastilla de jabón casero y un hatillo de ropa ajena para lavar. Y así, durante años. También "sirvió en casas", dice su hija desde la puerta de la casa. Es un quicio muy chiquitito, en el que uno se daría en la cabeza si no tuviese la preocupación de agacharse. Pero, en realidad, no hace falta, porque nadie es invitado a penetrar en el humildísimo hogar.

La señora Martina, sostiene su hija, ha salido. Pero la dueña del bar, que intercepta al extraño en la carretera y le pregunta por la charla, lo pone en duda: "Está siempre ahí dentro. ¡Qué va a estar de paseo!". La hija de Martina Sanz se congratula de que su madre "gracias a Dios", está "bien de salud". Aunque según la propietaria de La Plazuela "no se mueve".

Carolina Céspedes, acento cantarín y entusiasta, se dio cuenta de que Basilia Sánchez, de unos 40 años, no sabía escribir cuando le devolvió en blanco una hoja en la que debía haber volcado sus muchos problemas en España. No era porque Basilia se hubiese declarado en rebeldía. Mucho menos aún que considerase que su adaptación no era problemática. El secreto es que no sabe escribir. Ni leer. Carolina, responsable de la Asociación de Cooperación Boliviano-Española, psicóloga y con un toque de hada madrina, se dio cuenta de que era analfabeta. "Tengo problemitas", resume Sánchez en un acento bastante extraño.

En Madrid no hay "voceros" y Basilia Sánchez, a veces, se equivoca de parada cuando coge el metro. Eso se sucede porque su lengua materna es el quechua, "de tradición oral, sin escritura", explica Céspedes. "Esta lengua es la mezcla de la virgen y la tierra". Un batiburrillo de creencias precolombinas transmitidas de forma oral y una "fuerte religiosidad católica".

Basilia Sánchez nació en Cochabamba (Bolivia) y llegó a Madrid, exactamente, hace tres meses. El martes se incorporará a su primer puesto de trabajo, cuidando a una persona mayor en Málaga. "Cuando hablo en quechua, suena muy bonito", dice Basilia y empieza a recitar algo en su lengua materna que, es verdad, suena muy bonito. Bonito, pero ininteligible. Confiesa que le cuesta hacer la compra, leer qué cosa es cada producto y "caminar en el metro". Pero hoy estaba contenta. Ha llegado "solita" hasta San Cristóbal de Los Ángeles, donde aún vive.

Desde la Consejería de Educación de la Comunidad se considera que el analfabetismo es "absolutamente residual" en Madrid y aunque se ofertan cursos de alfabetización los piden "cuatro personas". En total hay más de 69 centros dependientes del Gobierno regional dedicados a la educación de adultos. Además, hay otros tantos en ayuntamientos y dependientes de organizaciones no gubernamentales.

Isabel Jiménez, gitana de luto, no para. Limpiadora en el Secretariado Gitano, es "muy abierta" y le gusta "hacer muchas cosas". Entre ellas, aprender a leer la Biblia. "Es que soy cristiana evangélica", explica con un poco de risilla en la voz. No es su única inquietud. "Leo libros médicos y de cualquier cosa", asegura, aunque reconoce que le falta mucho "por mejorar". Isabel no es una de las 5.000 gitanas analfabetas de Madrid. Pero lo fue durante muchos años.

Isabel nació en León, hija de un cantaor de flamenco -Manuel, El Tejuela- y de un ama de casa "muy tradicional". En seguida, con tres años, se fue a vivir al barrio madrileño de Fuencarral. A nadie se le ocurrió que pudiese ir al colegio. En cambio, sí se les ocurrió que todos sus hermanos varones asistieran a la escuela. "Mi hermana mayor y yo fuimos los únicos de la familia sin aprender las letras", recuerda. Ella lo achaca a que su madre "era una mujer anticuada".

A pesar de la poca predisposición familiar, Isabel fue ella solita a un colegio con nueve años para aprender cosas. Pero "cuando ya sabía las vocales" sus padres decidieron mudarse. Qué pena. "Aprendía a reconocer letras, pero a escribir, no", dice. De hecho, ahora va a la fundación del Secretariado para "mejorar" y considera que el tema de la escritura todavía no lo controla muy bien. Isabel se casó con 14 años y tiene cuatro hijos. El primero de ellos lo parió con 16 años.

De las cifras globales de analfabetas, el colectivo gitano aporta una porción muy considerable de la tarta. Según Rocío García, coordinadora territorial del Secretariado Gitano, unas 5.000 mujeres en estimaciones "muy intuitivas". No hay un estudio riguroso al respecto. "A las mujeres gitanas se las dedica desde muy niñas al cuidado de la familia", argumenta García. Sin embargo, da datos curiosos: "Hay más niños que niñas en secundaria, pero entre los que consiguen terminar con éxito la educación preuniversitaria hay más niñas". Sin análisis. "Las mujeres han tenido un papel social sin importancia, dedicadas a los padres, a los hijos y a la familia", resume García. En total, hay 60.000 gitanos en la Comunidad.

Vicenta Ramírez, vecina de Vallecas, es la otra pata que sostiene el banco del analfabetismo femenino en Madrid. Inmigrante desde Tomelloso (Ciudad Real) en los años sesenta. Ahora tiene 77 años, pero "con una voz muy juvenil", se ríe por teléfono. Es verdad. "Las niñas no teníamos derecho", explica con cierta sorna, y recuerda que todos sus hermanos "sí fueron al colegio y todos saben leer". Ella no. "Nadie se lo planteó", resume todavía con guasa. "Ya sé que no voy a aprender nunca", comenta, pero ha empezado a asistir a las clases de la parroquia vallecana de San Timoteo. En realidad, confiesa, lo hace por reunirse con gente "y pasar el rato", pero algo ha sacado en limpio: "Los escaparates ya sí que los leo". Y se ríe otra vez.

Un grupo de mujeres recibe clases de educación para adultos.
Un grupo de mujeres recibe clases de educación para adultos.GORKA LEJARCEGI

DATOS DEL ANALFABETISMO

En la Comunidad de Madrid hay unas 46.700 personas que no saben leer ni escribir.

Un total de 37.700

son mujeres y los otros 9.000, hombres.

Unas 5.000 mujeres gitanas no han aprendido a reconocer las letras.

En la región hay unos 140 centros dedicados

a la educación de adultos, dependientes del gobierno regional, ayuntamientos

y otros organismos.

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