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Columna
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Gastronomía griega en Macondo

Con motivo de la celebración de las Jornadas Gastronómicas de Grecia, comercializadas por esa modesta tienda que es El Corte Inglés, la Embajada de Grecia ofrece la degustación de un menú en el restaurante de la sexta planta del centro comercial del paseo de la Castellana. Como entradas del menú que algún comensal imagina, en su fiebre madridista, aliñadas para el entonces inminente Bayern-Real Madrid, y hoy de tan triste recuerdo, como entradas a base de hortalizas y molusco octópodo para el Allianz Arena de Múnich, digo, el chef Lazaru, premiado por la Guía Michelin, presenta una ensalada de verdolaga, queso feta empanado con sésamo y uvas, y un pulpo cocinado con vino mavrodafni de Patrás y servido con crema batida de sémola.

Hay que responder con dolor: el griego moderno está bajo mínimos en nuestras universidades

La víspera de este acto, seguí con devoción la lectura pública de Cien años de soledad, de Gabriel García Márquez, en la Casa de América, que dirige la excelente escritora Julia Escobar. Allí conozco al colombiano Santiago Torres, que es un lector entusiasta de El coronel no tiene quien le escriba, de García Márquez, y de El extranjero, de Camus, una pasión camusiana, pues, que comparte con Manuel Vicent, que ha publicado el libro Comer y beber a mi manera. Vicent, como Manuel Vázquez Montalbán, es un escritor que habla de comida y bebida. Como la humanidad tiende al platonismo, siente rechazo cuando oye frases tan científicas como "somos lo que comemos". Y, sin embargo, ¿quién lo duda? Basta con ver esas imágenes de africanos que se mueren de hambre para volver a la sensatez y reconocerlo: somos lo que comemos. Por eso, en los países de Occidente, donde los ciudadanos, con frecuencia, no controlan la cantidad y la calidad de la comida, se sufre ahora ese sobrepeso también nefasto para la salud. No hay nada como una sopa de espárragos aromatizada con tinta de sepia para hacer aflorar el filósofo, trufado con sabiduría de don Francisco Grande Covián, que todos llevamos dentro.

Abre el acto de esta degustación, que se celebra en un restaurante con una vista magnífica de la calle de Raimundo Fernández Villaverde, desde donde se vislumbra hasta el Macondo de García Márquez, Fotis Manusakis, consejero de asuntos económicos y comerciales de la Embajada de Grecia, y me alegran especialmente las palabras que dedica a los helenistas profesionales. Les agradece que estudien tan a fondo la Grecia antigua y a la vez les anima a que se ocupen también de la Grecia contemporánea.

¿Cómo están los estudios de griego moderno en nuestras universidades? Hay que responder con dolor: el griego moderno está bajo mínimos en nuestras universidades. Todas las cátedras de griego están copadas por catedráticos de griego antiguo y los profesores especializados en griego moderno, cuando logran acceder a un trabajo universitario, la consideración laboral es similar a la que esa universidad -y el resto de la sociedad- ofrece a las empleadas de la limpieza. Por ejemplo, la Universidad Autónoma de Madrid tiene en esta ínfima consideración el griego moderno. Ni el recuerdo del exquisito bacalao al horno y del cordero con yogur y crema batida de trajanás, que es sémola cocida con leche, logran, pues, serenar mi espíritu cuando recuerdo este tema.

El embajador de Grecia, Yorgos Gabrielidis, dirige unas amables palabras al público en español. Y el director del organismo griego del Comercio Exterior, Panayotis Drosos, habla en griego, que traduce un intérprete. Sus palabras en griego me remiten a la lección 11 de El nuevo inglés sin esfuerzo, del fantástico método Assimil, donde se oye esta frase dirigida al corazón del rector de la Universidad Autónoma de Madrid: "Do you speak greek?" (¿habla usted griego?). Y el interlocutor del Assimil responde: "No, pero juego bien al tenis".

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