Una estación enmudecida
La responsable del Samur en Atocha vuelve a los andenes donde atendió a decenas de heridos y rememora lo que no puede olvidar
Se desplazan haciendo sonar una escandalosa sirena. Cuando llegan al lugar donde les necesitan, suelen encontrarse a gente nerviosa, asustada, herida. Son ruidosos y están acostumbrados a trabajar en el ruido. Por eso, tres años después de la matanza, el recuerdo que todavía estremece a Charo Pinilla, veterana enfermera y directiva del Samur, no es lo que vio, sino lo que no oyó aquel 11 de marzo de 2004 cuando llegó a Atocha y se encontró una estación llena de gente enmudecida.
"El silencio fue lo que más me impactó. Uno piensa que un herido grita y que muchos juntos gritarían mucho, pero cuando llegué a Atocha me encontré un andén oscuro y totalmente en silencio. Por no oírse, no se oían ni las sirenas de las ambulancias porque como llegaban escoltadas por la policía no las llevaban puestas", recuerda Pinilla.
Recuerda los apellidos de todos los muertos, como un estribillo imposible de olvidar
Charo Pinilla regresa tres años después al mismo andén de Atocha. La enfermera mira a las vías y las vías le devuelven la imagen de los vagones reventados por la explosión, los restos de vida desparramados por todas partes, los heridos que no gritaban... "Era una escena dantesca. Es una imagen imborrable", asegura.
Recuerda los nombres y apellidos de todos los fallecidos, como un estribillo que no consigue olvidar. Algunas imágenes de aquel 11 de marzo se le han pegado a la memoria como un traje de buzo. "Lo primero que vi al llegar fue una señora muerta en el andén. Aparentemente estaba bien. Estaba sentada, vestida, con la ropa intacta e incluso su bolsito consigo. Pero la explosión le había reventado el cráneo. Ahí me di cuenta de dónde estaba. Es cierto que hay un segundo que piensas en echar a correr, pero sabes que tu misión es salvar al mayor número de personas posible. Hace muchos años me hubiera quedado paralizada".
Charo también recuerda desde el mismo andén donde los atendió, los minutos compartidos con algunos heridos. "Se agarraban a tus piernas. La policía gritó '¡todos fuera!' porque podía haber otra bomba, pero ya habíamos empezado a atender a los heridos y nos pedían que no les dejáramos allí. En cuanto di la orden a mis compañeros de desalojar, me di cuenta de que era una orden que no podíamos cumplir. ¡Menos mal que no explotó nada más!".
Algunos de los recuerdos le hacen sonreír. "Vimos a un chico muy joven con una lesión muy grave. No podía respirar y le clavé una aguja en el pecho. Como empezó a sentirse mucho mejor pensaba que estaba bien y no paraba quieto. Quería ayudar a otros heridos. Yo no paraba de pedirle que se quedara en la camilla. Me impactó aquel chico; no tenía ni idea de lo cerca que había estado de morir".
Charo Pinilla lleva 21 años ejerciendo su profesión pero asegura que nunca se está preparado para algo así. "Era terrible. Había cuerpos por todos sitios, algunos desmembrados. La gente salía del tren como obnubilada. Era espeluznante. Pero nadie dijo 'me vuelvo a mi casa', que hubiese sido una reacción humana. En este trabajo ves mucho dolor, hay accidentes de tráfico en los que fallecen familias enteras, pero nunca habíamos visto tanta tragedia junta, tanto dolor de golpe", explica.
Durante unos interminables minutos, Charo Pinilla trabajó sin saber si su hermano viajaba en alguno de los trenes que habían explotado. "Me obsesionaba la idea de estar atendiendo a los heridos y que de repente uno de ellos fuera mi hermano. Sabía que iba en tren a trabajar y vivía en Alcalá. Afortunadamente, ese día se había quedado durmiendo un poco más". recuerda.
Durante dos días, no hubo tiempo para pensar, sólo muchísimo trabajo. "Volví a mi casa el 13 de marzo, después de estar dos días sin dormir, sin parar. Sentí alegría al reencontrarme con mi hija pequeña, pero al mismo tiempo fue un momento muy duro porque sabía que tenía que explicarle de dónde venía y qué había estado haciendo".
Charo Pinilla pasea por Atocha tres años después de la masacre. Hace sol. La estación está llena de gente y de ruido. De un bullicio reconfortante.
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