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Una nueva forma de hacer ciudad

Joan Subirats

Una de las primeras cosas que sorprende al llegar a la nueva terminal de Iberia en Barajas, más conocida como T4, es su tremendo tamaño. No es una terminal, sino dos, y cada una de ellas de proporciones colosales. Pero, el susto no acaba ahí, ya que un enorme cartel publicitario te indica, al tomar la carretera hacia la ciudad, que estás en el centro de un experimento urbano: "Valdebebas: una nueva forma de hacer ciudad". Por mucho que uno indague y escudriñe el horizonte no ve la mencionada ciudad por parte alguna. Lo que en cambio sí se ve es el enorme esfuerzo de las máquinas para aplanar el terreno y dejarlo reparcelado y listo para la pronta llegada de las grúas y los trabajadores de la construcción. En ese imponente erial, la única sombra de ciudad existente es la nueva ciudad deportiva del Real Madrid que quién sabe por qué Florentino Pérez decidió hacer en estos terrenos (o a lo mejor él si sabe por qué). En la web destinada al efecto (www.parquedevaldebebas.com), se nos informa de que "la nueva forma de hacer ciudad" es uno de los mayores proyectos urbanísticos de la Comunidad de Madrid, abarcando más de 10 millones de metros cuadrados. También se nos dice que la operación surgió de un convenio de gestión y planeamiento urbanístico suscrito por la Comunidad y el Ayuntamiento de Madrid (Esperanza Aguirre y Ruiz Gallardón, justo tras la espantada de Tamayo y Sáez), la comisión gestora del tema y el Real Madrid. En la nueva ciudad, se piensan construir 12.500 viviendas, el nuevo campus de la justicia, nuevas instalaciones de la Feria de Madrid y un gran parque, de cinco veces el tamaño del Retiro, sin olvidar un carril bici. La publicidad afirma que del proyecto surgirá "una ciudad acorde con el siglo XXI", "con una calidad de vida desconocida hasta ahora", en la que el ciudadano podrá "encontrar la condiciones para disfrutar de una forma de vida equilibrada en un espacio plural en el que no tenga que renunciar a nada". Pero, no se precipiten, aún no se venden pisos.

Las macrociudades implican tremendas presiones sobre sus habitantes, y acaban produciendo ciudades ingobernables llenas de islas difícilmente comunicables

Tenemos un nuevo ejemplo de lo que algunos consideran la clara ventaja de Madrid sobre Barcelona. Proyectos ambiciosos, situados en los márgenes de la M-40, al lado de un aeropuerto que como poco es intercontinental, y que proyecta Madrid hacia el futuro, y con metro y tren de cercanías previsto. Y la cosa no se acaba aquí. Si uno otea el horizonte desde Valdebebas, observa que les caben, al menos, dos o tres más "nuevas formas de hacer ciudad" hasta llegar a la M-50, y así integrando Alcobendas, San Sebastián de los Reyes, Alcalá de Henares y allá al fondo, esperando, Guadalajara. Tengo la impresión de que el concepto de desarrollo y progreso que se expresa en este tipo de operaciones no coincide con el que deberíamos de ser capaces de ir inoculando en nuestras mentes y en las mentes de nuestras élites dirigentes. Madrid ha optado por el modelo Distrito Federal y se encamina con fuerza a la megalópolis. Su economía crece con fuerza, pero como siempre, deberíamos preguntarnos cómo se distribuye esa riqueza y sobre qué espaldas y con qué costes están levantando ese futuro. Las macrociudades acarrean tremendas presiones sobre sus habitantes, en términos de movilidad, tiempos y gastos energéticos. Pero además acaba produciendo ciudades ingobernables, insostenibles, inseguras, inabarcables, incontrolables. Acaban siendo ciudades llenas de islas, de fragmentos, internamente homogéneos, pero entre sí muy difícilmente comunicables. Más que "nuevas formas de hacer ciudad", estamos ante construcciones de "no lugares" (Marc Augé), de desarraigo, de lugares que nadie puede reconocer ni reconocerse.

Lo curioso es que hay personas, de indudable influencia intelectual, que parecen estar encantados con este tipo de procesos, o que al menos les parecen ineluctables. En uno de los últimos números de la revista Arquitectura Viva, firmaba un editorial Luis Fernández Galiano en la que se decía: "Madrid se acelera porque España lo hace... La velocidad del cambio es vertiginosa, y la naturaleza inédita de la mutación urbana provoca a al vez admiración y ansiedad. Sin lugar a dudas, el actual estirón territorial tensa hasta el límite tanto la tolerancia material de la malla ciudadana como la resistencia inmaterial de los nervios ciudadanos, pero hasta los habitantes más castigados... aceptarán al cabo la penitencia de la confusión si la alternativa a la energía desordenada del auge no es otra que el declive de un Madrid menguante". No hay nada mejor que justificar los costes personales y colectivos de franjas de población muy concretas, si eso que no sabemos que es, pero que llamamos "Madrid", avanza.

En un reciente seminario sobre Respuestas locales ante inseguridades globales, celebrado en el CIDOB y que reunió a expertos y experiencias de Brasil y España, el profesor Imanol Zubero afirmaba que en las macrourbes la gente que puede se encierra en prisiones elegidas, en guetos voluntarios, ya que de ser la ciudad símbolo de libertad y seguridad ("el aire de la ciudad nos hace libres" decía un proverbio medieval), estamos cada vez más asociando ciudad a peligro. ¿Es ese el modelo de ciudad que buscamos? ¿Hemos de estar realmente preocupados por que Madrid "nos gane"? Me gustaría saber, aprovechando la oportunidad de las elecciones locales que se avecinan (si es que nos deja alguien hablar de algo que no sea el rifirrafe PSOE-PP), que piensan nuestros próceres municipales con relación al futuro de la ciudad de Barcelona. Podríamos preguntarles qué modelo de ciudad y de gobierno urbano nos proponen. ¿Podemos tener un proyecto autónomo? ¿No sería bueno que ese proyecto logre ser lo más ampliamente compartido y pactado con los múltiples actores públicos y no públicos que forman la comunidad local? ¿No deberíamos avanzar en procesos de gobernación colectiva del espacio metropolitano? La cooperación interna, la capacidad de evitar contraponer crecimiento e igualdad, puede acabar convirtiéndose en un medio para alcanzar calidad de vida sin sacrificar cohesión social interna ni daños irreversibles en el medio ambiente urbano. La proximidad emerge como un espacio desde el que pueden ofrecerse respuestas más adecuadas a la diversidad y a los nuevos retos emergentes, tanto a escala local como a escala global. Ésa podría ser otra "nueva forma de hacer ciudad".

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la UAB.

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