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Columna
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El niño tenía barba

En el prodigioso documento, o manifiesto, o lo que sea, del Anaitasuna de Pamplona, Batasuna ha parido nuestra ancianidad. Como si del cuerpo de Cristo se tratara -tomad y comed todos de él-, nos ofrece a todos, Estados, partidos, sindicatos y particulares, un remedio maravilloso que es como para frotarse los ojos. No se crean ustedes que lo que tienen delante de los ojos es real y verdadero, pues eso que ustedes creen percibir todavía está por llegar. Nos lo trae Batasuna cual solución feliz para todos nuestros pesares. Tomad de una vez, nos dice, el remedio para resolver el conflicto, tomad el remedio para la paz, respetad a Euskal Herria y la decisión democrática de todos los euskalerritarras, término éste que no me atrevo a traducirlo al castellano por miedo a errar. Batasuna pretende institucionalizar lo que ya está institucionalizado y que respetemos lo que ya respetamos. Todo ello, eso sí, siguiendo procedimientos estrictamente democráticos y en ausencia de toda violencia: sin injerencias, intromisiones ni imposiciones. ¿Recuerdan ustedes cuándo se institucionalizó este país? Sí, qué viejos somos los que fuimos testigos de ello, aunque cabe la posibilidad de que todo fuera un sueño, o de que el sueño sea el tiempo transcurrido y ayer sólo sea hoy y nosotros unos niños, o de que la pesadilla fuera eso, una pesadilla, y los muertos resuciten y estemos todos a punto de decidir lo que creíamos haber decidido ya. Batasuna parece que quiere hacer retroceder el tiempo, incapaz de comprender que el principal obstáculo para el tiempo que le convenía ha sido ella misma.

Una autonomía para los cuatro territorios de Hegoalde, esa es la panacea que nos propone Batasuna, junto a otra autonomía para los tres territorios de Iparralde, propósito este último que parece quedar a disposición del lucero del alba, un problema francés que se agotará en cuanto los franceses no le presten la más mínima atención. Conformémonos, pues, con el problema español y veamos si éste se aparta de la vía láctea justamente por atender a los procedimientos democráticos. Dice Batasuna que para caminar hacia el futuro feliz -la Euskal Herria Berria, unificada e independiente, o Nueva Jerusalén- hay que partir de lo dado. Olvida, sin embargo, que lo dado no es una realidad inerte -unos territorios desperdigados-, sino una realidad institucionalizada que se atiene a sus normas y principios democráticos: si Navarra no se ha incorporado a Euskadi es porque los navarros no lo han querido, pues en caso contrario una mayoría abertzale en el Parlamento de Navarra habría convocado ya, y lo habría ganado, el correspondiente referéndum. Lo dado es, por lo tanto, lo dado institucional, y no se entiende qué se haya de negociar para aceptarlo democráticamente, salvo que lo que se pretenda sea forzar, violentándolas, las normas democráticas. ¿Es el referéndum navarro la condición que plantea ETA para dejar definitivamente las armas? ¿Y qué pasa si los navarros deciden continuar como hasta ahora, como parece que ocurriría por mucho agente, agentillo o agentuelo social que Batasuna incorporara a la campaña? ¿Nos devolverían a todos sus treinta años de juventud, ya que el tiempo no parece haber pasado por ellos, dispuestos como están a despertarse por fin en el año 78?

Aunque todo esto huela a rancio -aún más rancio ese olor por el acre aroma de la sangre derramada- podríamos valorarlo sin embargo positivamente como un baño de realismo, muy adecuado para las arrugas de la senectud, capaz de incorporar a ese mundo a los planteamientos democráticos de los demás. Pero sorprende que para aceptar lo dado -aunque sólo sea como punto de partida- cueste tanto abandonar el terror. Sorprende, sí, que, por lo dado, se esté dispuesto a poner patas arriba un país, a forzar la erosión de sus instituciones democráticas, a hostigar a un gobierno hasta ponerlo contra las cuerdas, a alimentar a la derecha ultramontana de los últimos aquelarres. ¿Todo eso sólo para aceptar lo dado y los procedimientos democráticos para modificarlo? ¿No será que se pretende primero hacer de lo dado lo adquirido, forzar por la violencia un acuerdo sobre Navarra entre los partidos y venderlo bajo tutela militar como un logro democrático, además de cómo un triunfo? Lo dado tiene ya sus pautas democráticas, que no necesitan de acuerdo alguno. Si Batasuna quiere optar por las vías democráticas, no necesita nada más que asumir esas pautas, abandonar el terror y participar en el juego. Cualquier otra alternativa no debe incumbirnos.

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