De hombre en tránsito a una mujer emergente
Ha pasado el tiempo. Cuando nos encontramos éramos muy diferentes. Yo era un bárbaro que expresaba sus afectos a empujones, y que creía inevitable el destino de los sexos. Se podrá atenuar con que era joven, puro mimetismo del entorno. En aquel país en blanco y negro los hombres disfrutábamos de todos los privilegios, con la bendición de una moral que nos quería sumisos y callados.
Llegó el día en que tú y tus iguales comenzasteis a volar y yo, perplejo en un principio, quise entender lo que pasaba. No fue fácil, había muchos siglos encima de mis prejuicios, pero no quería quedarme atrás. Tal vez me ayudó el interés por otras causas, vivíamos en una noche negra y no se podía ser neutral sin sentir compasión por uno mismo. El caso es que presté atención y me apunté a tu lucha por la igualdad hasta hacerla mía. Hacernos más iguales significaba ganar todos.
Fue emocionante crecer juntos en la libertad y en los derechos. Pero quedaban muchos terrenos por explorar, más íntimos, más cercanos al roce y al goce, donde los lenguajes aún eran muy distintos. Yo intuía que había caminos comunes, pero a veces la fuerza de tu grito de libertad me desconcertaba haciéndome parar en el apoyo. Tuve miedo a perderme si cedía... A veces también a tu impaciencia. Pero poco a poco aprendimos a fortalecer las alianzas y a situar las divergencias.
Quiero que sepas que admiro tu juicio y tu entrega en los retos personales. Comparto la ternura que dejaste dulcemente en mis oídos y la forma en que conviertes los afectos en palabras. Contigo he aprendido a gozar de lo sencillo y a cubrir de emociones el camino. Mujer, nos quedan muchas vidas. Solidariamente tuyo.
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