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Crónica:EN SEGUNDO PLANO | Juicio por el mayor atentado en España | 11-M
Crónica
Texto informativo con interpretación

30 minutos en los que todos olvidan su papel

Antonio Jiménez Barca

Más o menos al mediodía, el presidente del Tribunal, Javier Gómez Bermúdez, cada mañana, ordena parar. "Treinta minutos de descanso", dice. Entonces se calla el procesado o el testigo de turno. Ayer era una agente de policía experta en procesar datos e interpretar informes, pero de los que "no pisan la calle". Se calla el testigo, la cámara deja de enfocar a la sala, los procesados de la pecera blindada bajan custodiados al calabozo y el juicio se interrumpe durante media hora: esa media hora en la que todos pierden su papel en el proceso.

Como el inmueble de la Audiencia Nacional en el que se celebra las sesiones se encuentra lejos de todo, en el arranque de la Casa de Campo, cercado además por unas obras inclementes, no merece la pena salir. Así, acusados en libertad provisional para los que se piden años de cárcel, psicólogos, médicos, abogados defensores, abogados acusadores y víctimas de la masacre comparten el lugar, de dos plantas, y los 30 minutos, codo con codo, casi en el mismo vestíbulo.

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No es extraño, por tanto, ver a Carmen Toro, en libertad provisional, hermana de uno de los encarcelados, ex mujer de otro y acusada ella misma de suministro de explosivos, hacer cola en la máquina del café y los bollos junto a una chica que ha perdido a su padre en uno de los trenes de la muerte.

O a Emilio Llano Álvarez, vigilante de la mina Conchita, de donde se sustrajeron los cerca de 200 kilos de dinamita que desencadenaron el 11-M, utilizando el servicio de hombres al lado de un chaval que llora todos los días a su hermano menor. Entre ellos se conocen, porque hay muchas víctimas que acuden al juicio cada día. No se hablan. Tampoco se insultan. Hay algo obsceno en esa mezcolanza. Y sin embargo, alguien que ignorara el horroroso contexto en el que se desarrollan las escenas pensaría que ésa es una cola normal de una máquina de café normal o dos hombres utilizando el servicio de varones de cualquier oficina. De hecho, no se ha producido ningún incidente. Y la rutina normaliza si cabe un poquito más esta truculencia.

Hay un patio diminuto que los fumadores emplean para echarse el cigarro prohibido en el resto del edificio. Lo usan los abogados, los policías, y también los acusados en libertad provisional: varios de los implicados en la trama asturiana, por ejemplo, o los hermanos Moussaten, Mohamed y Brahim, en libertad provisional, pero acusados de colaborar con la célula islamista.

"Es duro", recuerda Clara Escribano, de 48 años, que viajaba en el tren que explotó en Santa Eugenia la mañana del 11-M, "salir al patio, y verlos, al lado, sentados a un metro".

Tímpano perforado

Escribano tiene el tímpano perforado y metralla de las bombas en el cuerpo. Explica que acudir al juicio le hace bien. "Me noto tranquila, pero mañana estaré mentalmente agotada, lo sé por otras veces que he venido. Aquí estoy en tensión todo el tiempo, aunque no me dé cuenta", asegura.

A las doce y media, más o menos, el agente judicial dice aquello de "vayan entrando a la sala". Han pasado los 30 minutos de tregua. Los abogados de las víctimas y los de los procesados, durante esta media hora compañeros que charlan, se vuelven de nuevo enemigos profesionales. Los acusados en libertad provisional (Carmen Toro, Llano, los hermanos Moussaten), regresan a sus asientos, al lado de los policías. Los encarcelados ingresan de nuevo en la pecera. Hay víctimas que se aproximan para verles de cerca la cara. El juez reanuda la vista. Un nuevo policía comienza a responder a las preguntas de la fiscal. Todos han recuperado ya su papel en esta tragedia.

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Sobre la firma

Antonio Jiménez Barca
Es reportero de EL PAÍS y escritor. Fue corresponsal en París, Lisboa y São Paulo. También subdirector de Fin de semana. Ha escrito dos novelas, 'Deudas pendientes' (Premio Novela Negra de Gijón), y 'La botella del náufrago', y un libro de no ficción ('Así fue la dictadura'), firmado junto a su compañero y amigo Pablo Ordaz.

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