Mucha alineación y poco juego
Hay derrotas que animan, como la que encajó el Barca en su primera visita a Stamford Bridge, porque entonces salió del campo tan disgustado como valiente: "Volveremos y os ganaremos", amenazaron los azulgrana mientras Mourinho celebraba el triunfo con los puños en alto. Regresó el Barcelona al estadio del Chelsea y edificó su éxito en la Copa de Europa del año pasado. Y se cuentan también victorias que desmoralizan. Ninguna es tan reveladora como la de Anfield, más que nada porque supuso el fin del reinado barcelonista en Europa, tan efímero como el que tuvo el dream team, progenitor del equipo de Rijkaard. A su regreso al Camp Nou, la gente se preguntaba ayer si el Barcelona no está cerca del final de un ciclo victorioso.
Funciona el Barcelona al ataque, en calidad de conquistador, y resulta vulnerable en defensa, como si se abandonara a la que alcanza el mayor de los títulos, de manera que no consigue mantener una trayectoria europea regular, en consonancia con su grandeza. Una circunstancia hasta cierto punto sorprendente si se atiende a su fiabilidad en la Liga, competición que ha ganado ocho veces desde 1990, cuando inició su dominio con Cruyff. Aunque no hay una causa capaz de explicar la transformación, se conviene mayoritariamente que a los barcelonistas les sobra estética y les falta épica, una virtud capital en un torneo tan pasional como la Copa de Europa y que en su tiempo le permitió al propio Barça gestar su leyenda a base de Copas y de Recopas.
No es cuestión de dar marcha atrás en el Camp Nou y renunciar a un estilo que hoy es su mayor capital. El Barça es diferente como club y como equipo y, consecuentemente, en su singularidad está parte de su encanto. El nudo del asunto está en encontrar soluciones a eliminatorias como la perdida ante el Liverpool. La derrota es explicable deportivamente desde varios puntos de vista. En una competición de máximos, el Barça actuó bajo mínimos, alejado de las exigencias del campo y del rival, víctima de los errores cometidos en su estadio. El plantel anda cansado y está saturado, las figuras no marcan las diferencias y se van descontando copas mientras va pasando la Liga.
No hay manera de que el Barça cuadre un partido ni que dé continuidad a su juego en un torneo a corto plazo, condicionado por el mal momento de sus mejores futbolistas. El pecado de Anfiel fue sobre todo que hubo mucha alineación y poco juego. Fue un equipo disminuido porque para enfrentar al Liverpool, en Anfield y en el Camp Nou, se necesitan jugadores en plena forma y no en fase de recuperación, se precisa un punto de determinación colectiva más que de endogamia y es menester un compromiso de equipo más que una redención individual. Aunque es comprensiva con los lesionados, la hinchada empieza a cansarse de tanto aguardar a Ronaldinho, a Eto'o, a Messi, a Deco, a Márquez, al Barcelona campeón.
Gudjohnsen apeló ayer precisamente al esfuerzo cuando no alcanza con el virtuosismo en la que fue la mejor declaración de autocrítica del Camp Nou. Las palabras del ariete remiten a un futbolista referencial como Deco, el mismo que reventó la pelota en un arrebato de ira cuando el Barcelona encajó el tercer gol en la primera visita a Stamford Bridge y también la misma persona que el martes no encontró el sitio en Anfield y se largó exclamando: "No nos vamos a pegar un tiro por ésto". Los azulgrana han dejado de competir. Hay pues un problema de juego, de sitio y también de actitud, y no de un estilo del que se han servido los jugadores para llegar a ser considerados los números uno. Antes ocurría lo contrario: el Barça fichaba a las mejores individualidades y no hacía equipo; ahora hay equipo, pero le han fallado los jugadores en el momento de hacer historia en la Copa de Europa.
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