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Columna
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El Congreso se reforma

Conviene que adoptemos la misma actitud de la orquesta del Titanic, que prosigamos la interpretación de la partitura como si fuéramos a continuar a flote y pudiéramos disipar el pánico que empieza a cundir. Recordemos que no sólo a la transición, sino también a la Guerra Civil llegamos por consenso. El que ahora parece generalizarse es para emprender con toda determinación la senda del antagonismo avivado con las dosis de veneno cainita precisas para la ruptura de la convivencia. Tendremos que prepararnos con esfuerzo a fin de superar las "dificultades de la ira permanente", anotadas con tanto acierto por Elías Canetti en El corazón secreto del reloj. Todo se encona hasta temperaturas de incandescencia bajo la bendición radiofónica de nuestros hermanos en el episcopado, pero hoy toca la lección de hacer oídos sordos al disparate y atender a las reformas que se quieren introducir en el Congreso de los Diputados.

Sería de grande ilustración comparar las referencias textuales que en los discursos de investidura de los presidentes Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero se hacen a la necesaria reforma del Reglamento del Congreso de los Diputados. Su tenor literal ofrece grandes analogías y parece en todos los casos dictado por la percepción de estar atendiendo a una necesidad política de primer orden. Pero pasan los presidentes, caducan sus palabras y continúan los bloqueos. La actual legislatura enfila ya su último año y todo apunta que seguiremos sin reforma del Reglamento y sin otras reformas como la de la Ley de Financiación de los Partidos Políticos, de cuya parálisis tantos incentivos resultan para las corrupciones nuestras de cada día. Se diría que, una vez más, la regeneración democrática se aplaza y que lo urgente se sobrepone a lo importante.

Los sucesivos presidentes del Congreso desde Gregorio Peces- Barba -Félix Pons, Federico Trillo, Luisa Fernanda Rudi y ahora Manuel Marín- han intentado impulsar la tan necesaria reforma, han buscado posiciones de acuerdo, han argumentado por separado a cada uno de los grupos parlamentarios, han convocado encuentros de todos ellos en lugares de retiro espiritual y al final se han encontrado con el estallido del antagonismo de las pequeñas diferencias y con la parálisis resultante. El presidente Marín ya sabe que la reforma ambicionada se le escapa. El pasado enero pudo leer una interesante propuesta que le facultaría para requisar los folios que despliegan al subir a la tribuna los sucesivos oradores.

La propuesta establecía que esos textos fueran multicopiados y distribuidos inmediatamente a todos los diputados. La presidencia, entonces, advertiría al orador que se daban por leídos y, como a los imputados en la vista de una causa judicial, le preguntaría que continuara si tuviera algo más que añadir. Además, en adelante, en vez de fijarse un máximo de tiempo para las intervenciones, se pondría un tope horario mínimo que sólo el Gobierno tendría el privilegio de abreviar. Así el presidente cambiaría en adelante sus advertencias y en vez de señalar a su señoría que fuera terminando tendría que alentarle en términos corteses indicándole: "Señoría, vaya continuando que le quedan cuarenta minutos y son irrenunciables si quiere tener derecho a intervenir en los turnos de réplica".

Éstas y otras inversiones del reglamento harían que las sesiones del Congreso ganaran en interés, pero ahora han quedado relegadas. A cambio, se intenta tan sólo reformar las atribuciones monopolísticas del cuerpo de Letrados de las Cortes sobre cuyo régimen de dedicación y compatibilidades existen quejas acumuladas. El presidente Marín y la Mesa del Congreso quieren introducir oxígeno dando acceso a las direcciones generales a expertos de otras procedencias que respondan mejor a las funciones a desempeñar. Entre tanto, habrá que volver a considerar el capítulo de las subvenciones a los grupos parlamentarios asignadas conforme al artículo 28 del Reglamento, que establece una cantidad igual fija para todos y otra variable en función al número que integra cada uno de ellos. Veamos los correspondientes al ejercicio 2007, que se comentan por sí mismos en el siguiente cuadro:

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