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Columna
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Feria de abril en Russafa

Corren tiempos revueltos en Russafa. Quizás para poder situar al lector en lo que sucede estos días, reflejado en los medios de comunicación, habría que pedirle un pequeño ejercicio de imaginación. Imagine que el día 12 de febrero varios camiones procedentes de Italia toman literalmente las plazas y calles donde usted vive, sin previo aviso, y empiezan a descargar unos enormes soportes de considerable altura bloqueando aparcamientos y, cuando es necesario, también sin orden municipal, cortando calles con total impunidad. Recuerden, es 12 de febrero.

A partir de ahí empieza el desfile de camiones, grúas y depósitos de gasóleo por no hablar de las nulas medidas de seguridad que se toman en lo que se refiere a andamiajes o rollos de tendido eléctrico por el suelo sin ninguna protección. Todo este tinglado, dicen, resulta "necesario" para que la falla Sueca-Literato Azorín instale los adornos de luces que, más que fallas, semejan ya la Feria de Abril sevillana. Este año, en un ataque de megalomanía difícil de entender, el pórtico de luces supera la altura de los propios edificios.

Este abuso ha conseguido irritar a cientos de vecinos, cansados e indignados ante esta "toma de las calles" consentida por el Ayuntamiento y con una prepotencia difícil de explicar por parte de la citada falla cuyo presidente, además, no vive en el barrio. Es decir, que el día 12 de febrero no "sufre" en persona ninguna de las acciones que su falla acomete con todas las bendiciones.

Días atrás, vecinos del Russafa protagonizamos una cacerolada que refleja claramente el malestar que se vive, que dibuja cómo crece día a día la protesta contra este atropello. Una protesta que comenzó de forma tímida hace unos pocos años, con pancartas y alguna denuncia aislada, pero que va tomando fuerza y que este año se traslada a la opinión pública diariamente, recogiendo el sentir de vecinos sin ninguna adscripción política y sin ninguna consigna.

Pero, como siempre, parece que todos aquellos que defendemos nuestros derechos, que nos defendemos de estas tropelías, seamos antifalleros o, lo que es lo mismo, menos valencianos. Quizás sea una visión que conviene mantener para no poner coto a este despropósito. Pero en esta reivindicación espontánea de los vecinos nada tiene que ver la cercanía o lejanía, la simpatía o el rechazo por las fallas. Hay falleros del barrio que participan activamente en las caceroladas y en cualquier manifestación contra este exceso de una comisión fallera.

La reivindicación va más allá de las molestias, más allá del trastorno que causa cualquier fiesta popular. Intenta apuntar directamente al derecho de los ciudadanos, de los vecinos de Russafa a vivir en su barrio, en sus casas, sin tener que soportar irregularidades penadas por las ordenanzas municipales y, posiblemente, por las judiciales. Veremos, en este punto, cómo termina el asunto del depósito de gasóleo ubicado en una zona donde la pólvora impregna el aire.

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Los vecinos queremos, simplemente, que se respeten nuestros derechos. Parece una súplica en el desierto, teniendo en cuenta el cariz que toman los acontecimientos, es decir, que la falla Sueca-Literato Azorín tiene a gala duplicar cada año el número de bombillas instaladas. Nos preguntamos qué pasará el año que viene. ¿Quizás que los camiones desembarquen el 1 de febrero?

A esta pregunta se suman unas cuantas más: ¿Por qué no se limita el voltaje de las instalaciones eléctricas? ¿Por qué no se establecen plazos de instalación de las mismas? ¿Por qué no se disponen medidas de seguridad? ¿Por qué se permite el corte de calles y plazas de aparcamiento sin permisos municipales? ¿Por qué se permite que una falla ponga en riesgo a los vecinos? ¿Por qué no se establece un plazo razonable de tiempo para que las comisiones instalen carpas, entablaos y luces? ¿Por qué?

También firman este artículo Asunción Polo, Victoria Bonet, Arturo Gallego, Rubén Fernández, Vicente Belda Parra, Mateu Otero Bayarri y Alejandro Arizmendi, vecinos de Russafa.

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