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Crítica:
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

No sólo para ratas

El mexicano Miguel Ventura ha montado en Castellón una gran instalación laberíntica, colmada de imágenes sobre el orden y el poder.

MIGUEL VENTURA

'Cantos cívicos'

Espai d'Art Contemporani

de Castelló (EACC)

Prim, s/n. Castellón

Hasta el 20 de mayo

En unos tiempos en los que tanto se habla de la soberanía del arte, en detrimento de los principios modernos de la autonomía, es curioso que proliferen productos dominados por inquietudes ideológicas o políticas, por un lado, y por derivaciones hacia el espectáculo, por otro. En la obra del mexicano Miguel Ventura (San Antonio, Tejas, 1954), al menos tal como se evidencia en el proyecto que presenta en Castellón, estos dos aspectos (la intencionalidad crítica y la apariencia espectacular) se nos ofrecen juntos, en efecto, aunque más bien yuxtapuestos que orgánicamente conjugados.

La trayectoria de Ventura se puede entender a partir de unos pocos parámetros significativos. Uno de ellos, asociado a su invención de una especie de idioma propio (la lengua oficial del New International Language Comitee, igualmente ficticio) y con él un mundo aparte, tiene que ver con la problemática experiencia de la infancia, frecuentemente invocada en sus trabajos. Otro registro podemos encontrarlo en sus alusiones al universo de lo escatológico (a la defecación) y al de la paranoia. Fue precisamente un famoso caso de paranoia estudiado por Freud, el del jurista orate Schreber, que pretendía arreglar el mundo cambiándose de sexo, el que le inspiró en 1993 unos dibujos acerca de una tal Heidi Schreber, con elementos de travestismo. Ahora bien, el caso Schreber es conocido como el del "hombre de las ratas". Lo cual nos lleva directamente a Castellón. Cantos cívicos viene a ser una macroinstalación en la que se tematiza la cuestión del orden y del poder (o la opresión y la violencia) como elementos habituales de la llamada civilización occidental. En esta ocasión se trata de un inmenso juego de pasadizos, en forma de laberinto irregular, como un mundo para las ratas que funcionaría como metáfora del nuestro. La construcción se halla literalmente repleta de fotografías (de militares nazis, niños, muchachos en poses porno), trofeos de caza, objetos kitsch, cruces gamadas y símbolos del dólar, e incluso proyecciones de interpretaciones corales de juveniles canciones de campamento. El conjunto es avasallador y entretenido, pero, a la vista de semejante despliegue espectacular, uno se pregunta si el planteamiento ideológico-crítico ha sido el auténtico motivo o sólo el pretexto.

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