La universidad privada y la mujer del César
A la universidad privada le pasa como a la mujer del César, que además de ser honrada, debe parecerlo. Mucho me temo, sin embargo, que ciertas universidades no pasen el examen, a la vista de los recientes despidos de profesores del CEU Cardenal Herrera. Puede que no se trate de depuración ideológica, pero lo cierto es que lo parece. Al menos, así lo han visto los dos jueces que, por separado, han dictado durísimas sentencias contra el CEU en las demandas que dos profesores interpusieron ante su despido.
Los fallos no dejan lugar a dudas: probada la vulneración de derechos sindicales, ordenan la anulación de los despidos y condenan a la Universidad Cardenal Herrera a pagar salarios de tramitación e indemnizaciones por daños. En ambos casos, la intervención de la fiscalía, obligatoria en las demandas que involucran derechos fundamentales, ha sido categórica: los profesores demandantes han presentado indicios racionales de discriminación ideológica o sindical, sin que la empresa haya sido capaz de desmentirlos o contrarrestarlos. Por su parte, otras tres demandas evitaron a última hora el juicio, pactando una indemnización superior o incluyendo una declaración de reconocimiento a la labor del despedido, lo que viene a anular de facto los argumentos esgrimidos en su día para el despido.
Toda una política laboral y un clima de exclusión ideológica resultan aquí no sólo cuestionados sino condenados sin paliativos. La universidad privada, cuya existencia depende de una Ley de Reconocimiento que exige expresamente respeto al marco constitucional, no puede hacer como que no le incumbe.
La repercusión pública de estos episodios, por lo demás, no puede ser más negativa para la institución, su imagen y la credibilidad de su proyecto. Hay aquí una doble lección, ética y estética, que debe ser aprendida por los administradores de esta universidad y tenida en cuenta por los de las demás.
Tomemos primero la lección estética: si la universidad no ha procedido cegada por el espíritu de nueva cruzada que parecen profesar sus actuales directivos, debería haber intentado que no lo pareciera. Resulta muy inapropiado que se aduzcan razones técnicas o disciplinarias para una serie de despidos y se pacte luego la anulación expresa de aquellas razones. Si había sospechas de que los despidos tenían un origen, o al menos un modus operandi, ideológico, esas sospechas se verán ahora reforzadas por el reconocimiento de que las causas no eran las que se habían dicho. Pero si había dudas en unos casos, en otros, como el de los profesores cuyo despido se ha declarado nulo, no parece haber ninguna. Alguien está actuando con desprecio de los derechos y olvido del pluralismo, como si una universidad privada fuera un reino de taifas.
Luego está la lección ética, es decir, aquella que tiene que ver con lo que uno es, más que con lo que parece. También aquí me confieso pesimista. Si el compromiso con la excelencia universitaria no es también una apuesta por el pluralismo académico; si la autonomía administrativa o funcional de una universidad privada, se utiliza para ignorar o adulterar la representación sindical; y si el derecho de la empresa privada a escoger a sus directivos, sirve para hacer desaparecer todo cargo electivo, entonces, digámoslo de una vez, se está vulnerando la Ley de Reconocimiento de la Universidad Cardenal Herrera y alguien debería tomar cartas.
No se trata sólo de que haya que buscar con lupa en el reglamento de esta universidad estructuras y procedimientos mínimamente democráticos, es que mediante una suerte de "inducción ambiental" se acaba excluyendo la discrepancia y se torna heroica cualquier independencia de criterio. Esto convierte la vida académica en una ficción que resulta inaceptable e inoportuna. Inaceptable en el plano de los principios de toda institución universitaria; inoportuna en el terreno de la imagen que se proyecta.
Es cierto que las universidades privadas y, entre ellas muy destacadamente la CEU Cardenal Herrera, se enfrentan a una encrucijada difícil: sin financiación pública deben enfrentarse a una contracción del mercado, y deben hacerlo en un momento en que toda la universidad se ve sometida a un proceso de redefinición europeo, que va a cambiar la teoría y la práctica académicas. En esta coyuntura resulta especialmente obligado aplicar la máxima referida a la mujer del César. Sin una imagen pública de excelencia y pluralismo, que lo sea y también lo parezca, no habrá espacio europeo que valga ni mercado emergente al que acogerse.
Pepe Reig Cruañes es profesor del CEU Universidad Cardenal Herrera y miembro de su Comité de Empresa.
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