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La agenda incompleta de Maragall

Josep Maria Vallès

La crisis constitucional que ha ocasionado la recusación del magistrado Pérez Tremps es un episodio más del cambio de ciclo en la política española. Está claro que no es solamente una escaramuza aislada en la feroz guerrilla que la derecha hispánica sostiene por recuperar un poder sobre el que cree tener un derecho histórico indiscutible. Es también y especialmente una nueva manifestación de la crisis política que se apuntaba ya a mediados de la década de 1990. Y que Maragall -entre otros- intentó abordar a trancas y barrancas con su agenda política. A mi juicio, en esta agenda política figuran cuestiones inevitables para nuestro inmediato futuro. Es una agenda porque contiene "lo que está por hacer", en el sentido literal del término latino que evoca. Maragall intentó ponerlo en marcha y lo consiguió en menor medida de la prevista. Pese a todo, sus contenidos siguen ahí como retos pendientes a los que dar respuesta. ¿De qué cuestiones se trata? En modo sintético y aproximado, incluyen cinco grandes temas.

Reconstrucción de la agenda para un ciclo político que no ha hecho más que empezar

El primer reto -aunque poco perceptible para muchos observadores perspicaces- afecta a las condiciones exigibles para combinar progreso económico y cohesión social. En el contexto de una globalización que pone en riesgo la continuidad de lo que se ha llamado el "modelo social europeo", hay que seguir tanteando nuevas fórmulas de colaboración entre la regulación pública y la iniciativa social, sea mercantil, sea no lucrativa. Esto comporta la revisión de la fórmula socialdemócrata, que llegó a España cuando padecía ya tensiones de fatiga en los países donde había visto la luz. Esta revisión es ineludible, sin renunciar a la justicia social imprescindible para evitar la desintegración creciente de nuestras comunidades. No todos compartimos la confianza de Maragall en la capacidad del sector privado para asumir compromisos en este ámbito. Pero es imposible esquivar la exigencia de dar nuevas respuestas a este desafío social.

El segundo item de la agenda -con el que algunos han identificado de forma casi exclusiva y con cierta miopía el proyecto de la etapa Maragall- es la reformulación de las relaciones entre Cataluña, España y Europa. Lo exige precisamente el desafío social que acabo de señalar. Hay también razones de herencia histórica. Pero de manera particular se impone la necesidad de hacer de la sociedad catalana una comunidad cuyo patriotismo sea en gran medida de orden social. En otros términos, una comunidad cuyo "hecho diferencial" sea el equilibrio solidario entre ciudadanos dotados de las mismas oportunidades de desarrollo personal. Ni presuntas glorias pasadas, ni logros científicos, artísticos o deportivos pueden ser hoy el cemento de la cohesión nacional. Debería serlo el compromiso de que en esta sociedad -y como se ha dicho en otros contextos- "nadie puede quedarse atrás". Para ello, es imperativo ampliar el autogobierno -mediante la reforma del Estatuto-, intervenir más directamente en la gobernación de España -a través de una revisión federalista de la constitución de 1978- y tener presencia reconocida a escala europea e internacional. Será necesario, pues, rehacer acuerdos políticos y textos jurídicos, sin prejuicios ni temores, en un empeño permanente por rebasar categorías tan obsoletas como la del Estado-nación.

Para asumir con alguna posibilidad de éxito una empresa tan ambiciosa, es obligado un cambio en las formas de hacer política. Instituciones y partidos están faltos de credibilidad ante la ciudadanía. Mientras subsista y aumente esta desafección ciudadana ante la política institucional, será muy difícil movilizar la energía colectiva para enfrentarse a quienes no reconocen las urgencias sociales y políticas del momento. Entre otros motivos, porque se aprovechan de ellas para su beneficio individual o de grupo. De ahí que tal movilización sólo sea viable mediante la regeneración de las instituciones: mayor proximidad, más transparencia, más inteligibilidad, más participación. Son exigencias que se dirigen -de una u otra manera- al Parlamento y al Gobierno, a las administraciones públicas, a los medios de comunicación, a los partidos políticos, a los sindicatos. Es decir, a todos los actores relevantes de un juego político convencional que sigue sin dar respuestas suficientemente creíbles a una gran parte de la población. Sin este cambio en las formas de hacer política, difícilmente serán viables las políticas sectoriales necesarias.

Finalmente, en la agenda de Maragall se incluyen también deberes pendientes para los partidos y, en especial, para los partidos de la izquierda tradicional. El descrédito de los partidos es patente. Justo en muchos aspectos. Injusto, en otros. Pero es un hecho que no encaja ya con el modo de vida, de trabajo o de información que los vio nacer. Junto con los partidos -útiles en algunas funciones-, hay que admitir otros instrumentos de participación ciudadana, más o menos estables. El propio Maragall puso en marcha una de ellas: ha hecho su recorrido y probablemente ha agotado su ciclo. No importa. Surgirán otros, porque es insostenible a medio plazo el monopolio que los partidos se esfuerzan por arrogarse contra la evidencia de los hechos. Hay también en la agenda que nos ocupa propuestas específicas para los socialistas españoles y para la izquierda catalana. Para los primeros, plantea la revisión de la relación de los socialistas catalanes con sus homólogos españoles. Está por ver cómo se aborda a partir de ahora. Para la izquierda catalana, la propuesta de Maragall ha tenido su primer logro positivo en la continuidad del Gobierno tripartito de izquierdas. Pero a medio plazo no basta esta alianza de circunstancias y debería consolidarse una forma de concertación estable, más allá de las fronteras burocráticas. Es lo que espera una mayoría ciudadana que no acaba de entender que a estas alturas perduren fragmentaciones nacidas de conflictos históricos o de accidentes personales.

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Ésta es una reconstrucción aproximada de la agenda difusa -y en ocasiones confusa- que encierra el proyecto político inspirado por Maragall hace ya una década. No todo es original. Pero tal vez lo es la ambición de condensarlo en un proyecto. Creo que ha sido este proyecto -y no el personaje- lo que ha suscitado tanta oposición y tanta inquina entre sus adversarios y tanta desconfianza entre algunos de sus próximos. A diferencia de lo que se afirma a veces, no es un legado que haya que inventariar. Es una agenda pendiente para un ciclo político que no ha hecho más que empezar.

Josep M. Vallès es catedrático de Ciencia Política (UAB).

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