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La relación de los nazis con la música, en la Pedrera

Bayreuth y Terezin marcan el cielo y el infierno de la música del III Reich. Si Wagner y sus festivales encarnaron el ideal de pureza de la música aria, el campo de concentración de las afueras de Praga donde fueron a parar compositores como Hans Krása, Pavel Haas o Viktor Ullman, que impulsaron una intensa actividad concertística, encarna todo lo que los nazis consideraron "música degenerada" a partir de un congreso celebrado en Düsseldorf en 1938.

La etiqueta ha hecho fortuna. A principios de los años noventa, Decca lanzó un sello dedicado a esas obras prohibidas. Ahora la Pedrera de Barcelona acoge la exposición La música y el III Reich. De Bayreuth a Terezin, un impresionante recorrido audiovisual por la cultura musical alentada por los nazis y la que directamente prohibieron por considerarla contraria a los intereses del pueblo alemán. Documentos, pinturas, esculturas, registros sonoros y filmaciones dan cuenta de las filias y fobias de un régimen que en la música y la arquitectura encontró sus dos pilares para edificar una supuesta "cultura superior" que dejó en la cuneta a autores como Kurt Weill, Paul Hindemith, Franz Eisler, Arnold Schönberg o Igor Stravinski. La exposición, inaugurada ayer con una charla de Jorge Semprún y un concierto, se alargará hasta el 27 de mayo. En paralelo se celebrarán un ciclo de proyecciones y otro de conferencias sobre el tema Lengua y exterminio.

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