Las fábulas de Hisopo
Muchos de los aguerridos acusados del 11-M podrían ser modelos de Armani o patronear algunos de los veleros de la Copa del América, tal es su entereza y saber estar ante las insidiosas preguntas de los jueces
Queremos la verdad
Sí. También quienes nos avergonzamos del papelón desempeñado por Aznar, Rajoy, Acebes, Zaplana, Ramírez, Losantos y otros tantos que quieren saber toda la verdad sobre el 11-M desde la creencia previa de que fue el precio pagado por el PSOE en colaboración con ETA para arruinar al PP, queremos saber toda la verdad sobre ese puñado de agentes que antes de la masacre de Madrid fue enviado por el Gobierno de Aznar a interrogar en la base ilegal de Guantánamo a unos cuantos ciudadanos de origen marroquí presuntamente implicados en el terrorismo islámico. Y lo queremos por dos cuestiones básicas: para saber si aquel gobierno estaba ya entonces sobre una pista que se apresuró a descartar cuando no le convenía para perpetuarse en el poder, y para entender cómo un gobierno democrático puede mandar a sus propios a interrogar a unos desgraciados sin defensas en una prisión ajena a todo tipo de legalidad.
¿Será por dinero?
Lo malo de la derecha es que ya ni siquiera es lo que era. ¿Alguien se imagina a Carlos Fabra leyendo a Montaigne entre tropelía y tropelía? ¿A José María Aznar enfrascado en la lectura de Proust mientras Ana Botella de Aznar duerme acurrucada en su regazo? ¿Es de suponer, siquiera, que Francisco Camps otea el sendero de espinas que le espera hojeando alguna de las baturras máximas de peón caminero de José María Escrivá? Volvamos al principio. Quien ha tenido cierto gusto por la lectura de Lezama Lima o Góngora, como Jiménez Losantos, peleándose en sus buenos tiempos por un quítame allá esa coma con Juan Goytisolo, ¿es el mismo tipo que ahora se despacha con peor estilo que Millán Astray por los micrófonos de la emisora de los obispos? ¿En todo eso ha ido a parar la cultura de la derecha? Por lo menos, Leopoldo Calvo Sotelo era amante de Mozart y disfrutaba de la prosa de Juan Benet. Con gran disgusto del escritor, por cierto.
Gente nada corriente
No hace falta ser un experto en las plegarias atendidas de la comunicación no verbal para ver en las pocas imágenes televisivas que se transmiten de los acusados en el juicio del 11-M esa determinación, esa mirada y ese control del escenario que lleva a pensar en que sus protagonistas son cualquier cosa excepto gente corriente. Uno dice que estaba durmiendo y que se enteró de todo por televisión, otro que los rastros de su ADN hallados en los huesos de unas aceitunas en el interior de una bolsa de basura sería que alguien se los robó días antes. Nada de "moritos" de Lavapiés. Gente muy preparada, con miradas en general muy inteligentes, que saben componer el cuerpo sobre la silla y mirar fijamente a los miembros del tribunal, muy entrenada. Y además muy viajada, y no precisamente en patera. Claro que todo esto no es indicio de culpabilidad alguna. Pero algo quiere decir incluso para el más lerdo de la cuadrilla conspirativa.
Y ahora, teatro aéreo
Hasta un contracultural como Bigas Luna, a poco que se lo propongan, estaría dispuesto a intervenir en ese temible festival de "teatro aéreo" que se anuncia desde la alcaldía como torna de la Copa del América, ya que el creador catalán es un artista y no tiene por qué calcular el coste para los contribuyentes de sus ocurrencias. La vida es dura para todos, y más para esos creadores multimedia que precisan de grandes eventos como agua de mayo, ya sea para embalar el IVAM en una red antimosquitos, en lugar de fumigarlos como la sanidad manda, o para hacer un milagro bíblico masillando las grietas de las Torres de Quart con los colores de las bandera propia. Seis millones de euros (en pesetas, ni se sabe: ¿o pagaría usted 166 pesetas por un café en un bar de tercer orden?) para que, según Rita, Valencia, sus barrios y sus ciudadanos sean los protagonistas de la America's Cup. Y sin necesidad de navegar, oiga.
Más de lo mismo
Una reciente crónica de Miquel Alberola en estas páginas me ha traído a la memoria aquellos años estrafalarios de La batalla de Valencia donde cualquier ama de casa no sólo se creía autorizada a opinar como una reputada filóloga con muchos másters en el carrito de la compra sino que no desdeñaba liquidar a escobazos cualquier asomo de catalanismo incluso en Catalunya. Ahora mismo un tercio de españoles gozan de esa misma credulidad manipulada dando pábulo a la veracidad de una conspiración en el 11-M. Si alguna prensa y algunas radios lo aseguran, ¿por qué no puede ser verdad? Y dado que para mucha gente los políticos son una inextricable fusión de chorizos y vividores sin complejos, ¿por qué no va a tener razón el predicador de las ondas o el periodista amarillo en sus fábulas de hisopo?
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