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Columna
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La chica del GPS

Habla como uno de esos androides de las pelis galácticas que piden todo por favor. Su cortesía me resulta cargante, innecesaria y obviamente absurda porque la máquina no tiene corazón, basta con que funcione y cumpla el cometido para el que fue concebida. Cuando habla siento que los fabricantes pretenden hacerme creer que una señorita muy fina y educada se preocupa realmente de que llegue sin problema a mi destino. Así es la relación que tengo con la chica del GPS, la misma que trató de meterme este verano en un campo de nabos porque su programa se había quedado anticuado y no contemplaba los últimos cambios en la red de carreteras.

A la pobre en cuanto le cambian un cruce o le ponen una rotonda nueva de esas que tanto detesta Esperanza Aguirre se hace un lío y si confías ciegamente en sus indicaciones tu destino pueden ser los referidos nabos o cualquier otra variedad hortofrutícola. Eso en carretera porque en ciudad la relación es aún más compleja.

Las calles están en su sitio y suelen llamarse igual de un año para otro pero con las obras el ordenamiento circulatorio cambia por horas y a la chica del GPS no es posible refrescarle la memoria un día sí y otro no. Un ejemplo es la M-30 en la que los datos de hoy no valdrían siquiera para mañana y al hallar un desvío distinto o un nuevo túnel aparecerá en la pantalla como vía desconocida. Desconcertada la chica del GPS creerá que te has tirado al río cuando ruedas en realidad por uno de los flamantes subterráneos que ha horadado Gallardón. Hay quien ha cargado en su GPS uno de esos programas que advierten dónde se ubican los radares de velocidad. La información, tal y como permite la ley, está basada en la experiencia de los infractores y cualquier cambio de posición tarda en incorporarse a las bases de datos. Ahora con lo de los puntos en lugar de fiarse lo más sensato es no correr. Y es que desde la Dirección General de Tráfico tampoco ven con buenos ojos esto de los GPS que ha sido uno de los regalos estrella en las pasadas navidades. Para la DGT, más que una ayuda son un peligro al entender que mientras estás mirando al juguetito no estás a lo que tienes que estar. Un criterio avalado por las conclusiones del estudio realizado por el Instituto Mapfre según el cual la avalancha de datos visuales y sonoros de los navegadores distraen al conductor. Así que las autoridades de tráfico le dan vueltas a la posibilidad de limitar el uso de los GPS en los coches igual que hicieron con los teléfonos móviles. Y si prohibir los móviles tuvo ya su punto de polémica con los navegadores la bronca puede ser más gorda. Primero porque sólo en el último año se han vendido más de un millón de GPS y, a diferencia del móvil, si no lo usas en el coche prácticamente te lo tienes que comer. Y en segundo lugar porque, puestos a prohibir elementos de distracción, tendrían que prohibir el llevar un mapa a la vista o que el acompañante cante o cuente chistes para amenizar el viaje. Puedo comprender que el Director General de Tráfico está un poco crecido y le haya cogido gusto a los vetos tras reducir los accidentes en carretera pero, si se le va la mano, terminaremos perdiendo el respeto a la norma. Siendo sinceros y prácticos el mayor peligro de los navegadores está realmente en el instante en que el conductor lo programa para solicitar la ruta. Pienso que esa manipulación con el vehículo en marcha es la que debería prohibirse. Una posibilidad añadida es desconectar la imagen y que permanezca el sonido cuando el coche reinicie el movimiento.

Ahora esa función sólo pueden realizarla de forma automática los navegadores integrados cuyo coste es cuatro veces mayor que los denominados Tom Tom, el modelo barato que se vende como churros. A un viejo amigo algo solitario y falto de afecto se lo regalaron hace unos meses y según cuenta el aparato ha mejorado mucho su calidad de vida. Curiosamente lo que más aprecia del invento no es la información que le proporciona en ruta sino la voz de la chica. En la soledad de su vehículo esa voz femenina, que le susurra por dónde debe ir y por dónde no, le da morbo. Es más, el tipo confiesa que la chica del GPS dispara sus fantasías eróticas hasta el punto de inducirle a la comisión de ese tipo de actos impuros que, según nuestra tradición católica pueden dejarte ciego. Otro peligro en la carretera.

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