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Columna
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Water-polo

Nadie se explica hoy en términos lógicos cómo Hitler fue capaz de convencer a una nación entera de la conjura judía y de llevarla a la guerra bajo la bandera de una raza superior. Semejante barbarie sólo es posible removiendo la bilis ciudadana hasta el paroxismo para hacer del delirio un patrón nacional de conducta.

Esta clase de patología, contra lo que puede parecer, no obedece a planteamientos ideológicos, no es de izquierdas ni de derechas, sino que responde a una alteración del hipotálamo que algunos psiquiatras conocen como "el síndrome de los emperadores bajitos". Franco, Stalin, Hitler, Mao y por supuesto Napoleón eran de corta estatura. Salvando las distancias de la coronilla a la suela del zapato ¿se acuerdan ustedes del héroe de Perejil? Nuestro insigne Maquiavelo de Quintanilla de Onésimo, el hombre que reconstruyó el árbol genealógico de la patria para colocarse al lado de Carlos V, el profesor honorífico de la Universidad de Georgetown, amigo personal de Bush, el mismo que hablaba catalán en la intimidad y hasta euskera bailando el aurresku si le hubieran dejado. Pues bien, Don José María Aznar López, ex presidente del gobierno español y de las FAES, fue el último ciudadano de este mundo saturado de información en enterarse de la ausencia de armas de destrucción masiva en Irak y no sólo eso, sino que se permitió hacer una gracia ceniza sobre su ignorancia. Lo escuchaba el otro día mientras atravesaba en taxi la Gran Vía. El taxista puso cara de circunstancias, como diciendo: "Pobre hombre, se nos ha trastornado", y eso que, según confesó, alguna vez le había sido afín. Prueba de que hasta entre sus propias huestes empieza a cundir la desbandada. Ya lo decía un alumno en un examen: a todo Napoleón le llega su Water-polo.

Lo preocupante desde un punto de vista práctico es que si Aznar ha tardado tantos años en descubrir algo que sabía cualquier adolescente escolarizado ¿Cuánto tardará en enterarse de que ETA no tuvo nada que ver en los atentados del 11-M?

Hay tipos que mantienen la fe en sus propios disparates hasta el fanatismo. Son individuos que suelen encargarse personalmente de que se cumpla la ley de Murphy según la cual, no hay situación por mala que sea que no pueda empeorar. Cada mañana al levantarse se preguntan por qué estar de buen humor, pudiendo estar fatal. No lo pueden evitar, es algo tan consustancial a ellos, como el vinagre a los boquerones. En condiciones normales estas personas suelen acabar en alguna clínica mental, pero en ciertos momentos de tensión son capaces de arrastrar a todo un país al desastre.

Ahora, mientras se está celebrando el juicio de aquella matanza, no cabe esperar que Aznar cambie de música, pero sería de agradecer que alguien de su partido le facilitara la caída del guindo y nos acortara un poco el tiempo de las grandes revelaciones indefectibles. Si no lo hace por consideración a la paciencia de los ciudadanos, que lo haga al menos en aras de su propia salud mental, porque cuando el calibre del despropósito rebasa los límites de la razón, siempre acaba llegando el temido momento del Waterloo. O lo que es peor, del Water-polo.

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