La ucronía
Dolce & Gabbana, vanguardistas diseñadores italianos, dicen que España se ha quedado atrás. Despistados. España va muy por delante, lo que pasa es que hay mucha afición a la ucronía. La ucronía no se debe confundir con la nostalgia ni con la saudade. Aplicando la técnica de Paulov, y para no molestar a los humanos, saudade sería lo que siente el perro al que le quitan un hueso. Ucronía sería vivir la ilusión de que has recuperado el hueso y, además, te has comido de una vez al pelma de Paulov. Ucronía es vivir en un tiempo que pudo haber sido y no fue. España no se ha quedado atrás, pero sí hay muchos ucronianos. Eso, en principio, no es un problema. Al contrario. Podría ser divertido. Explicaría la pujanza de la ficción histórica. Por ejemplo, tenemos a bastante gente ocupada en el género santo, normal en un país, como decía Joyce de Irlanda, con católica devoción por la botella. Las cosas se complican cuando la gente confunde su ucronía con la realidad presente e incluso trata de imponerla. Un ejemplo típico de relato ucrónico es Pavana, de Keith Roberts, donde se describe la victoria de la Armada Invencible sobre la flota inglesa. Pues eso. No es la primera vez que oigo a algún ucroniano desafiar eufórico a la historia en el bar: "¡La Armada Invencible venció!". Para añadir: "Como su nombre indica". Pero una cosa es España y otra sus ruidosos ucronianos. La polémica foto de la campaña de Dolce & Gabbana muestra a un grupo de tíos con gesto depredador rodeando a una mujer a la que uno de ellos sujeta por las muñecas contra el suelo. Los dos modistos citan como referente a Caravaggio. ¡Ah, la ucronía! ¿Qué culpa tiene Caravaggio? Ellos hablan de "arte". Quizás tengan razón y esa imagen sea metáfora de un nuevo movimiento que despunta en lo Global: un macarrismo refinado. Un macarra style que incluso puede llegar a seducir a mentes cultas y equilibradas. Lo que se cuenta a continuación no es ucronía, sino un diálogo que tuvo lugar en mayo de 1933. "¿Cómo es posible que un hombre tan inculto como Hitler gobierne Alemania?", se atrevió a preguntar Karl Jaspers a Heidegger. Y el flamante rector de Friburgo respondió: "La cultura es irrelevante. ¡Contemple tan sólo sus maravillosas manos!".
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