Lápiz y papel
Si algo me parece memorable de esta exposición es la inclusión de artistas como Juan Zamora, Zilla Leutenegger o Gu Dexin, para quienes el dibujo es ahora más que nunca una ética, que es a la vez una economía y una política, y que está condensada en la consigna de no hacer nada más que lo que se puede con un lápiz y papel. Consigna tan lapidaria como cualquier dibujo. Y me apena que haya quien se confunda al respecto, debido a que el subtítulo de la muestra I Still Belive in Miracles -realizada en París en 2005- fuera dessins sans papier: dibujos sin papel.
Los dibujos de los tres artistas que he mencionado antes son animaciones por ordenador que se muestran en una pantalla o se proyectan en la pared. Pero el problema no es ése porque, intuyo, el problema es la relación entre el hombre y esa técnica hoy tan celebrada, en su ingobernable expansión, por tantos artistas y escenarios del arte contemporáneo. Y lo que proponen los dibujantes en este punto es pasar de la técnica, olvidarla, dedicarse a hacer lo que se puede hacer con un lápiz y un papel, porque sólo así, sólo sometiéndose a rajatabla a esa ética, se puede hablar de lo que en realidad hay que hablar. ¿Se puede o no dibujar con los nuevos medios, en vez de sólo con papel? ¿Por qué no? El dibujo nunca se ha tomado tan en serio como para creer que no podía prescindir hasta del papel. La fijación en el medio nunca ha sido su medio. Y es por esta razón por la que aceptamos que estos dibujantes sigan siéndolo, aunque no dibujen con lápiz y papel.
FANTASMAGORÍA. Dibujo en movimiento
Fundación ICO
Zorrilla, 3. Madrid
Hasta el 18 de marzo
El problema es ético -insisto- como creo que quedó demostrado cuando Carolyn Christov-Bakargiev acuñó la expresión animación povera, para referirse a los dibujantes que, una vez descubiertas las posibilidades de las técnicas de animación por ordenador, en vez de perderse en la exploración de las infinitas posibilidades de las mismas, las pusieron al servicio del dibujo. O sea, de un empobrecimiento, de una opción povera por la pobreza, a la que en el fondo debemos la reaparición del dibujo.
En esta línea hay sin embargo en esta exposición matices enormes. Para hablar sólo de quienes han optado por la crítica social, mencionaría los casos extremos de Raymond Pettitbon y de Gu Dexin. El primero es épico: lleva años dibujando la epopeya de una América que se ha dado cuenta de sí misma y no puede tolerarlo. Se indigna. Y esa indignación, Pettitbon la ha transformado en las imágenes apabullantes que se imponen en su vídeo animado Repeater Pencil. Gu Dexin, en cambio, es lineal. Asuntos como la cadena de montaje, el lavado de cerebro o la programación de seres humanos él los reduce a una sola línea, que se encarga tanto de trazar los monigotes como de esquematizar las armas y las máquinas con las que se enfrentan.
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