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Animales de atar

Sucedió más o menos así: Guillermo Toledo, actor, hacía el papel de lobo feroz; Cristina, enferma mental, el de Caperucita Roja. Ella paseaba alegremente por una sala del sanatorio madrileño de Doctor Esquerdo donde permanece ingresada. Cuando se le apareció Toledo en actitud desafiante, el resto de asistentes al taller de teatro le preguntaron: "Caperucita, es el lobo. ¿No vas a decirle nada?". Y ella se arrancó por El día que nací yo.

Allí estaban Toledo y compañía, Animalario, convirtiéndose en miniaturas de sí mismos. ¿Quién era el cuerdo? "Fue cómico. Trágico. Daban ganas de llorar, de abrazarla". Andrés Lima recuerda con algún ligero matiz la escena. Tras más de 20 años dedicándose al teatro, muchos de ellos dirigiendo obras de este grupo escénico, confiesa no haber encontrado nunca tanta lucidez sobre las tablas. "Con ese gesto, aquella mujer nos reveló su verdad".

Certezas más allá del delirio. La única condición que Lima puso al Centro Dramático Nacional cuando le ofrecieron dirigir la versión de Alfonso Sastre sobre la obra Persecución y asesinato de Marat representado por el grupo teatral de la casa de salud de Charenton bajo la dirección del señor de Sade (Marat/Sade), de Peter Weiss, fue que le facilitaran desarrollar un taller de investigación previo. Para interactuar con enfermos mentales y personas privadas de libertad.

De este modo, los miembros y "cómplices" de Animalario -la compañía que catapultó con su polémica gala de los Premios Goya en 2003 el mensaje No a la guerra a través de Televisión Española y ostenta, entre otros, varios Premios Max y el Nacional de Teatro por Últimas palabras de Copito de Nieve- se embarcaron desde octubre de 2005 en una serie de visitas al sanatorio de Doctor Esquerdo y el centro penitenciario de mujeres de la cárcel de Alcalá-Meco, donde tiene hoy su sede el grupo de teatro Yeses. Unas reclusas que llevan más de dos décadas representando obras entre rejas y fuera de ellas.

Porque el Marat/Sade del dramaturgo y novelista Peter Weiss (Alemania, 1916-Estocolmo, 1982) aborda las consecuencias de la Revolución Francesa desde el punto de vista del encierro. Mental y físico. Son los dementes quienes reconstruyen el asesinato del revolucionario Jean-Paul Marat en su bañera a manos de la aristócrata Charlotte Corday. La obra original, representada por primera vez en 1964, extrapolaba las ideas revolucionarias a los convulsos años sesenta del siglo pasado para cuestionar su vigencia. Pero con esta nueva versión de Animalario, la revolución de finales del XVIII rebota hasta nuestros días.

"Charenton, el hospital psiquiátrico donde transcurre la acción y también estuvo encerrado el marqués de Sade, era una mezcla de manicomio y prisión. Necesitábamos acercarnos a la ausencia de libertad para saber interpretar sus claves. Y evitar que los actores acabaran pareciéndose a Jack Nicholson en Alguien voló sobre el nido del cuco", explica Lima sobre el espíritu del taller previo a los ensayos que llevó el nombre de Teatro y revolución.

Supervisando las sesiones en la cárcel de Alcalá-Meco estuvo la funcionaria de prisiones y directora del grupo Yeses, Elena Cánovas. Ella recuerda que las reclusas meditaron sobre asuntos en los que nunca habían reparado hasta entonces. Se proponían ejercicios de actuación entre las actrices confinadas y los miembros de Animalario, alternados con debates sobre ideas como el dolor o el amotinamiento. Y Elena escuchaba a sus mujeres. "Andrés Lima les pidió un día su opinión sobre la cárcel y se lió una buena. Me impactó mucho el discurso de algunas presas en defensa de las normas y el orden público".

Al cabo de un año, Animalario trasladó su encierro en diciembre de 2006 a un local de ensayo en el barrio de Usera, al sur de Madrid. Allí se ultima estos días el próximo estreno de Marat/Sade en el teatro María Guerrero de la capital. Estamos frente a la silueta de un París tras las revueltas de finales del XVIII. Inundado de cadáveres representados por montañas de ropa vieja. "Al fin y al cabo, las prendas usadas son como las de un muerto", susurra Lima. Sobre su mesa de director sólo reposan paquetes de chicles de menta y libros sobre el romanticismo, Caravaggio y Delacroix. Muy cerca, en el libreto de la obra, resplandecen unas notas en color rojo: Dolor. Sufrimiento. Placer.

"¿Cuál es vuestro dolor?", vocea Lima desde la platea. Un delirante plantel de 16 actores permanece impasible entre las colinas calavéricas. "¡El mío es el de espalda!", tartamudea Javivi Gil Valle, un cura rojo llamado Jacobo Roux. "Claro, somos una compañía de lisiados", murmura Nathalie Poza, caracterizada para la ocasión como una depresiva Charlotte Corday cuyo escote evoca a La libertad guiando al pueblo, de Delacroix. "Pues si os duele algo, ¡que se os note!", sentencia el director. Cerca de él, Fernando Tejero se abraza a una monja con bigote. El cordobés sustituye en la función a Guillermo Toledo, quien a pesar de haber asistido a los talleres de Teatro y revolución atiende otros compromisos profesionales. Antes de subir a escena, Tejero ha prometido no volver a ejercer de portero de vecindario en televisión. El papel por el que muchos enfermos de Doctor Esquerdo estuvieron encantados de tenerle durante los talleres. "Con mi representación quiero homenajear a una interna que se enamoró de mí. No hay tanta diferencia entre ellos y nosotros", asegura.

Lola Casamayor, directora del sanatorio de Charenton, advierte: según un estudio, al 51% de los europeos nos falta, o nos faltará en algún momento de nuestra vida, una vuelta de tuerca. Mientras, alrededor de los enfermos mentales, un Alberto San Juan de aspecto rimbaldiano deambula cual Sade cavilando cómo manipular los destinos de sus compañeros de aislamiento. Y arranca el duelo dialéctico entre Marat (Pedro Casablanc) y Sade. Un lúcido debate, respectivamente, entre la defensa de las revueltas para lograr un objetivo y el cuestionamiento de la violencia como medio de combatir la opresión, cuando no una mordaz sátira del mito revolucionario. El dilema se prolonga entre los diálogos, las canciones corales acompañadas de la banda de Miguel Malla y los innumerables movimientos de los actores por todos los ángulos posibles de la escena. Mientras tanto, la violencia evoluciona entre los personajes presagiando la catarsis.

¿Conclusiones? "Probablemente no las haya. Pero sí muchas preguntas que hoy es lícito plantearse", apunta Andrés Lima tras el ensayo. "¿Es de locos plantearse la libertad o la igualdad? Y al mismo tiempo, ¿no representan Charlotte y Marat un terror equiparable, la una como terrorista individual al asesinarle y el otro como terrorista de Estado?". Alberto San Juan, tras despojarse del armazón de Sade, profundiza en esa reflexión de la obra sobre la violencia. "Es siempre violencia, con independencia de quién la ejerza. El ahorcamiento de Sadam es para mí como el tiro en la nuca de cualquier terrorista".

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