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Columna
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Comparaciones sin medida

Con los años y a fuerza de errores he ido aprendiendo que hay comparaciones muy difíciles de hacer, quizás porque los términos que dedicamos a distintas realidades nos impiden comparar éstas aunque se llamen de la misma manera. No sé qué es lo que tienen que ver unos carnavales con otros, unas policías con otras, unos barrios con otros.

No sé por qué la llamarán comisión de fiestas cuando es de combates. Nuestro Ayuntamiento, el de Bilbao, aceptó en su día, cuando todos íbamos de alegres y combativos, una comisión de fiestas con la presencia de las comparsas, y ahora éstas se le enfrentan porque les indican que hagan el desfile de carnaval por la calle Hurtado de Amézaga y no por la Gran Vía, como ellas quieren. Aquí, al contrario que en Tenerife, el conflicto -que éste sí es el único conflicto- es con el Ayuntamiento, no con un juez. Pero a favor del consistorio hay que decir que dichas comparsas pasan al desmán en un santiamén, y todos recordamos aquella ocasión en que incendiaron un piso en la Gran Vía por su forma irresponsable y osada de tirar cohetes o la vez que intentaron perseguir a más de un concejal. Personalmente, no lloro demasiado por un carnaval cutre donde los haya, pensado por las comparsas de Bilbao más para la lucha y ocupación de la calle que para divertirnos. (Elogio a San Sebastián, sin que se repita: el de la Bella Easo sí que es un carnaval). Aquí, tras las comparsas marchará una manifestación a favor de las consignas de rigor, incluida la liberación de De Juana Chaos. Moderados, sensibles, niños y militares, abstenerse.

Con una formulación así de los carnavales, es evidente que carezco de la solidaridad con los de Bilbao que me despertó hacia los chicharreros la suspensión cautelar, luego revocada, que un juez demasiado estrecho de miras, y sobre todo de oídos, dictó sobre los Carnavales de Tenerife. Pero no le echemos todas las culpas al juez, seguro que a algún legislador, es decir, a algún político, se le ocurrió una de estas normativas correctas, exquisitas y ecológicas que están de moda, y no previó los momentos de santo festín carnal, gritón y bullanguero, que, por supuesto, superan las diez de la noche y todos los decibelios. Al que hay que poner un cartel con el "se busca" es al político o políticos que realizaron una normativa tan higiénica, sin tener en cuenta los excesos de este pueblo latino, festivo y poco dado a los silencios. Hasta las semanas santas -trompetas y tambores- son ruidosas, aunque creo que hay una procesión en Sevilla que la llaman del silencio. No me lo creo.

Y nuestro alcalde se enorgullece de su policía y del bajo índice de criminalidad que existe en Bilbao. No dudó en calificarla como una de las mejores policías municipales que hay en el Estado. Usa la palabra "Estado" para no decir España, aunque esta vez el término resulta correcto (¿qué es al fin y al cabo un municipio sino la organización básica del Estado?). Y se encuentra con los agentes para anunciar su particular cruzada al "navajero". De haber pasado en su juventud por la facultad de Basauri o la universidad de Carabanchel, hoy extinta, sabría que, en el argot criminal, el término que usa para nombrar a los que usan navaja significa una cosa bastante peor y sucia. Bien es verdad que muchos periodistas la usaron antes con el sentido con que él la utiliza.

En fin, que se siente orgulloso de su policía, cosa que está muy bien; una de las más eficaces del Estado, que por lo que cobran -una de las que más cobran del Estado- bien pueden hacer las cosas. Cobran más que la policía de Nueva York, aunque sus agentes pueden compatibilizar su trabajo con otro y, después de la mala fama que se ganaron a pulso, hoy exhiben en todos sus coches patrullas y lugares de estancia el lema de "proximidad, cortesía y respeto". Veremos algún eslogan también en nuestros coches patrullas: "la mejor policía del Estado", o algo así, porque al fin y al cabo somos de Bilbao. Es lo que le contestó en Manhattan la persona que me acompañaba a un guía, preocupado porque nos perdiéramos en la gran manzana neoyorkina. Sin darse cuenta, con toda naturalidad, le soltó: "No se preocupe, al fin y al cabo, esto es como el Casco Viejo". No tenemos remedio.

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