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DE LA NOCHE A LA MAÑANA
Columna
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El turismo es un gran invento

El turismo es esa patera niquelada que lleva por los aires de aquí para allá a miles de contribuyentes de clase media que pierden la vida o las maletas en un trayecto abocado a la aniquilación de los lugares que frecuentan

Blanca y radiante

Radiante estaba el otro día Francisco Camps en Fitur anunciando la buena nueva, o la nueva buena, o la nochebuena: el turismo será la industria del siglo XXI. Cuidado con lo que se dice, no vaya a pasar como con los cítricos, que se pudren en el árbol por sobreproducción, o con la construcción inmobiliaria, que puede sufrir un parón de los de aquí te espero, querido promotor. Ni el turismo, ni la naranja, ni la construcción están en la cresta de la ola de ese rosario de nuevas tecnologías que habrán de cambiar, o preservar cuando menos, el mundo conocido, así que en épocas de infundado optimismo antropológico conviene estar más atentos al parte meteorológico que a los delirios de un funambulismo político muy prometedor en la segunda mitad del siglo pasado pero algo ajado en un presente que el futuro parece dispuesto a desdeñar. Sobre todo en el caso de Camps, a quien los malditos socialistas madrileños le roban el agua y el vino.

Cero en conducta

Y a todo esto, no deja de sorprender que los grandes y definitivos, siempre definitivos, retos a los que se enfrentan los políticos, mayormente de la derecha, sigan trufados de esos detalles de miseria de la conducta tan bien documentados en la rica peripecia humana, desde los líricos griegos arcaicos hasta los engorrosos buscabullas de la Cope, pasando por Maquiavelo y Comte hasta llegar a Donald Rumsfeld. Cualquier libro sensato de autoayuda, de los que no he ojeado ni uno, insiste en la oportunidad de adecuar las conductas a las nuevas necesidades emergentes, y de eso mismo van los tratados sobre la crisis actual de la democracia en Europa. Pero, aquí, como si nada. Zancadillas en Alicante por un quítame allá esos consejeros de Caja, trifulcas en Castellón a cuenta de las cuentas de empresas de fitosanitarios, y un largo etcétera donde la conducta (los intereses) de los contendientes es más antigua que las primeras obras de Shakespeare. Y más cutre.

Morir para incordiar

ETA reacciona muy mal cuando le pisan los callos, sólo que en lugar de darte una patada en el estómago puede cometer una atrocidad con decenas de muertos. De Juana Chaos está en serio peligro de muerte por una huelga de hambre en protesta por una condena que considera injusta (por pintoresco que parezca lo que esta persona pueda considerar justo o no), y puesto que nadie se deja morir de esa manera si no es como testimonio de un propósito, preciso será reconocer en ese proceso de autodestrucción una intencionalidad política. Los psicoanalistas podrán decir la suya, pero es la hora de los políticos. ¿Conviene permitir que ETA y su entorno disfruten de un mártir más en su santoral agreste cuando el enfermo está bajo custodia del Estado, o es más sensato diseñar algún acuerdo que evite esa tragedia y las que, muy probablemente, habrán de seguirle? ¿Es lícito impedir una muerte anunciada para escapar a la venganza?

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Porros, para empezar

Según una Encuesta sobre drogas en la población escolar (sic), de ámbito madrileño pero extrapolable al resto de España, algo más de una cuarta parte de los adolescentes fuma porros habitualmente, lo que pone seriamente en riesgo su salud futura. Los especialistas, siempre los hay, muy frecuentemente con un güisqui en la mano, señalan como factores negativos: la aparición de cuadros de ansiedad, crisis de angustia, trastornos cognitivos, agresividad y deterioro de la personalidad. Nada, en resumen, que no venga anunciado en el prospecto de la aspirina, por no decir del valium, como posible efecto secundario. Pero el porro no es un medicamento, aunque lo sustituye. Entre colocarse con un porro o ver a tus padres ante la tele viendo al Barça, yo no tendría dudas: elegiría a Ronaldinho y le preguntaría si le basta con los yogures de su madre para compaginar su sonrisa con la mirada de depredador del área chica, que es la del corazón. Y después iríamos a un burguer, para terminar de colocarnos.

En alta mar

No es lo mismo estar en tierra firme que permanecer a merced del oleaje en un barco desvencijado. Eso es lo que les ocurre a cuatro centenares de sin papeles anclados frente a las costas de Mauritania. Uno de los pasajeros -pasajeros- dice por radio que están sin agua ni alimentos. Se trata de evitar que lleguen a Canarias, pero nadie los quiere porque pertenecen a distintos países, todos ellos desesperados por la miseria. Sobre algo de esto hizo Otto Preminger una película, Éxodo, de muchos quilates porque iba sobre los entresijos de la fundación del Estado de Israel. A ver quien monta ahora nada sobre esta historia espeluznante. Y reiterada.

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