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Columna
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Desgracia de no ser colectivo

Jóvenes, mujeres e inmigrantes. Se hila el muestrario con naturalidad. Sea cual sea el problema abordado, la vivienda o la violencia, el desempleo o la pobreza. Jóvenes, mujeres e inmigrantes llevan la peor parte. Nunca agradeceré lo suficiente que, como varón, maduro y aborigen, la mía sea una vida mecida por vientos favorables, aunque ello sí se explique por la saña con que trato a toda esa gente indefensa.

Aunque el núcleo de los exentos de responsabilidad ante la historia lo constituyen "jóvenes, mujeres e inmigrantes", los extremos de la trencilla admiten colectivos no menos adánicos: los niños y los viejos. Así, "niños, jóvenes, mujeres, inmigrantes y mayores" amplían el universo de los oprimidos de la tierra. Claro que si sumamos los discapacitados físicos y psíquicos, los practicantes de cualquier religión minoritaria, los mayoritarios no practicantes de ninguna y los que optan por alguna inopinada orientación sexual, todos forman un vasto conjunto caracterizado por una genérica inocencia y un nada genérico derecho a tener siempre razón.

Al otro lado, en el bando ignominioso, queda una diezmada hueste de varones, de entre treinta y sesenta años, más bien blancos, más bien sanos, más bien leales a los modelos que sostuvieron su cultura y su país, y que acaso aún lo justifican. Estos individuos explotan al prójimo sin piedad, succionan sus rentas y energías, expropian su fuerza y su talento, y les obligan, entre chasquidos de látigo, a toda clase de vejaciones y sevicias. Son además responsables de todos los delitos que se cometen contra la hacienda pública, la paz, la salud, la cultura, el medio ambiente, el buen tiempo, el oso panda y las mofetas. Por cierto, si se delinque con violencia contra la propiedad privada uno también tiene derecho a adscribirse a la legión de desamparados, ya que los varones de entre treinta y sesenta años, y de color, conducta y mentalidad convencionales son además insultantemente ricos y merecen todo lo que les pueda pasar, a manos de justicieros callejeros, periodísticos o gubernativos.

Recientemente un informe de Unicef abordaba el turismo sexual infantil en países del Tercer Mundo. Y aunque no lo especificaba el documento, la prensa se permitió elucubrar con que entre los que practican la prostitución infantil se hallan "muchos respetables padres de familia". No seré muy respetable, pero sí soy padre de familia, de modo que me sentí agraviado al leer aquello. Sin duda habrá padres de familia dedicados a esas prácticas indignas, pero consta que existen muchos otros consagrados a la crianza de sus hijos. ¿A qué viene la ligereza de adjudicar a "muchos respetables padres de familia" el auge de la pederastia mundial? Si la mayoría de los delitos de explotación sexual los cometen hombres, aquellos practicados sobre niños varones serán al mismo tiempo actos de orientación homosexual, circunstancia sobre la que, afortunadamente, nadie elucubra con tanta ligereza. Hace unas semanas se produjo en Bilbao un violento secuestro de la modalidad denominada secuestro express. Tras una nueva tentativa, presuntamente perpetrada por los mismos individuos, logró detenerse a uno de ellos. En varios medios radiofónicos se aireó con insistencia el carácter militar del detenido, pero hubo que esperar a la prensa del día siguiente para saber que el sospechoso en cuestión, además de militar, era de nacionalidad colombiana.

Ni los homosexuales son responsables de los delitos de pederastia ni los secuestros express se nutren del acervo cultural de Colombia. Pero sería deseable que a la hora de hablar de padres de familia o militares se obrara, ya que no con tanta prudencia, sí al menos con alguna. Hoy se practica un respeto milimétrico hacia ciertos colectivos ("colectivo") es uno de los fetiches de este tiempo), mientras otros son vapuleados sin pudor. Y eso quizás ocurre porque nunca han alcanzado la consideración social de colectivos. Los seres humanos que no cuentan con la cobertura de algún colectivo para difuminar la responsabilidad personal, tienen la obligación de cargar con la suya y con la de todos los demás.

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