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Columna
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París-Dakar para ir a Fitur

Atizado por mi intuición masculina, tomo por error la M-40, tras pasar junto a Torrespaña, más conocida como el Pirulí, en dirección sur en lugar de la dirección norte que lleva a la Institución Ferial de Madrid (Ifema) del Campo de las Naciones, donde más de 13.000 empresas de 170 países exhiben sus ofertas en la Feria Internacional de Turismo (Fitur).

Y tras unos minutos de conducción me encuentro con un inesperado atasco que, por ser las 14.30 de un sábado, 3 de febrero, no deja de extrañarme y que atribuyo a un posible accidente de tráfico. Las cancioncillas que emite Kiss FM ayudan a afianzar mi distracción y, cuando ya llevo 20 minutos de embotellamiento, caigo en la cuenta de que, como cantó el poeta, el sur también existe y ese atasco se debe a que no voy en dirección norte sino en dirección a la plaza de Legazpi y, por tanto, hacia el lugar del que dicen los taxistas que no regresa nadie.

Cuando ya llevo 20 minutos de embotellamiento, caigo en la cuenta de que, como cantó el poeta, el sur también existe

Todos los sabios dicen que un error hay que atajarlo en décimas de segundo. Y yo, absurdamente, como ese personaje de La tierra baldía, del poeta Eliot, que declara su "I... go south in the winter" ("yo...voy al sur en invierno"), me voy en dirección al barrio de Usera. Son ya las 15.30 y puesto que voy a Fitur, asumo que, para ir con auténtica preparación a la Feria, es incluso bueno que previamente me dé una vueltecita por Madrid: así no se olvida que viajar exige un esfuerzo. Anticipo ya, sin ánimo de bajar la moral de nadie, que metido en el dantesco báratro de las obras donde las dificultades sufridas en una zona próxima a la Casa de Campo habrían arrancado juramentos al mismísimo Job, y poniendo el mayor empeño en llegar, con la mayor celeridad posible a Fitur, desde el barrio de Aluche, que también he visitado, no logro llegar a mi destino hasta las 17.30: exactamente tres horas y 10 minutos de viaje para un recorrido de 62 kilómetros. Como ya nos avisó Voltaire que el secreto de ser aburrido es contarlo todo, renuncio a contar los atascos y desvíos obligados por las obras o impuestos por la policía cuando la vía estaba en perfectas condiciones como en la Gran Vía, a la altura de la plaza de España, o en la calle de Génova donde me encontré, a las 16.40, con la manifestación convocada por el Foro de Ermua y seguida en masa por el PP, o de inexcusable aceptación en el paso de Eduardo Dato sobre la Castellana donde recorrer 800 metros conllevó el transcurso de 30 minutos. Obviamente, había decidido disfrutar de la variada arquitectura madrileña y del paisaje humano que me ofrecía aquel paseo sin consentirme caer en el desánimo y mucho menos en una masoquista indignación. En el paso de Eduardo Dato, mientras veía pasar a ciudadanos con la bandera española bajo el brazo, me acordé de una declaración de, hace ya algún tiempo, de la embajada de Japón que recomendaba a sus paisanos que se abstuvieran de viajar a Madrid por la proliferación de las obras y, en ese momento, tuve que encomendarme al rojo y gualda para cerrar filas con el alcalde de la Villa y Corte defendiendo la evidente fluidez de la circulación en la Villa y, por tanto, condenando la manipulación de la información a cargo de la embajada.

A la altura ya de Francisco Silvela, rumbo a la avenida de América, donde iba a tomar la anhelada A-2 que lleva al Ifema, tuve un momento de vacilación y pensé en aplazar la visita para el día siguiente. Pero me acordé del polaco Kapuscinski, el gran periodista trotamundos, recientemente fallecido, y apelando a su benéfica memoria resistí la tentación de claudicar y por fin conseguí llegar al Ifema. Circulé, pues, durante tres horas largas a una velocidad media levemente inferior a los 20 kilómetros por hora.

La Feria, como todas las ferias, es didáctica y, por tanto, me encantó. Cumpliendo con mi deber de cronista local no consentí que pabellones foráneos distrajeran mi atención. Me concentré en el pabellón de la Comunidad de Madrid y juré que pronto visitaría joyas turísticas como Aranjuez, Chinchón y Navalcarnero. Sólo hice una excepción con el pabellón de Andalucía. Y mi apertura mental, que, sin duda, había crecido a mi paso por el túnel del estadio Vicente Calderón, recientemente inaugurado, fue premiada. La espléndida comparsa de 15 voces Algodón Negro de la Casa de Andalucía en Getafe cantó unas fantásticas canciones. Su canción Ella le fue a buscar, dedicada a la madre recientemente fallecida de un miembro de la comparsa, puso al público al borde de las lágrimas. También Algodón Negro casi lloraba cuando cantaba.

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