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Crónica:LA CRÓNICA
Crónica
Texto informativo con interpretación

Mankell no hizo teatro

Carles Geli

Henning Mankell, más confundido como Kurt Wallander, el nombre de su célebre y exitoso comisario, sólo hizo una vez teatro. Esa vez, hace muchos años, le tocó encarnar al dictador portugués Salazar. "La vergüenza escénica que pasé fue tal que me dije que nunca más haría de actor", confesó ayer en el escenario del Teatro Romea de Barcelona, donde ante cerca de 600 de sus lectores (más de un centenar se quedaron sin poder entrar: los más previsores se les avanzaron en casi una hora de cola), se mostró un excelente seductor de bambalinas: lo llenó sin moverse de su sillón gris.

Y, sin embargo, Mankell, en ese baño de masas que le organizó el tercer Encuentro de novela negra BCNegra con sus lectores, no impostó: todo fue a base de finísimo humor y de una sinceridad desbordante, en verdad dos aspectos que rezuma su obra. Y eso que lo hizo en un contexto de exigencia extremo: actores-teloneros de lujo -Pere Arquillué, Carles Canut, Mingo Ràfols...- para una lectura dramatizada de un fragmento de su La quinta mujer y, como implacables interrogadoras, dos veteranas periodistas culturales, Maria Eugènia Ibáñez y Rosa Mora. No era una elección gratuita: estaban en sintonía con un público leído, maduro, donde predominaban las mujeres y que lo había devorado todo del autor sueco, como comprobaron los vendedores de un puesto en el hall del teatro con la obra de Mankell: "No, no, que éste no es de la serie de Wallander", instruía un asistente cuando se le ofrecía El cerebro de Kennedy, su última obra publicada en España por Tusquets.

Mankell tiene tablas, igual heredadas de su labor como ayudante de dirección en el Teatro Avenida, de Maputo (Mozambique), "donde soy el único blanco y a nadie le importa". Empezó disculpándose por no hablar en catalán -aunque coló alguna palabra pedida al traductor- y emparejó rápido a su Wallander con Pepe Carvalho, el detective de Manuel Vázquez Montalbán que ahora da nombre al premio que él recibió el martes. "Uno no debería comer tanto y el otro, más, y ninguno de los dos jugaría en el Barça, como James Bond, del que están muy distanciados". Y así fue acariciando al personaje y al público. "Tras la cuarta novela, hablé con una amiga médico y le pregunté sobre qué enfermedad podría tener Wallander. Y me dijo: 'diabetes'. Y es que la gente normal tiene diabetes. Él y Carvalho evolucionan y viven como nosotros, por eso son tan populares".

Impresionado por el acto del día anterior y por la actitud rendida del público -"es la primera vez que le hemos visto tan abierto", admitía su editor sueco, presente en la platea- Mankell confesó compartir cuatro características con su criatura: la edad, la pasión por la ópera italiana, trabajar muchísimo y soñar: "Wallander necesita de sueños, como el del perro y la casa y el viaje que nunca tendrá o hará; yo también soy un soñador con los ojos abiertos", se dibujó poéticamente.

Entre tanta sinceridad, también hubo suspense, anunciado por la musiquilla impertinente de un móvil, que le interrumpió cuando hablaba sobre África. Segundos de silencio. Alguien temió, con lo serio que es, lo peor. "¿Saben una cosa?". Que se levanta y se va, seguro, temió la platea. "Me apasiona escuchar detrás de las puertas y en los bares. Se pueden imaginar que el móvil ha cambiado mi vida. La gente cuenta cada cosa... El otro día, en un tren, un ejecutivo le decía, seguramente a su esposa: 'Entramos ya en Coopenhague'. Y estábamos lejísimos. Me dio ganas de gritarle: '¡Señora, que le miente!". (Risas y aplausos).

Dominando el tempo dramatúrgico, saltó del humor a la seria humanidad para reclamar que se reconquiste la buena relación con África. "Habría que construir un puente en Gibraltar que debería financiar la UE y no España, que ya ha hecho mucho dando papeles a los inmigrantes, política que espero que siga toda Europa: nunca entenderé qué es un niño ilegal". (Más aplausos). También reclamó solidaridad -"era la piedra angular de la sociedad sueca que debe recuperar ella y todo el mundo; la solidaridad es un buen sistema político"- y justicia -"si no funciona al cien por cien, el sistema democrático se tambalea: eso lo saben ustedes y lo sabe Wallander, que es portavoz de esa preocupación". Y hasta pidió escuchar "un sonido nocturno de África, el de los teclados y el del lápiz rozando un papel: su literatura nos obligará repensar muchas cosas", dijo quien ayuda a editar obras de autores africanos en Europa.

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Mankell fue tan sincero en el escenario que al final, tras sortear otro móvil -"alguien que acaba de llegar a Coopenhague"-, pidió por favor, tras intentar el imposible de responder el máximo de preguntas de sus lectores ("la investigación policial del asesinato de Olof Palme fue lo más chapucero que he visto en mi vida"; "no, claro, no existe el pasaje de Cristo en Barcelona que cito en El cerebro de Kennedy, pero busquen cerca de la Casa Fuster") que le comprendieran, pero que sólo firmaría libros con el nombre, que no haría dedicatorias. No se equivocó. Unas 200 personas estaban haciendo cola antes de que dejara un escenario donde, curiosamente, no hizo nada de teatro.

Sobre la firma

Carles Geli
Es periodista de la sección de Cultura en Barcelona, especializado en el sector editorial. Coordina el suplemento ‘Quadern’ del diario. Es coautor de los libros ‘Las tres vidas de Destino’, ‘Mirador, la Catalunya impossible’ y ‘El mundo según Manuel Vázquez Montalbán’. Profesor de periodismo, trabajó en ‘Diari de Barcelona’ y ‘El Periódico’.

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