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LA CRÓNICA
Columna
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Un discurso panfletario

El síndrome electoral justifica ciertas licencias y simplismos en el discurso de los políticos y aquí en el País Valenciano ya estamos metidos en harina desde hace algún tiempo, como delatan las salmodias con que nos machacan los distintos partidos. La oposición, en líneas generales, insiste en denunciar los episodios de corrupción y el agotamiento de un proyecto de gobierno, lo que hasta ahora viene proclamando sin acritud notable. No nos atrevemos a predecir si mantendrá este tono a lo largo de la campaña, pero tenemos la impresión de que ha delegado en el PP todo el gasto panfletario, confiando más en el buen criterio que en el arrebato del electorado.

El partido del Gobierno autonómico, en cambio, no ha tenido el menor escrúpulo en aliñar su argumentario con viejos esperpentos, lo que nos obliga a dudar de su madurez cívica, al tiempo que delata dudas acerca de la victoria que se autopronostica en las urnas. No de otro modo se comprende la reiterada descripción como rojos, rojo-separatistas y catalanistas cuando alude a los partidos de la oposición, tal como ha hecho esta semana el presidente Francisco Camps, en Paterna. Un anacronismo que ni siquiera entenderán las nuevas promociones que asumen el derecho al voto, pero que arrastra una carga desdeñosa e incide en fisuras sociales que únicamente se pueden avivar o ahondar desde la irresponsabilidad.

Resulta obvio que rojos y separatistas -y menos de intenciones torvas, como los que cierta derecha alude- apenas han tenido ni tienen relevancia en este país, y menos desde que el ecosocialismo se ha convertido en la ideología dominante de la izquierda. Entre el PSPV y la facción más extrema de Esquerra Unida sólo hay una modulación de posicionamientos que en ningún caso abocan al extremismo irredento. Los defectos y pecados orgánicos o doctrinales pueden ser otros, como la misma endeblez doctrinaria y la fragmentación, la pueril insistencia en prolongar actitudes que algunos se empeñan en calificar de culturas políticas distintas cuando a menudo sólo priman las manías y los personalismos.

Pero la derecha política valenciana parece necesitar en esta ocasión un enemigo al que atacar impunemente para movilizar sus propias fuerzas y neutralizar asimismo al fragmento más reaccionario y regionalista que emerge ante cada cita electoral sin otro objetivo que ser acallado con alguna prebendilla. Se trata de una argucia táctica tan vieja como la lucha por el poder, y que nos remite más próximamente al franquismo. Ya ha habido quien ha mentado el comunismo -tan recluido el pobre en su bunker partidario- y no nos chocaría que sacasen a colación la masonería. Hay querencias o herencias de las que cuesta lo indecible despegarse y paradójicamente se prolongan más en el PP valenciano que en su contexto sociológico. La tan jaleada modernidad del partido hace agua apenas siente el aliento del adversario, que tampoco es que destaque por belicoso.

Pero los dirigentes conservadores no deberían soslayar el riesgo de que se les replicase con insidia pareja a la que ellos despliegan para señalar o más bien motejar a la oposición. Por el momento la derecha está tundiendo a sus adversarios invocando, sin respuesta y entre otros peligros, el apocalipsis del tripartito, que ciertamente se afirma en sus posibilidades de gobierno por la beligerancia que suscita en el PP más que por las expectativas demoscópicas. Sin embargo, tanto empeño en señalar con el dedo puede provocar una reacción pareja y convertir el proceso electoral en una refriega de descalificaciones de la que el macizo de la raza, los populares, no saldría bien parado, aunque la realmente damnificada por tan agraz dialéctica sería la sociedad valenciana.

Se diría que es un sarcasmo sacar a relucir esta ominosa jerga frentista y guerracivilista cuando, no sin trabas, se está recuperando la memoria y la verdad de cuanto pasó hace 70 años y se propició después. Quizá haya en ello más ignorancia que malicia, pero en todo caso eso no justifica ni exime al PP -decimos de sus portavoces- de sacar a relucir estos fantasmas.

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El PP de Elche no se come una rosca desde que el municipio es gobernado por los socialistas. La buena gestión no siempre se recompensa, pero en este caso sí. En los últimos meses los populares han alimentado la esperanza de que prosperase una denuncia por prevaricación y cohecho, entre otros delitos, contra el alcalde, Diego Macià. No ha prosperado, e incluso ha sido censurada la audacia del denunciante. Consecuencias de judicializar la política. Pero es que, además, la resolución estaba cantada conociendo la personalidad del denunciado, ajeno y lejano a cualquier trapacería. Habrá, pues, que buscar otros motivos para desestabilizar al partido gobernante, plaza fuerte del socialismo. Este era su último cartucho.

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