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Editorial:
Editorial
Es responsabilidad del director, y expresa la opinión del diario sobre asuntos de actualidad nacional o internacional

Ecuador en tensión

Resulta obvio el especial interés español por la suerte de un país como Ecuador, cuyos ciudadanos son una de las mayores comunidades extranjeras residentes en nuestro país. Es uno de los motivos por los que resulta más inquietante el curso de los acontecimientos en aquel país latinoamericano, donde tan sólo 15 días después de que el nuevo presidente de la República haya llegado al poder, unos miles de activistas seguidores de Rafael Correa han asaltado el Parlamento en Quito y expulsado y humillado a los diputados. Se anuncia así de alguna forma que el nuevo líder ecuatoriano seguirá esa preocupante senda de quienes hablan de democracia popular y piensan en nuevo caudillismo, dictadura y liquidación del Estado de derecho.

Si el recién elegido jefe del Estado amenaza a las instituciones y estamentos del Estado con "mucha violencia" de no aceptarse "la última oportunidad de hacer un cambio pacífico", parece claro que la deriva política iniciada en Ecuador, un país castigado por sucesivos y calamitosos Gobiernos, es decididamente grave y que el Estado de derecho se halla en franco riesgo. En diversas ciudades ecuatorianas, gentes o agentes del presidente Correa han sembrado disturbios para amedrentar a quienes intentan objetar a sus planes y fines. El populismo vuelve a estar de moda en el subcontinente y asusta la ligereza con la que se desafían las instituciones y se ponen en peligro conquistas logradas en décadas de gestión política paciente y conciliadora.

La vieja tragedia de los populismos amenaza con hacer estragos otra vez en Latinoamérica con sus soluciones facilonas y violentas. Las esperanzas suscitadas en Ecuador no deben verse sepultadas por un involucionismo democrático como el que viven Venezuela y otros países de la región, que suponen una amenaza para los ecuatorianos de allá y para los equilibrios que se generan en España con la llegada de sus emigrantes. El presidente Correa, como Chávez, debería saber que el mejor baremo para valorar su gestión, autoridad y dignidad política lo marca el número de compatriotas que quieren escapar del Estado que dirigen.

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