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Columna
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Invierno

En el avión de vuelta leo un cuento breve: un joven sospecha que su novia le engaña y decide espiarla. Apostado dos horas frente a la casa donde ella vive tiene ocasión de observar lo que nunca había visto: el zaguán angosto y mal iluminado, la fachada sucia y desconchada. Cuando finalmente sale el objeto de sus pesquisas, la compasión ha reemplazado a los celos, y también al amor. Un cuento de invierno. Poco después oigo en la radio del coche que ese mismo día, en el mismo aeropuerto, a un avión igual al mío le ha fallado el tren de aterrizaje y ha tomado tierra arrastrando el fuselaje por la pista. Sin consecuencias. El resto de las noticias no se diferencian mucho de la anterior: también el gobierno, la oposición, el poder judicial, la sociedad civil y los colectivos antisistema aterrizan como pueden, por ahora sin muchas víctimas que lamentar. Ya es oscuro y en la lenta autopista las noticias producen una sensación invernal. Ni el desarrollo económico ni el arraigo de la democracia nos redimen del tópico: allí donde se funden los genes y el folclor está escrito que el invierno no es lo nuestro. Somos un país de desplantes toreros y de válgame Dios. Y los que se esfuerzan por establecer diferencias idiosincrásicas, ésos más que nadie. En igualdad de circunstancias, todo nos parece menos grave si el sol ostenta la mayoría absoluta. Un clima frío y nocturno, que propicie la reflexión y el análisis nos inquieta y confunde. Nada nos irrita más que tener que pensar las cosas dos veces. En el desmadre del verano nos sentimos bien. El calor nos produce molestias; el frío, agravios; el calor nos irrita y nos atonta; el frío nos vuelve mezquinos y cobardes. Nos va lo floral, no lo vegetativo. En verano sacamos imágenes y banderines y organizamos un botellón patriótico o piadoso. Movemos el abanico con salero y llevamos la bufanda con humildad. A los de clima invernal les pasa lo contrario. Cuando llega la temporada de baños se atocinan y se olvidan de lo mucho que han pensado entre octubre y junio. Qué le vamos a hacer. Lo importante es saber que los ciclos cambian, que con el calorcito veremos las cosas de otro modo. Y hasta entonces, abrocharse los cinturones de seguridad y confiar en la pericia del piloto.

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