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Columna
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Sin maniqueísmo

Cuando el frío que nos acompaña doble la esquina, tropezaremos con una primavera electoral. Y como estamos en víspera de las elecciones de mayo, arrecia la verborrea más o menos agresiva, o más o menos malintencionada entre la clase política, especialmente entre las dos grandes formaciones por las que se decantó mayoritariamente, hasta ahora, el voto valenciano. Entre el vecindario, entre los votantes, las manifestaciones estentóreas, más que alarmismo, generan indiferencia, e incluso resignada aceptación cuando se acerca la cita con las urnas. Es comprensible, por ejemplo, que la inmensa mayoría de los ciudadanos que acudan a las urnas el 27 del mes florido, y que más o menos tienen ya decidido por quien decantarse, pongan sordina a las declaraciones maniqueas, las basadas en dos principios opuestos: por un lado el bien, simbolizado por la luz y la justicia; del otro el mal, representado por las tinieblas. Esas ideas de Manes cuajaron entre los cátaros en el sur de Francia, en Persia, en la India y en el Turkistán, pero no en el País Valenciano. Aquí los papiros de Manes, escritos en copto y descubiertos en 1930, tuvieron escasa o ninguna difusión. Además, en todas las ocasiones en que dividimos al personal en buenos y malos, terminamos a trancazos. Y al vecindario, y de tanto en tanto, el recuerdo histórico también le sirve de antídoto. Así que poco importa que el presidente de todos los valencianos, Francesc Camps, en un acto de apoyo a Adela Pedrosa, la candidata de su partido en Elda, afirmase que en mayo tenemos una apuesta donde hay que elegir entre la bondad de los buenos y la injusticia de los malos: la luz y las tinieblas maniqueas. ¿Por qué darle relieve e importancia a ese tipo de declaraciones preelectorales, vengan de donde vengan, cuando el chanchullo o la corrupción urbanística no es propiedad exclusiva ni de los romanos ni de los cartagineses?

Otras cuestiones de más calado sí importan y preocupan. Sin ir más lejos la permanencia excesiva en el tiempo de un mismo partido en el poder, o del líder de un mismo partido. Los americanos, tan denostados ellos en su papel de gendarmes del imperio, establecieron ya hace ya más de medio siglo una limitación temporal en los mandatos electorales; querían evitar que nadie envejeciera en el poder o hiciera del poder un bien patrimonial, personal o partidista. Alguna razón habría para limitar el tiempo en el poder, razón que no fue únicamente la poliomilitis de Franklin Delano Roosevelt. Considerar el poder como patrimonio, tras disfrutarlo durante demasiado tiempo, no es un desatino privativo de un partido o líder. El desatino, o la corrupción del poder, tampoco tiene fronteras geográficas: el todavía presidente del gobierno de Baviera -gobierno autónomo si ustedes quieren-, acaba de anunciar su retirada tras la salida a la luz de un escándalo político que tiene mucho que ver con los excesivos años que lleva en el cargo él y su partido, la Unión Social Cristiana bávara. Y si eso ocurre en países donde el sistema democrático está más asentado y tiene más tradición que en el nuestro, habrá que considerar el relevo, mediante el voto, como algo preventivo o profiláctico. Ese es uno de los temas que preocupan e importan en periodo preelectoral, y no la verborrea que pueda distinguir entre partidos constitucionales a buenos o malos; o entre defensores de los intereses valenciano y partidos antivalencianos, defensores de los intereses pesqueros de los isleños de las Shetland.

Lo mismo que es motivo de preocupación el hecho de la aparición de agrupaciones electorales de ámbito local -en las comarcas norteñas valencianas se están fraguando varias con vistas al mayo florido y electoral- porque hay cientos o miles de ciudadanos que no ven representados sus intereses en el programa de los partidos mayoritarios; intereses tan inmediatos como evitar vertederos contaminantes o peligrosos en las inmediaciones de las poblaciones que habitan. Y esos movimientos o iniciativas ciudadanas son ideológicamente muy heterogéneas; están a años luz del maniqueísmo que divide a los votantes y a los partidos en buenos y malos.

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