Abrumadora Serena
La estadounidense arrolla a Sharapova, la 'número uno', y dedica la victoria a su hermana asesinada
Dos mundos opuestos se cruzaron ayer en la pista Rod Laver del Open de Australia. En uno vivía la antigua reina, una ex número uno mundial de 25 años, Serena Williams. En el otro, el tenis del siglo XXI, la actual número uno, María Sharapova, de 20. Desde ayer su trono está en venta. La estadounidense, que llegó al torneo como la 81ª del ránking y lo deja como la 14ª, redujo con un juego abrumador y un punto de malicia a la rusa. Pareció con ansias de revancha. Y, favorecida por jugar bajo techo, acabó arrollando a su rival, que nunca tuvo posibilidades.
"Le dedico esta victoria a Yetunde, que no está aquí. La quiero mucho", dijo Serena, entre lágrimas, acordándose de su hermana asesinada. "Gracias, Yetunde. Siempre escribo notas antes de los partidos. 'Mira a la bola', 'calma'... Ese tipo de cosas. Esta vez sólo escribí una palabra: Yetunde", insistió tras convertirse en la primera ganadora de esta cita, desde 1978, sin ser cabeza de serie. "Gracias a Dios por esta bendición. Y gracias a mi madre... Fui una mala estudiante. La maldije con la boca pequeña... Pero, mamá, ya sabes cómo soy. Gracias por nunca desesperar", concluyó todavía sobre la cancha; "cuando vi el techo cerrado, pensé: 'Gano seguro'. Díganme que no puedo hacer algo y mostraré que sí puedo. Soy insaciable".
Serena tenía un plan. Buscó siempre los golpes definitivos, la potencia; jugar a ser infalible, la marca de las hermanas Williams. Eligió el camino del riesgo: terminar los puntos rápido. Su juego está construido sobre el músculo. Y, aun así, prefirió no entrar en un combate a los puntos, golpe por golpe, con Sharapova. Ésta no es una estratega, pero pega muy duro. "Serena fue agresiva y yo intenté abrir una puerta, jugar peloteos largos, pero no lo conseguí", admitió luego la rusa.
Desde el principio, Serena demostró la determinación que siempre la ha caracterizado en el tenis y la vida. Esperó a Sharapova en la red y empezó a saltar mientras se calentaba los hombros con la raqueta, desafiante. Jugó como si no hubiera nadie enfrente, despreciando a su adversaria. Sharapova escuchó más que palabras cuando la golpeó con una bola. Y en los cambios de lado de la pista siempre eligió el camino largo, el más alejado de ella y del árbitro. Había que marcar distancias. Dominarlo todo. Ser una Williams.
El resultado de su táctica fue un triunfo contundente, plomizo y, en cierto modo, plano. No hubo partido. Hubo golpes de Serena. Y una rusa, la número uno, que se desesperaba. "Suponía que ganaría algunos juegos más", dijo Sharapova; "quiero felicitar a Serena. Nunca se la puede subestimar como oponente. Es una gran campeona, aunque muchos no la esperasen en esta final. Espero jugar contra ella muchas más veces y ganar alguna. Estoy triste y orgullosa. Estas cosas te hacen más fuerte".
"Seguro que no quiere que ocurra de nuevo y se va a casa a entrenarse", coincidió Serena; "yo haré lo mismo. Seguro que hay otra rusa o de donde venga que está preparándose para jugar contra mí".
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