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Columna
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El Atómico

Manuel Rivas

La música más interesante de aquel concierto, pensó el escritor Thomas Bernard, fueron los aplausos. En su relato, el público estaba integrado por sordomudos. En este otro caso, el meritorio esfuerzo de los miembros de la Cámara de Representantes no pudo evitar que el presidente George Bush se abriera paso por el hueco de los aplausos. En cuanto a Irak, se portó como un clásico. En esta ocasión, como Estratocles. Años después de declarar solemnemente el fin victorioso de la guerra, se apresta a enviar más tropas para organizar la derrota. Del griego Estratocles cuenta Plutarco que reprendió a su mujer por traer una provisión de sesos y vísceras del mercado: "¡Calla!", le gritó. "Me has comprado para comer aquellas cosas con que nosotros los que gobernamos al pueblo jugamos a la pelota!". Pero no es por esto que viene a cuento Estratocles, sino por lo que hizo en el combate naval de Amorgo. Enterado de la derrota, se adelantó a las noticias, proclamó la victoria y se celebraron sacrificios y fiestas. Cuando el pueblo supo la verdad, lo increparon duramente, pero él consiguió aplacar el tumulto: "¿Y qué ha habido de malo en que hayáis tenido dos días alegres?". Añade el comedido cronista que era Plutarco: "¡Tal era la desvergüenza de Estratocles!". Bush ha dicho lo mismo, pero sin esa gracia insolente, ese salero que sí tiene Aznar, nuestro alegre heraldo y corneta de la III Guerra Mundial. Íbamos hacia el abismo, pero íbamos sin George. En lo que se considera un giro histórico, el presidente del país más poderoso de la tierra ha admitido al fin "el serio desafío del cambio climático global". Hasta ahora, el calentamiento del planeta, acelerado por la insensatez medioambiental del "capitalismo impaciente" (el mismo modelo predador que corroe las costas españolas), no era más que una fantasía de científicos chiflados, ecologistas e izquierda boy scout. El hombre que iba a perforar Alaska, el cowboy que mamó petróleo desde niño, ya vislumbra la solución. Ha descubierto una nueva energía alternativa. ¡La nuclear! Aplaudir, hasta aplaudieron los iraníes. La más limpia, dice. Y es cierto. No hay más que ver Chernóbil. Limpio como una patena. Que alguien le diga la verdad a George: que no hay calentamiento, que todo fue un invento en un pic-nic liberal en Hollywood. ¡Con lo bien que estábamos calentándonos solos!

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