Descaro de un mundo dislocado
Finalista de dos importantes premios en Estados Unidos, en esta novela Mary Gaitskill escribe con lirismo para retratar tiempos recientes invadidos de falsa moralidad.
VERÓNICA
Mary Gaitskill
Traducción de Javier Calvo
Mondadori. Barcelona, 2006
272 páginas. 17,50 euros
Hay novelas que quieren ser tan modernas, tan a la última, que acaban siendo muy antiguas. El secreto no está en una buena o mala escritura -al fin y al cabo, redactar bien tampoco es tan difícil si uno se aplica en ello- sino en una carencia que es la que establece las lindes: lo que debe pedirse a toda novela que se precie de tal es ambición y sentido y, naturalmente, resolución literaria de ambos, es decir: que emanen de la propia escritura de la novela y no se queden en ser meros presupuestos de intención. Estas observaciones vienen a cuento del relato de Mary Gaitskill titulado Verónica que, según informa el editor, ha sido finalista en 2005 del Nacional Book Award y del Nacional Book Critic Circle Award.
Es la historia de una joven-años-ochenta que cumple con los requisitos de persona alocada que a través de una vida desordenada encuentra dolor, amistad, sexo, drogas, profesión rutilante, pobreza, riqueza, depresión y envejecimiento. El personaje habla desde su vejez ("ahora soy fea y estoy enferma") y narra su amistad con una mujer que también fue modelo como ella, Verónica, que acabó muriendo de sida. Este personaje, Verónica, tarda mucho en instalarse en la narración y cuando lo hace es en forma de apariciones breves -flashes y frases- que desde luego no contribuyen a formar un personaje sino una especie de "trailer" de ese personaje que, a pesar de todo, da título al libro.
El lenguaje es desenvuelto y
ahí está bien apoyado por la traducción de Javier Calvo. Pero además de desenvuelto es deslenguado; y también es verborreico, enumerativo y, a la hora de crear imágenes -que lo hace sin parar-, bastante cursi; como: "Fuera, la noche ya se vestía de neón y el tráfico cubría las calles de joyas enmarañadas"; como: "Un demonio le susurraba a un clítoris como si fuera una oreja"; como: "Ella se deslizaba sobre unas bonitas botas blancas, pero sus ojos emitían la luz fría de una anguila serpenteando por aguas remotas". A partir de este tipo de escritura, que enlaza una imagen tras otra, o de los antedichos flashes de conversación convencionalmente desenvuelta y esgrima de ingeniosidades, la autora se entrega a un lirismo propio de estos tiempos donde se trata de alternar la sordidez, la falsa trascendencia y el glamour; todo lo cual acaba convirtiéndose en lo que podríamos llamar "literatura caníbal" cuyo iniciador fue, para desgracia de las nuevas generaciones de escritores norteamericanos, Brett Easton Ellis.
De ahí que, en su apariencia de modernidad y retrato descarados de unos tiempos de moralidad aún más descarada, el libro acabe convirtiéndose en una especie de nuevo costumbrismo: tipos y paisajes neoyorquinos cosmopolitas y cutres a la vez, de los mencionados ochenta. No pretende más aunque trata de dar el pego y, como señalaba antes, llegar a parecer trascendente. Además, carece de nervio narrativo: va acumulando secuencias con tiempos mezclados (aunque, de fondo, es un relato cronológico), pero no pasa de acumular sin que la historia haga progresos de fondo; al final uno se pregunta qué pretendía realmente, qué es lo que guiaba esa serie de escenas, y no halla respuesta; son, simplemente, escenas; algunas con gracia, otras más sin ella, pero todas formando parte de un dibujo que no acaba de mostrarse. La intención de "epatar ejecutivos" planea peligrosamente sobre el texto. La coartada sería, evidentemente, que es una historia de gentes sin rumbo, las cuales, al final, acaban aceptando su derrota por la vida pensando que, en el fondo, tampoco lo han pasado peor de lo que cabe suponer en tiempos como los que les ha tocado vivir; pero tal intención es lo mismo que decidir escribir una novela sobre el aburrimiento haciendo una novela deliberadamente aburrida. La verdad es que la autora ofrece una clara imagen de inmadurez literaria y de confusión conceptual.
Y de lirismo en lirismo, se dirige a un final que pretende enmendar todo en tres párrafos y se convierte en puro sirope de arce, como no podía ser menos después de tan desenvuelta semi-moralidad. El libro, sin embargo, es ilustrativo de una forma de concebir la escritura que es, tratando de mostrar vidas aventuradas, una versión urbana del "vivir peligrosamente", se queda en la superficie. La autora se entrega demasiado a menudo a lo obvio, mientras lo que caracteriza a un verdadero escritor es ver siempre lo distinto donde los demás ven lo obvio. Crónica de un mundo dislocado, la novela se disloca ella misma.
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