Más sobre el Gaiás
El caso de la Cidade da Cultura me trae a la memoria cuando, en tiempos del tripartito, contemplaba desde el balcón de la alcaldía, a eso de las 12 de la mañana, la cotidiana irrupción de una manifestación en la plaza del Obradoiro, algo excepcional con el gobierno anterior. Pues bien, si hasta julio de 2005 el proyecto del Gaiás sólo había suscitado alabanzas, tibias o inmoderadas, a partir de agosto de aquel año la cosa cambió de cariz; del silencio y la latría se ha pasado al tuteo y compadreo de tutti cuanti, incluido el autor del proyecto.
Y no es cuestión baladí, pues la cultura es, según un estudio de la consultora Kea European Affairs, uno de los principales motores del PIB. Y cuando decimos cultura, aludimos a su dimensión más amplia de fomento del turismo cultural y del desarrollo de las tecnologías de la información y la comunicación. Todo esto lo mueve la cultura si se tiene imaginación y se constituye como una propuesta valiente, arraigada, pero abierta con mil puertas de aire. Todos sabemos, en el fondo, que al gobierno gallego no le ha quedado otra solución que continuar unas obras ya avanzadas. La atención, por tanto, no debe enfocarse a la disyuntiva ópera o resonancia magnética, sino a despejar otras incógnitas.
La conexión funcional. Es necesario articular la conexión del complejo con Galicia por medio de la red de alta capacidad, pero esa conexión puede hacer del Gaiás un satélite "extracorpóreo" respecto al centro urbano, por ello resulta crucial resolver la conectividad peatonal y rodada con el centro a través del valle del Sar, una zona de indudable valor ambiental que va a pasar a manos públicas.
La participación privada. Preocupa que se pueda entender que la implicación del sector privado en el programa cultural haya de conllevar operaciones inmobiliarias en el entorno, por encima de las contenidas tramas urbanísticas del nuevo Plan General de Compostela y que, por lo tanto, se llegue a densificar una zona tan sensible.
La dialéctica entre las "dos ciudades". La ciudad construida cultamente se confrontará tarde o temprano con la advenediza ciudad de la cultura. Al parecer, el planteamiento inicial pretendía que la Universidad cediese su biblioteca general para dar contenido a uno de los edificios. Quizá sólo fuera un tanteo, pero en esa misma línea podría argumentarse que la Real Filharmonía ha de trasladar allí su sede, dando la puntilla al Auditorio de Galicia, o tratar de persuadir a los patronos del CGAC a que desplacen allí su esfuerzo junto con el de otros patrocinadores. El problema no es ya la duplicación de recursos culturales, sino el vaciamiento de la ciudad culta, problema que podría hacerse extensivo a toda Galicia.
La implicación gallega. La ciudad y la Universidad de Santiago no pueden entender que este es un asunto de la Xunta. El ayuntamiento, que irrumpió con brío cuando se abrió la veda de opinión, encargando un estudio ambicioso, parece haber abandonado la palestra. Alcaldía y rectorado deberían comprometerse sin reparos y contribuir, a su vez, a la tarea de implicar a las demás ciudades y a las otras universidades. El caldo nutricio de la Cidade da Cultura necesita de todos los ingredientes, y el caudal de ideas y contenidos no puede manar sólo del centro, ha de confluir también desde el entorno.
La red internacional. Hablar del camino de Santiago después de los excesos xacobeos puede sonar a tópico, pero es un asunto de enorme importancia si se lo aborda desde una óptica moderna, lejos de cualquier planteamiento rancio. Como hecho de cultura es un leitmotiv excepcional, no sólo en cuanto vía de llegada sino también impulsando la relación del Gaiás con el mundo, desde una visión de cultura que no sea endogámica y folklorista.
La arquitectura y el arquitecto. En otra ocasión señalé que la formalización me parecía costumbrista: la vieira, los rueiros..., pero lo que emerge es cuando menos ampuloso. Peter Eisenman se comprometió en exceso, y acaso innecesariamente, con la ideología de un proyecto al que ahora, se dice, tilda de mausoleo. Quizá en esta fase ayude a sugerir funciones y criterios más vinculados con el proyecto que con el poder, de modo que forma y función vayan de la mano hacia la culminación de las obras. En este capítulo el complejo también tiene un reto: al menos tan buena arquitectura como bombo mediático.
Sin lugar a dudas, el Gaiás dará que hablar aún más.
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