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Energía, política y valores

Joan Subirats

Este pasado fin de semana se celebró en Barcelona el sexto encuentro internacional que bajo el lema genérico de Guerra y Paz en el siglo XXI viene organizando de manera excelente el CIDOB bajo el patrocinio del Ayuntamiento de Barcelona. Este año el tema escogido fue el de Geopolítica de la energía. No cabe excesiva sorpresa ante el tema elegido, si atendemos a la clara prioridad que el tema energético tiene hoy en la agenda internacional, y sus continuas interferencias en las agendas nacionales y locales. La parte de la sesión dedicada a Europa puso de manifiesto la significación creciente del asunto y sus constantes interdependencias e interferencias, mostrando con claridad que estamos ante un tema en el que no es conveniente simplificar. Simplificar es, desde mi punto de vista, tratar de reducir la cuestión a un tema de demanda creciente frente a la que hay que encontrar nuevos y crecientes recursos energéticos. Podríamos resumir el tema enfrentándonos al siguiente dilema: "Si la respuesta es más energía, ¿cuál era la pregunta?".

Las preguntas son ciertamente varias y complejas. Parece cierto que, como dijo Jean Paul Decaestecker, experto energético del Consejo de la Unión Europea, en el año 2030 necesitaremos un 34% más de energía que en la actualidad si nada cambia ("business as usual"). Y dada la casi total dependencia de los países europeos en relación a fuentes energéticas de origen fósil (petróleo, gas) y la creciente inestabilidad de los países proveedores de esos recursos, el panorama no es aparentemente nada halagüeño. Tenemos, por tanto, una primera pregunta planteada: ¿podremos disponer de la energía necesaria dentro de unos años? Aunque inmediatamente alguien nos podría decir que la pregunta podría ser formulada de otra manera: ¿Cómo podemos evitar que la demanda de energía crezca indefinidamente? ¿Hemos de aceptar sin más el business as usual? O dicho de otra manera, ¿hemos de asumir el modelo actual de crecimiento económico y, por tanto, su factura energética como el único posible?

Por otro lado, existe una notable preocupación en Europa en relación con las nuevas condiciones que están imponiendo los países exportadores de energía. Se critica su populismo, o más genéricamente, su nacionalismo energético. Pero, como bien decía el presidente honorario del Instituto de Oxford de Estudios Energéticos, Robert Mabro, ¿podemos quejarnos de que finalmente los países productores no acepten cláusulas leoninas en sus contratos después de tantos años de beneficios extraordinarios de las compañías explotadoras de los yacimientos? El tema es que se ha acumulado tanta desconfianza sobre un pasado lleno de distribución inequitativa de costes y beneficios que ahora cuesta mucho enmendar el tiro. La lógica de toma la energía y corre no acaba de ser útil cuando todos nos llenamos la boca de interdependencias y solidaridades globales. El mismo profesor Mubro advirtió que es muy difícil sostener dos discursos simultáneos. Por un lado, asegurar que la gran solución está en la liberalización de los mercados y el aumento de la competencia, y por el otro, insistir en que la energía es un tema estratégico y que forma parte de los temas de seguridad de cada país. Si lo último es lo decisivo, entonces la energía ha de ser tratada con restricciones tales que lo acercan al concepto de bien público. Y, por tanto, deberíamos concluir que la competencia no es siempre la solución. ¿Cómo combinamos estas inconsistencias y contradicciones en un tema tan decisivo? ¿Con qué valores lo encaramos?

Y hablando de valores, si queremos avanzar en un sistema europeo de gobernanza energética que comprometa estados, compañías y ciudadanía deberemos tener claro cuáles son los principios o puntos de partida comunes desde los que construimos ese acuerdo. ¿Ha de predominar el multilateralismo o el unilateralismo? ¿Hemos de partir de una hipótesis de cooperación o de conflicto en relación a las fuentes energéticas y sus países productores? ¿Hemos de preocuparnos de los derechos de las minorías que reclaman un papel en esos países? ¿No deberíamos aclarar con qué modelo energético queremos avanzar en momentos de agitación sobre el cambio climático y el cumplimiento de Kioto? Si Europa, con su gran dependencia energética, quiere construir un marco de colaboración estable y mutuamente provechoso con los países productores de energía, y al mismo tiempo quiere avanzar en una reducción de su dependencia energética, aclarar ese conjunto de interrogantes resulta central. Existen muchos interrogantes sobre lo que algunos denominan la anilla eléctrica europea (de la que la famosa interconexión pendiente España-Francia sería sólo un eslabón) y las implicaciones que ello tendrá en la construcción de infraestructuras en la orilla sur; infraestructuras que cada vez resultan más difíciles de establecer en la orilla norte.

La construcción europea empezó, como recordaba Decaestecker, en una institución, la Comunidad Europea del Carbón y del Acero, que tenía fuertes vinculaciones con el tema energético en aquella Europa plenamente insertada en la economía industrial. Hoy estamos mucho más avanzados en el proceso de construcción europea que durante la segunda posguerra, pero seguimos teniendo problemas energéticos que vuelven a poner encima de la mesa el tema de qué Europa queremos. Y el problema es que no partimos de cero como entonces y que ahora la complejidad y las inseguridades que rodean el escenario energético global son mucho mayores. No podemos mantener los equívocos sobre la energía nuclear cuando seguimos sin saber qué hacer con los residuos o cuando siguen existiendo muchas dudas razonables sobre la conexión salud-energía nuclear o sobre las conexiones para nada inocentes entre uso civil y uso militar de este tipo de energía. O cuando sabemos que plantea problemas parecidos a los que tenemos con el petróleo y el gas si se piensa en su implantación a gran escala. Las cosas en España tampoco van bien. Los incumplimientos de los compromisos de Kioto irán pasando factura, y mientras no nos atrevemos a enfrentarnos a los costes energéticos reales, lo que podría constituir un instrumento de desincentivación del consumo. El tema de fondo no es nuestra dependencia energética ni el miedo a futuras restricciones. Lo que debemos aclarar es con qué valores compartidos afrontamos ese incierto futuro.

Joan Subirats es catedrático de Ciencia Política de la Universidad Autónoma de Barcelona.

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