El adiós de un general demócrata de Ferrol
El almirante Torrente se retira tras haber asesorado a siete ministros de Defensa del PSOE y el PP
Cuando en marzo de 2004 José Luis Rodríguez Zapatero le ofreció a José Bono el Ministerio de Defensa, con el encargo de que preparase la retirada de las tropas españolas de Irak, el todavía presidente de Castilla-La Mancha, cuyo conocimiento de las Fuerzas Armadas no pasaba de superficial, buscó consejo en varios ex ministros socialistas. Bono se reunió con Narcís Serra, Julián García Vargas y Gustavo Suárez Pertierra. Todos ellos le recomendaron a un militar, Francisco Torrente, quien también contaba con el aval de José Enrique Serrano, secretario general de Presidencia del Gobierno y, 15 años atrás, director de Personal del Ministerio de Defensa.
Era una apuesta arriesgada, pues Torrente fue nombrado director de Política de Defensa por Eduardo Serra y ascendido a jefe del Estado Mayor de la Armada por Federico Trillo, por lo que estaba plenamente comprometido con la política del PP en el Ministerio de Defensa. Bono supuso, sin embargo, que sería tan leal con él como lo había sido con sus antecesores, de signo político distinto. Y no se equivocó.
Era el último del reducido grupo de militares en que se apoyaron los neófitos políticos de la democracia
El 30 de abril de 2004, Bono le hizo secretario general de Política de Defensa y le atribuyó, con carácter personal e irrepetible, el rango protocolario de secretario de Estado, convirtiéndose así en el primer miembro de la cúpula militar que ascendía a un puesto de mayor responsabilidad. Los demás componentes de la Junta de Jefes de Estado Mayor nombrados por Trillo cesaron abruptamente en sus cargos, y se fueron directamente a casa, cuando se conoció el resultado de la investigación del caso Yak-42.
El militar español más influyente de las últimas dos décadas nació en Ferrol (A Coruña), como Franco. Pero ahí se acaban las coincidencias. Al contrario que el dictador, él sí consiguió ingresar en la Armada y huyó siempre del primer plano. Quizá por eso no era conocido para la opinión pública y despertaba tanto admiración como recelo entre sus compañeros de uniforme.
Torrente era quizá el último de un reducido grupo de militares sin cuyo apoyo difícilmente hubieran podido los neófitos políticos de la joven democracia española dirigir las Fuerzas Armadas desde un recién creado y enclenque Ministerio de Defensa frente a los poderosos cuarteles generales de los ejércitos. Captado por el general Francisco Veguillas, asesinado luego por ETA como muchos de los militares demócratas, Torrente se incorporó al gabinete militar de Narcís Serra y llegó a dirigir los de los ministros Julián García Vargas o Gustavo Suárez Pertierra.
Alternó sus destinos en el órgano central y la Armada, donde fue uno de los autores del Plan Alta Mar y también de un libro -La Armada, esa desconocida, escrito con el capitán de fragata Francisco Núñez Lacaci- que evidenciaba, ya en 1983, su inquietud por dar a conocer las Fuerzas Armadas a la sociedad.
Todos los proyectos de modernización emprendidos en el Ministerio de Defensa en los últimos años, incluido el que se plasmó en el decreto del pasado 11 de abril, llevan su sello. Y los mandos más importantes de las Fuerzas Armadas han sido recomendados por él: el jefe del Estado Mayor de la Defensa, Félix Sanz; el jefe de la Fuerza Terrestre, Pedro Pitarch, o el jefe del Estado Mayor de la Armada, Sebastián Zaragoza. Paradójicamente, algunos de sus subordinados, como Sanz, llegarían más lejos en su carrera militar que él.
Más por veterano que por gallego (tiene 66 años y lleva medio siglo en las Fuerzas Armadas), Torrente se convirtió en el principal asesor de varios ministros y eso hizo que los afectados vieran su mano no sólo tras los ascensos, sino tras las destituciones, como las de Luis Alejandre y José Antonio García González, sucesivos jefes del Ejército de Tierra.
El pasado viernes, el Consejo de Ministros acordó su relevo. El ministro de Defensa, José Antonio Alonso, subrayó ayer que se ha producido a petición propia y por razones personales. Según varias fuentes, el deseo de pasar más tiempo con su mujer, que ha sufrido varias intervenciones quirúrgicas, explica su retirada voluntaria. Para sustituir a este general de cuatro estrellas, Alonso ha elegido a Luis Cuesta, un diplomático catalán de 38 años que, con toda seguridad, dará al cargo un perfil muy diferente.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.