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DE LA NOCHE A LA MAÑANA

La capacidad del estadista

La ferocidad de Rajoy con Zapatero excede los límites de la discrepancia política para internarse en la ciénaga de la manía personal, una debilidad que nunca ha llevado al jefe de la oposición a la presidencia del Gobierno

La sombra de una duda

Se puede poner en cuestión la capacidad de estadista de Rodríguez Zapatero, a condición de añadir que Aznar nunca la tuvo y Rajoy acaso nunca la tendrá. Salvo que se esté persuadido de que lo que queda de George W. Bush se parece en algo al mayor estadista del mundo occidental. Zapatero se ha confesado abiertamente en las páginas de este diario, en una larguísima entrevista que en su final suscita la sombra de una duda sobre los lugares respectivos de electores y elegidos. Si dudar es humano, errar es divino. Después, en su comparecencia en el Congreso, Zapatero se mostró entre inquieto y consternado, como corresponde a su edad, condición y acontecimientos recientes, mientras que Rajoy hizo de registrador de la propiedad ajena con una contundencia más zarzuelera que luciferina. En lo concreto. Es lo suyo.

El problema del interlocutor

Del interlocutor adecuado, cabe añadir. ETA (y ya empiezo a estar harto de hablar de esa pandilla de libertadores de sí mismos, con la de cosas que hay que hacer) se hace pasar por una organización militar de carácter alegal, de modo que sus arsenales no están centralizados ni controlados por ese ejército de todo a cien que los almacena en una diseminación azarosa de zulos fabriles o de montaña. Cualquier reyezuelo de comando operativo tiene acceso a ellos, de manera que cuando el Gobierno, cualquier gobierno, trata de negociar alguna cosa con esta gente, ocurre algo tan simple como que no puede saber si aquéllos con los que accede a hablar son interlocutores válidos o no lo son. La tendencia, desde los tiempos de Adolfo Suárez, es negativa, y por eso todos han terminado siempre mal. Hay que seguir hablando, pero, si eso es posible, sabiendo con quien te juegas algo más que el triunfo en las próximas elecciones.

La intencionalidad política

Fernando Savater, ese gran articulista que a veces se hace pasar por pensador, hablaba hace unos días desde estas páginas del terror nada soterrado del terror como amenaza cotidiana en las condiciones de vida de Euskadi, algo que, en su opinión, no habría cambiado de manera significativa en el curso de las treguas más o menos significativas que ETA habría dispuesto desde 1998. Pero el nuevo Rambo se equivoca en una cuestión crucial, que es de naturaleza política. Por más adjetivos que puedan añadirse, las pretensiones de ETA son políticas, y cuesta pensar que ningún gobierno dedicara un debate en el Congreso de los Diputados ante un bombazo de delincuentes que destrozan el parking del mayor aeropuerto español a fin de hacerse con la recaudación del día. La convulsión procede del hecho de que para un puñado de mafiosos haya otra manera de hacer política. Atroz, sí, pero política. ¿O es que Savater es menos político que María San Gil?

Ya vale, ya basta

Mariano Rajoy, sobre el que prometo no ocuparme en las próximas semanas, salvo que haga o diga otra de las suyas, va y dice que para ser presidente del Gobierno se necesita algo más que haber cumplido dieciocho años y tener el carné de identidad en regla. Sería muy fácil decirle que para ser presidente de lo que sea se necesita algo más que acompañar al ahora frustrado Fraga Iribarne por sus paquidérmicos paseos pontevedreses. No se trata de recordar por recordar ni de memorizar de manera indeleble la memoria más inevitable que irrenunciable, pero sí Fraga Iribarne aspiró en su día a la presidencia de un gobierno impresentable, lo que queda de Rajoy haría muy bien en distanciarse del coro guerracivilista que oscila entre el incordio y el aplauso hacia su persona, según convenga a los índices de audiencia. Una audiencia de ciudadanos temerosos ante la interpretación de la que está cayendo, sin llegar a caer del todo.

Ciudadanos confusos

Parece que Ciutadans per Catalunya está siendo presionado por Josep Piqué para que esa desnuda formación no se presente a las elecciones, a fin de que no rebañe esos miles de votos menesterosos que tanto van a necesitar los populares de casi toda la vida. Lo más sensato sería que los amigos de Boadella se integraran en el partido de sus aliados naturales, pero entonces dónde quedaría la presunta intención de lanzar un nuevo partido que habría de regenerarnos a todos poquito a poco. Hay también un problema de liderazgo. Ni Ciutadans es Mahoma ni Albert Rivera su profeta. Pero existe una imaginativa posibilidad. Presentar a Savater por Barcelona, al abogado valenciano García Sentandreu por San Sebastián y al taxidermista Pío Moa por Valencia. Tampoco así el triunfo estaría cantado, es cierto; pero a cambio tendríamos asegurada la diversión.

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