Hacia una esmerada cosmética del alma
A la estética del cuerpo sucede necesariamente el cuidado del alma. No queda elemento, circunstancia, escena o creencia que pueda escapar al mandato de la estetización integral del mundo. La belleza, en general, se comporta hoy como una inmensa piel fundida con el diseñado espíritu del tiempo.
Pero también, una vez culminada la tarea de perfeccionar al máximo la visión de lo superficial, fomentada hasta el límite la ansiedad de los creativos y los dietistas, de los gimnasios, los pilates y los spams, aparece como un filón todavía casi virgen la esmerada mejora del yo interior.
Esta tendencia se mueve actualmente en paralelo al paso del dispendio ostentatorio a la inversión doméstica y se corresponde, en la significativa moda de Versace, con el tránsito de las apariencias barrocas a los modelos austeros según la última e influyente pasarela de Milán.
Los borborigmos de la corrupción, la acidez de la patraña, la inmoralidad atufante se han reproducido tanto que si se desea exaltar cualquier nuevo producto en el mercado lo más eficaz será dotarlo de rectitud y verdad.
La estrategia sirve tanto para los objetos como para los sujetos, para los artículos del consumo como para los títulos de inversión. La honradez representa en la constelación de los ascendentes y rescatados valores mercantiles lo que es ahora el caldo de verduras naturales respecto al maggi y el avecrem. La demanda general de verdad en la política, en los media, en los supermercados, convierte en moda la virtud.
¿Virtud auténtica? La pregunta carece de pertinencia porque lo decisivo no radica, desde la llegada del capitalismo de ficción, en la constatación de una médula verídica en el corazón de las cosas sino en la mayor o menor calidad de su piel. La piel del alma también.
Ser, por tanto, legal, responsable, verdadero no significará algo parecido a los vetustos y hondos proyectos destinados al alcance de la santidad. El diseño de una interioridad de primera clase obedece en la actualidad a los mismos patrones que guían al diseño en general. Igualmente, el creciente interés por producirse como hombres y mujeres de estimable condición moral se relacionará menos con la rigidez moral que con la flexibilidad de la moda: la moda de presentarse fiel frente al traidor vulgar, de revelarse digno frente al ruin en serie, de ser decente, en suma, como el último grito.
La maldad, el feísmo, lo destroy, ha dado muchísimo de sí tanto para promocionar bebidas y música como pintura y ropas. Todavía persisten suficientes restos como para que la época se manifieste ampliamente en ese rostro. Pero se trata ya de una faz desgastada, pasmada y cada vez más ciega. Ser malote en el grupo, inspirar terror siendo el jefe, ser un duro Capello en el fútbol o un Berlusconi trilero en política, es incurrir en el ridículo o la decadencia.
En todos los ámbitos donde se va conquistando el futuro, la energía motriz coincide con la confianza en las personas de ley. Fe en las personas que se encuentran en el otro extremo de la red y gracias a cuya probada integridad el comercio, el conocimiento y el sistema general funcionan. Igualmente en el cara a cara de los servicios el cuidado de la probidad transparente tiende a convertirse en el factor de atención máxima.
¿Mejorará con todo ello el estado general del mundo? Probablemente. El hastío del Mal -terrorista, especulador, mendaz- mueve al vómito y su depuración. El exterior se halla exhaustivamente reelaborado para hacer creer en lo mejor, de manera que los cuartos de baño son como fragmentos del estío y los tanatorios versiones de El Corte Inglés. Ahora le debe llegar el turno a la cosmética interna bajo los mismos modelos que hoy transforman el detritus en luz y las acciones empresariales en beneficencia. Porque si ya numerosas ciudades alimentan su alumbrado de las basuras y no se concibe una multinacional sin presupuestos de caridad, pronto no habrá hombre o mujer que espere prosperar sin haberse provisto de una estética del bien y de una adecuada elegancia de manos limpias.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.